Ella baila sola

 


Se mueve con experticia, oscilando sobre el bafle del parlante de Loft. El boliche de moda, en esta movida época entre los ochenta y noventa. Algo que solo a unas contadas elegidas les dejan hacer en ese local. Tarimera es el nombre que reciben esas pocas. Y de todas, ella, por lejos, es la que mejor se mueve, la que más miradas concita, el mayor objeto de deseo masculino en el local y el mayor blanco de la envidia femenina. 

Ella baila sola. Entre el humo artificioso, las luces blancas y la gran esfera de pequeños espejos plateados, las miradas y los histeriqueos de sus seguidores, la joven sobre el bafle gigantesco danza consigo mismo, con su interior. No podría hacerlo de otra forma. No hay ahí, en ese poco menos de metro cuadrado, espacio para nadie más. Como pasa con su vida. En especial, con el corazón. 

Sacude con ritmo esa masa de rulos canela que resulta su cabello. Al ritmo de Duran Duran. Madona o Erasure. Rizos y más rizos, muy por debajo de los hombros, tirabuzones que se agitan con ella, en perfecto compas. Muy a la moda. Y cero frizz, para la envidia de todas las que abajo, en la pista, añoran ese estilo suyo. 

No hay chica en ese lugar que no la tenga como referente, que no trate de imitar sus pasos y movimientos, con suerte diversa. Laura es su nombre pero todos ahí la conocen como Lau. Por esa pasión de la noche y las relaciones por apocoparlo todo. 

Se queda ahí arriba la mayor parte de la noche. O de esa parte de la noche que pasa en el boliche. Llega sola, o con alguna amiga, e invariablemente se va sola. Todos los pibes aguardan, expectantes, a que baje a tomar algo a la barra. Se matan entonces por acercarse, por entablar alguna conversación pero ella no le da bola a nadie. No acepta invitaciones, se paga el único trago que consume y vuelve a la tarima por un rato más. Así va a ser hasta que se vaya. 

Hasta se corre la bola que odia a los tipos. Que, en realidad, le gustan las chicas. Bobadas de machos heridos, de los que se han quedado con ganas de ella. Aunque, claro, algunas chicas si gustan de ella. Lau no odia, solo le duele. 

Yo la conozco, más allá de los que todos le ven. Y soy de los pocos que conservan con ella la distancia. Por eso, y por algo más, soy de los pocos a los que saluda. Parca, cortito, pero nunca deja de hacerlo. Sin beso ni abrazo, sin hablar nada luego.

Solo por eso, soy el ídolo de muchos. Un título incomodo, del que no puedo sacudirme. Nunca hice bandera al respecto. No me da para hacerlo. La respeto a ella. 

No la entienden. En primer lugar, porque no les importa. Son unos cavernícolas, que solo ven una hembra en lugar de a la mujer. O, mejor dicho, a la jovencita que está aprendiendo a serlo. No es fácil ser joven para nadie. Pero, menos que menos, para las jóvenes. 

No es una creída. Ni como dicen, aquellos despechados a los que no les lleva el apunte, una “nariz parada”. Solo esconde su tremenda vulnerabilidad. 

Siempre se cuidó de sufrir. Al precio de salir con insustanciales. Mirá que se cuidó, pero le pasó igual. La destrozaron por dentro. 

Todos esos movimientos, sobre el bafle, ese danzar ausente, los rulos impecables, la vestimenta perfectamente alineada con la moda: La mini de jean gastada, color celeste, deshilachada en las puntas; el top blanquísimo, de breteles mínimos y abierto en V en el escote. Todo en ella solo es para mostrarle a alguien lo que ya no puede tener.

Todo eso, como que venga cada sábado en forma infaltable, es una silente echada en cara para aquel que la defraudó, por ese tipo que le dejó doliendo el alma. Tal es la causa de ese comportamiento frío, distante y seco con los demás chicos. Ahora no tiene ahora espacio para nadie. No es raro que los futuros paguen por las culpas de los pasados. 

Sé mucho sobre lo que le pasó. El flaco no era ni bueno ni mal tipo. Solo no quería lo mismo que ella. No se enganchó como ella, no esperó nada de la relación. No le puso pilas, no atesoró esperanzas, no pensó en lo que pudiera ser después. Era distinto a ella. Sentía de otro modo. Pero ni modo. Ella nunca le perdonó, ni ahora le perdona eso. Piensa que jugó con ella. Piensa lo peor que puede pensar sobre él. Pero lo lleva en la sangre desde que se le metió en las venas y no puede, haga lo que haga, piense lo que piense, sacarlo de ahí. 

Por más que haya probado mil formas de sacudírselo del alma, no lo logra. Hasta va al psicólogo por eso, una vez a la semana. Pero nada parece funcionar. No puede olvidar, pasar la página, perdonar, dejar de sentir por lo que ya fue. 

Por eso lo detesta en público y lo añora en privado. En algunos ratos, ansía verlo sufrir como ella. En otros, piensa en cómo podría ser volver a tenerlo con ella. Y cada tanto, cuando cree que no la está viendo, le dirige una mirada desde la tarima.

Ella realmente no es esa que baila. La verdadera es otra, la que no se muestra ante nadie. La que sufre en silencio por ese maldito que la hizo trizas por dentro. Que no quiso hacerlo, pero lo hizo igual. Mal que le pese. 

A veces no nos damos cuenta del daño que le hacemos a otro hasta que ya es algo irremediable. Sin poder volver atrás, ni tener nada por delante. 

Me volteo, giro la cabeza hacia dónde está y, asaltado por un sexto sentido, subo un poco los ojos y descubro que me está mirando. Sólo un segundo antes que ella me vuelva el rostro. Con toda la bronca en el rostro por haber sido descubierta.

Ella baila sola. Por mí. 

NOTICIA DEL AUTOR: Luis Carranza Torres nació en Córdoba. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019) y Germánicus. El corazón de la espada (2020). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires.

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