Por Luis Carranza Torres
Puesto en grada en el astillero Reichsmarinewerft de Wilhelmshaven en octubre de 1932 el crucero el Admiral Graf Spee fue completado en enero de 1936. Apodado por los británicos como «acorazados de bolsillo», relamente lo eran. Si bien oficialmente se decía que se atenían al máximo de las 10 000 toneladas de desplazamiento que imponía el Tratado de Versalles a los navíos de la marina alemana, con un desplazamiento a plena carga de 16 020 toneladas, lo superaban ampliamente. Armado con seis cañones de 280 mm en dos torretas triples, y con una velocidad máxima de 28 nudos, pocas naves francesas y británicas eran lo suficientemente rápidas y poderosas para darles alcance y hundirlos. Podía enfrentarse con cualquier crucero y derrotarlo, así como tenía la suficiente velocidad para escapar de los más poderosos pero más lentos acorazados.
Habían logrado en su desarrollo lo que parecía imposible para la construcción naval militar: lograr una nave con prestaciones de su artillería comparables a los acorazados sin salirse de las dimensiones y tonelaje de un crucero. La adopción de una propulsión totalmente diésel y el reemplazo de los remaches por la soldadura en las uniones de su blindaje habían conllevado un ahorro de peso nunca antes visto. Tales toneladas ahorradas se emplearon para dotarlo de una artillería de gran calibre, propia de los acorazados, la que unida a un radar de tiro de última generación y sistemas de disparo coordinados, lo convertían en un duro rival para cualquier nave de guerra.
En 1937 fue designado buque insignia de la Armada alemana y presentado al mundo en la revista naval internacional de Spithead, llevada a cabo con motivo de la coronación del rey inglés Jorge VI.
En esos primeros tiempos de la Segunda Guerra Mundial, el Kapitän zur See, Hans Wilhelm Langsdorff se había al comando de dicho buque en leyenda dentro de los mares en conflicto. En diez semanas, con su crucero el Admiral Graf Spee se había escurrido a lo largo del Atlántico de la marina inglesa, deteniendo y hundiendo nueve barcos mercantes británicos, nada menos que cincuenta mil toneladas de presas, sin haber matado a nadie y rescatando a todos los marineros de los barcos atacados.
Eso, claro está, hasta tener que combatir en el Río de la Plata.
el 13 de diciembre hubo de enfrentarse a tres cruceros británicos en la batalla del Río de la Plata, en el transcurso de la cual el Admiral Graf Spee causó graves daños a las naves enemigas pero sufrió desperfectos que obligaron a que recalara en el puerto de Montevideo, Uruguay.
En cuanto a sus averías, no eran tanto los orificios en el casco, los daños en el compartimento de torpedos y la habitabilidad de algunos camarotes. El buque podría salir perfectamente de puerto y aun empeñarse en combate. Pero otros desperfectos eran más complejos, necesitaban más tiempo y resultaban aun más vitales que los referidos al casco: los referidos a la planta potabilizadora de agua fuera de servicio y a la cocina.
El acorazado podía tener una perfecta navegabilidad pero seguía sin posibilidad de proveerse de agua y comida; salir de puerto en tales condiciones era un certificado de muerte a plazo. Pero la ley internacional de neutralidad era escrupulosamente aplicada por los uruguayos, sobre todo por las presiones británicas. El buque debía partir o ser internado. En esta última opción la nave caería en manos de la armada local, con grandes nexos con la armada inglesa.
Eso dejaría a todos los adelantos del buque al descubierto, algo que no podía admitirse. El telémetro por caso, una de las piezas más codiciadas, era un instrumento óptico que pesaba 27 toneladas, en forma de cruz, de seis metros de algo por diez y medio de ancho en su parte inferior. Se usaba para asegurar la precisión de los tiros de artillería y había demostrado su valía en el combate con los británicos. Sobre todo, porque tenía a su frente, adosado el primer equipo de radar montado en un buque de guerra. Material de avanzada que no debía arriesgarse a que cayera en manos enemigas.
Por eso, avanzaba la tarde de ese domingo 17 de diciembre y tras desplegar el pabellón de guerra de la Kriesgmarine, el Graf Spee levó anclas, alejándose del puerto de Montevideo. Navegaba hacia el pontón de la Recalada.
Bajo un cielo claro, su partida fue seguida desde los muelles del puerto por cientos de personas, entre las cuales se encontraban personal diplomático de varios países, un enjambre de espías propios y ajenos, así como una multitud de simples curiosos.
Las órdenes de Berlín, transmitidas a la radio del buque, habían sido terminantes: no debía permitirse el internamiento en Uruguay, a causa de sus simpatías hacia los ingleses. De no existir otra salida, debía destruirse el buque. Las palabras de su comandante habían sido resonado ásperas, al ser dichas al conjunto de la oficialidad embarcada:
—Das schiff wird gesprengt.
El buque debía ser volado. Esa era la orden de su comandante.
En su reunión con los oficiales, Langsdorff había justificado tal decisión con palabras férreas, algo inusitado en su carácter tranquilo. Quizás fuera su forma de ocultar el sentimiento de angustia que le daba impartirlas.
Había desechado la alternativa de ir al encuentro de las fuerzas navales inglesas que navegaban a su encuentro. No entraba en su ánimo que la tripulación fuera despedazada a cañonazos en el mar por una fuerza de superioridad abrumadora. "Para mí un millar de hombres vivos es mejor que un millar de héroes muertos", cuentas que dijo.
En razón de eso, el panzerschiff Admiral Graf Spee debía ser inmolado en las aguas de ese ancho río, a fin que los secretos que contiene, respecto a su construcción y equipos, no fueran conocidos por el enemigo.
En la novela
Hijos de la Tormenta, me permití ficcionar sobre los sentimientos de un marino a bordo, que ha visto al Graf Spee desde sus inicios y ahora se veía en la necesidad de contribuir a su hundimiento, recreando esos últimos tristes momentos:
"Dieter dejó el puente de mando, haciendo a un lado los recuerdos. Emprendió, una vez más, ese recorrido por las profundidades del buque, a fin de constatar que todo se hallara en orden. Fue un recorrido solitario. La mayoría de la tripulación había sido embarcada en el mercante alemán Tacoma, que estaba en la bahía del puerto. Terminó de revisar, por segunda vez, que los explosivos estuvieran colocados en los sitios correctos y que las espoletas no presentaran novedades. Tras eso subió a cubierta y caminó sobre el suelo de madera hasta llegar a la proa.
Se quedó allí, por delante de la torre de artillería número uno, con sus tres largos cañones. El viento del río soplaba desde el este, dándole de pleno en el rostro. Se acomodó entonces entre los dos cabrestantes, desde donde salían gruesas cadenas que desaparecían luego a uno y otro lado de la cubierta, por las amuras de babor y estribor.
Era su forma de despedirse de ese prodigio de la ingeniería naval, del cual estaba orgulloso de haber participado de su construcción y ahora debía destruir, con todo dolor.
El Admiral Graf Spee surcaba a velocidad mínima las amarronadas aguas del Río de la Plata, con rumbo a su autodestrucción. Tan pronto como se alcanzara el límite de las aguas uruguayas y la profundidad suficiente para cubrirlo por completo, activaría las espoletas de tiempo que se conectaban a la carga explosiva de los torpedos y harían volar la santabárbara y, con ella, al buque entero.
Era inevitable que afloraran los recuerdos. Su historia naval había estado siempre curiosamente unida a esa nave. Había sido uno de los primeros buques en cuya construcción intervino, cuando fue puesto en grada en en el Reichsmarinewerft, los astilleros navales de Wilhelmshaven. Asistió por ello a su botadura el 30 de junio de 1934, cuando la condesa Huberta Spee, rompió la clásica botella de champagne en la proa del nuevo buque de guerra, bautizado Admiral Graf Spee en honor a su padre".
"No era una sensación cómoda ni agradable para él. Hubiera preferido verlo hundirse en batalla, aun al precio de su vida. Pero, como profesional de la guerra, sabía que carecía de sentido mandar a la muerte a hombres valiosos sin un objetivo por el que mereciera la pena arriesgarlos. Hacía mucho que los conflictos armados habían dejado de ser una cuestión de honor para convertirse en la continuación de la política por otros medios, tal como había expresado Clausewitz, con fines netamente utilitaristas.
Con casi la última luz pudo divisar en el río a los dos remolcadores y una chata, venidos ex profeso desde el puerto de Buenos Aires para recogerlos. Un par de minutos después sintió cómo el buque detenía su marcha. Había llegado el límite fluvial de las aguas territoriales y al final de todo. Las máquinas del acorazado de bolsillo se detuvieron para nunca más volver a ser encendidas.
Volvió al puente de mando, donde los pocos tripulantes que allí estaban, se dedicaban martillos y mazas en mano, a destruir todos los aparatos. Otros marinos habían hecho lo mismo en otras partes del buque, como las torres blindadas de la artillería".
"Previamente se habían quemado los documentos que contenían secretos, destruido la máquina de cifrado y arrojados sus pedazos al agua a intervalos de tiempo, inutilizado con granadas de mano el equipo de control de tiro y las piezas de la artillería. Era el fin. El Graff Spee dejaba de ser un navío de guerra para pasar a ser un mero artefacto flotante, antes de sumergirse a su morada definitiva.
Por orden del capitán, uno de los oficiales en el puente anotó con su pluma en la bitácora del buque: «Admiral Graf Spee fue puesto fuera de servicio a las 8 PM del 17 de diciembre de 1939».
Luego fue el turno de Dieter de activar las espoletas, antes de subir a uno de los remolcadores. Se ubicó como pudo en el mar de gentes que también había subido allí y colmaba la capacidad de la pequeña embarcación; se cuidó muy bien de dar la espalda al acorazado en tanto se alejaban.
Un tremendo estallido sacudió el mar. No tardo en escuchar las otras explosiones, seis en total, seguidas de otras menores. Ya para entonces le había llegado el olor del humo y el calor del crepitar que podía oír a sus espaldas. También, el metálico siseo de partes metálicas desprendiéndose de la estructura.
Aunque todos a su alrededor, sin excepción, veían en dirección del buque que se hundía, Dieter no quiso hacerlo. Obstinadamente se mantuvo con la expresión dolida y la vista fija en la dirección contraria.
No había tenido el valor para ver cómo desaparecía bajo las aguas el navío del cual que había participado en su construcción y puesto el músculo, la mente y el alma en los últimos días para evitar, precisamente, que corriera esa suerte que ahora tenía".
Una triste decisión a fin de impedir que los avances de la técnica naval que llevaba consigo pasaran a manos enemigas, hundidos en las aguas barrosas del Río de la Plata.
Para leer más en el blog:
Los Lobos del Atlántico
Una argentina en los cielos de la Segunda Guerra Mundial
Las andanzas de JFK en Ascochinga
Constanza y la botadura del Bismarck
NOTICIA DEL AUTOR DE LA NOTA:
Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y como autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.
Perdidos en una tormenta, sin poder ver más allá, en medio de la guerra se camina a tientas, en penumbras, bajo un cielo inclemente que no permite avanzar sin retroceder, por un sendero que no conduce a ninguna parte. Así, perdidos y huérfanos se sienten los hijos de esa tormenta que es toda guerra.
"Hijos de la tormenta" vuelve sobre los personajes de "Mujeres de invierno" en medio de la Segunda Guerra Mundial. La familia López de Madariaga, diplomáticos argentinos en la Berlín de los años treinta se ha disgregado. Separado el matrimonio, diseminados los hijos, el estallido bélico los encuentra perdidos y difusos, cada uno intentando recomponer su vida, forjarse un nuevo futuro ya lejos de esa Alemania opresiva y en ciernes que, ahora, se ha extendido por casi toda Europa en un afán imperial.
En la peor de las guerras, entre los encuentros y desencuentros de Constanza y Dieter, en torno a las desventuras de esa singular pareja, orbitan los otros personajes. Fiamma pelea en los cielos una guerra y otras aun peores en tierra.
Ninguno puede escapar a aquello que lo conmina: un amor apenas correspondido; una madre que es obligada a desprenderse de su hijo; un médico de la Cruz Roja en una relación con una joven treinta años menor; una muchacha que derriba aviones nazis.
La novela se vuelve, entonces, coral, llena de voces y de situaciones en distintos escenarios -Londres, Berlín, París, Buenos Aires, Córdoba- en los que se narra lo cruento de la guerra, en los que la impresión es que no hay sosiego ni dónde resguardarse.
Todos envueltos en una tormenta que los prohíja y que no los deja ver más allá del presente. Luis Carranza Torres continúa en esta novela con la historia de una singular familia argentina que atraviesa uno de los momentos que definieron la historia del siglo XX, y la narra con la maestría de quien puede transportar al lector a otro mundo y otro tiempo.
Cuatro preguntas clave sobre la Saga de la Segunda Guerra Mundial
📌 ¿Cuántas novelas son?
Está compuesta por tres libros: "Mujeres de invierno", "Hijos de la tormenta" y "Náufragos en un mundo extraño".
📌 ¿Quiénes son los personajes principales?
Tiene como protagonista a la familia López de Madariaga y comienza con su viaje a Berlín 🇩🇪, ciudad donde Ignacio ocupará el puesto de embajador argentino.
📌 ¿Cuándo ocurre?
Comienza en los años 30, por lo que los personajes serán testigos de cada momento desde el ascenso del Tercer Reich y se extiende hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
📌 ¿Qué temáticas se ponen en juego?
La Alemania más oscura es escenario de un abanico de historias tan intensas como atrapantes: redes de espionaje, amor, poder, pasión y una reconstrucción histórica exhaustiva de aquellos tiempos difíciles y desafiantes.