Constanza y la botadura del acorazado Bismarck

 






Por Luis Carranza Torres

Especial para el blog

Cuando debí escoger para la trama de la novela Mujeres de Invierno un hecho que fuera destacado en ese año de 1939, que mostrara a un mundo yendo hacia la guerra de nuevo, uno captó mi atención: la botadura del acorazado Bismarck el 14 de febrero de 1939 en los astilleros Blohm & Voss de Hamburgo.

 Al momento de entrar en servicio era el acorazado más moderno que existía en el mundo; el mismo incluía todos los adelantos técnicos que la ingeniería naval alemana había desarrollado entre las dos guerras mundiales.

Era lógico que verlo de cerca resultara el sueño de todo entusiasta de la construcción naval. Por eso, en la ficción de la novela Mujeres de Invierno el recién promovido Kapitänleutnant Dieter Lüth, uno de quienes ha tenido que ver en su construcción, lleva a esa argentina que le agita los sentimientos, estudiante de ingeniería e hija del embajador del país de las pampas, Constanza López de Madariaga, a verlo:


Era un amplio muelle que terminaba en una serie de diques secos. Pude sentir el aroma al mar proveniente del lugar en la oscuridad a donde estábamos yendo. 

Allí, todavía en el dique seco, entre grandes columnas de vigas de acero, pertenecientes a inmensas grúas tipo pórticos que se elevaban al cielo, entre otras del tipo cigüeña. Lo habían engalanado a sus costados con larguísimas guirnaldas y situado una bandera nazi en su proa. No era grande, ni muy grande, sino inmenso. Poseía tan proporción ese casco desnudo de un buque de guerra se mostraba ante nosotros, que en comparación nos dejaba del tamaño de simples hormigas.

Se ubicaba allí, mantenido en tipo por los gigantescos soportes que conformaban su cuna o cama de construcción.

Estaba maravillada. Nunca había podido imaginar que un buque pudiera ser tan grande en todo sentido: tal alto, tan largo, tan ancho de manga.

—Constanza, te presento al Bismarck—dijo Dieter, con un timbre orgullo inocultable en su voz—. Por ahora sólo tiene su casco, pero un día será el acorazado más poderoso y moderno que haya surcado los mares de Europa.

Me había dejado sin palabras. Sólo quedé allí, absorta ante la vista a la luz de la luna de esa inmensa mole de acero, pintada su parte inferior el rojo y la superior en gris.     

—Quería mostrártelo antes que lo vieran todos. Quería que lo tuvieras para ti sola.

Era adorable. Sí que sabía cómo deslumbrarme. Debería habérselo agradecido, pero mis pensamientos, en ese momento, sólo estaban dirigidos a fascinarme con la mole que tenía enfrente mío.


Al día siguiente de ese vistazo, la nave fue botada con una gran ceremonia. Bautizado por Dorothee von Löwenfeld, nieta del canciller Otto von Bismarck, ante Adolf Hitler que pronunció el discurso en la ceremonia. Tras eso, se concluyeron los últimos detalles en el casco, incluyendo el cambio de la roda de proa original por una «proa Atlántica» más redondeada.

 



           Con una eslora de 251 metros y una manga de 36 metros era el acorazado más ancho en relación a su largo jamás construido. La gran dimensión de su manga, le daba una excelente estabilidad como plataforma artillera, pero en realidad respondía a la necesidad de mantener su calado menor a diez metros para poder atravesar el canal de Kiel, que conecta al Mar del Norte con el Báltico. Se logró con lo justo: tal calado era de 9,33 metros con desplazamiento estándar, por lo que navegada con solo 25 centímetros de margen bajo su quilla. Hacia arriba, El mástil principal del Bismarck era telescópico también por dicho motive, a fin que reduciera su altura cada vez que debía pasar por debajo de un puente en dicho canal.

             Otra característica muy sobresaliente de este buque eran los materiales empleados en su construcción: aleaciones de acero al cromo níquel y cromo molibdeno, más livianas y resistentes que las tradicionales. También, el uso extensivo de la soldadura en el casco en vez de los tradicionales remaches permitió un gran ahorro de peso, lo que posibilitó a su vez que la masa del casco fuera de tan sólo el 30% del total del desplazamiento. Este ahorro en el peso posibilitó que su coraza alcanzara un poco más del 44% del desplazamiento estándar, un valor que nunca fue superado por nave alguna a flote (Iowa 42,77%, Yamato 30,77%, Richelieu 41% y King George V 32,5 %) si bien luego se construyeron buques con corazas más pesadas, ninguno superó la del Bismarck en relación al peso total del buque.

        El casco estaba subdividido en 22 secciones estancas, 17 de las cuales estaban dentro de la ciudadela, lo que significaba que el 70% del total de la eslora del buque quedara fuertemente protegida por blindaje; por lejos, la coraza más extendida de todos los buques de la Segunda Guerra Mundial.

           

    Con un complejo motriz de doce calderas Wagner y tres turbinas de vapor Blöhm & Voss que accionaban tres hélices de tres palas, alcanzaba con facilidad una velocidad de treinta nudos.

    En cuanto al armamento, a más de los ocho cañones en cuatro torres dobles de 380 milímetros, contaba con una batería secundaria de 16 cañones de 150 milímetros, también en montajes dobles y otros 44 de diversos calibres para protección contra aviones. Todos ellos dirigidos por tres radares y asociados a los telémetros de proa, popa y en la cofa del buque.

    Como diría el Capitán Russell Grenfell de la Royal Navy en su trabajo La caza del «Bismarck»: “…el “Bismarck” era una unidad temible. Desplazaba más que cualquier acorazado inglés. Montaba como artillería principal ocho cañones de 15 pulgadas (38,1 cm.), o sea, superiores en una pulgada (2,54 cm.) a las bocas de fuego de los acorazados ingleses más modernos. Se le juzgaba de un andar superior, o cuando menos igual, al de los más veloces navíos de línea de Inglaterra. Agréguese a esto que los alemanes habían demostrado en la otra guerra europea su competencia en la construcción de barcos capaces de resistir el fuego enemigo mejor que los buques ingleses de la misma clase. No eran en modo alguno de calidad tan excelente los navíos de línea de Inglaterra. El “Repulse”, botado al agua hacía veinticinco años, montaba dos cañones menos que el “Bismarck”; su blindaje pecaba de débil; su radio de acción, de insuficiente. El “Hood”, aunque formidable, llevaba veinte años a flote”



Calificado de invencible como también de inundible, Edwin Muller en su trabajo El final del “Bismarck” explica el por qué de tales creencias, que se difundieron respecto de un buque acorazado nuevo que no había sido nunca probado en combate: “Era, sin duda, el más pujante de todos los construídos hasta la fecha. Su desplazamiento exacto era un secreto que guardaba celosamente el Alto Mando alemán. Pero, desde luego, sobrepasaba con mucho el límite de las 35.000 toneladas impuesto a Alemania por los tratados internacionales. Había quienes lo calculaban en 50.000. En cuanto al andar, decíase que en las pruebas había desarrollado una velocidad de 33 nudos por hora, superior a la de cualquier acorazado inglés o norteamericano.

Si su cubierta lo diferenciaba poco de cualquiera otra nave de su clase, lo que había bajo ella le señalaba, en cambio, puesto único entre todas. La obra viva hallábase protegida por cinco sucesivas planchas de acero, separadas entre sí por compartimientos estancos. Debido a esto y a otras condiciones, el “Bismarck” era capaz de habérselas, no ya con cualquier buque inglés, sino igualmente con cualquier conjunto de buques que le presentara batalla. Así se le había explicado a la dotación, enterándola además de que era absolutamente imposible que el buque pudiera irse a pique. Y toda la gente lo creyó tal como se lo aseguraron”.


Por eso en la novela Mujeres de Invierno una de sus protagonistas en primera persona, viendo el buque a punto de ser botado bajo la luz de la luna, lleva a una inequívoca conclusión: 

"Entendí por qué la Kriegsmarine depositaba tantas esperanzas en este barco. Sería, en el mar, una verdadera fortaleza flotante, con lo más avanzado que se hubiera visto, desde técnicas de construcción a instrumentos de puntería"

Para Constanza López de Madariaga, estudiante de ingeniería, a pesar de haber podido apreciar una de las maravillas constructivas de la industria naval, merced a la amabilidad de ese eterno enamorado suyo, un buen hombre y nada mal parecido oficial naval, el Kapitänleutnant Dieter Lüth, no podía sentirse animada: 


"En ese punto, mis sentimientos eran, cuando no, ambivalentes. Por una parte le estaba agradecida a Dieter por haber compartido ese momento conmigo. Contadas personas ajenas a su construcción podían caminar por esa cubierta, antes de ser botado. Por la otra, me fastidiaba lo que representada: una nueva constatación que los nazis avanzaban a pasos de gigantes en la supremacía de todo tipo de técnicas de la guerra".

Algo que el mundo, poco tiempo después, descubriría en la más extensa y terrible de las guerras mundiales. 

Pero a ella le pasaba otra cosa por la cabeza, además de tales constataciones: 

Me odié por no poder amarlo como él me amaba. Siempre había sido una enorme tentación que podía dar por tierra todos mis proyectos de mujer independiente. Corresponder a sus sentimientos era repetir la historia de mi madre, de colocarse al lado de un hombre para acompañarlo en su vida en lugar de vivir la propia. Todo eso lo sabía, pero allí estaba él. Frente a mí, con su rostro a un palmo del mío, tan apuesto y seductor en ese uniforme suyo a la luz de la luna.
(...) No debía hacer lo que tenía en mente. No era justo ni conveniente. Todo eso lo sabía, pero igual las ganas de besarlo me arrebataban. 
Sabía que iba a arrepentirme luego, en la mañana, cuando pensara las cosas con más calma. Una relación con él podía ser un hermoso sueño, pero carecía de todo viso de razonabilidad. Sólo podía ser eso, un sueño que no iba a tener asidero alguno en el mundo real. Pero ahí, en ese momento, solo pensaba en mi cuerpo presionando sobre el suyo y en cómo sería que mi boca se echara sobre esos labios sedosos y firmes.

También serían esos sentimientos, algo con no pocas consecuencias, como lo entendería no mucho tiempo después. 



Para leer más en el blog:

Un fresco literario de una familia y una época

La primera atleta olímpica

La guerra fría nazi-soviética de los monumentos

Mujeres en pugna dentro de un mundo oscuro


NOTICIA DEL AUTOR DE LA NOTA:

Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y como autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.
  
Una madre y una hija se admiran con distancia, sin decírselo. Una madre y una hija compiten, discuten, pelean, se recelan una a la otra. Están, en apariencia, en veredas opuestas, en la Alemania nazi, con la guerra en ciernes. Ambas son rebeldes, adaptadas, contradictorias, hermosas, amantes. Ambas están presas de la soledad, alejadas del calor, como mujeres de invierno.
La familia López de Madariaga llega a Berlín, porque Ignacio, médico y político, jefe de la familia, va a ocupar el cargo de embajador argentino ante el III Reich. Hitler hace poco que ha subido al poder, pero Alemania ya se ha disfrazado del culto a su persona, de intolerancia y soberbia, de una desmesura que solo podía terminar en una guerra.
En ese contexto, la embajada se vuelve un lugar lleno de intrigas, de espías, de jerarcas nazis que fingen una docilidad que no poseen. Lucrecia, la mujer del embajador, descendiente de alemanes, se fascina con el nacionalsocialismo, se siente parte del cambio y del orgullo que propone Hitler. La hija del matrimonio, Constanza, va a descubrir, en una Berlín atribulada, la noche, el jazz, el amor, las incontables formas del deseo, la traición.
Entre ambas mujeres que se admiran y recelan, estará Ignacio, diplomático al fin, como un árbitro imparcial. También mostrará que un embajador no le debe cuentas solo a su patria, sino que el honor que representa se lo debe también a la historia y a su tiempo.
Luis Carranza Torres ha escrito uno de esos raros milagros literarios, una novela cuyos personajes siguen en la cabeza del lector mucho después de haber terminado el libro. Mujeres de invierno es un clásico inmediato de nuestro tiempo.

 


 Cuatro preguntas clave sobre la Saga de la Segunda Guerra Mundial 


📌 ¿Cuántas novelas son?
Está compuesta por tres libros: "Mujeres de invierno", "Hijos de la tormenta" y "Náufragos en un mundo extraño".

📌 ¿Quiénes son los personajes principales?
Tiene como protagonista a la familia López de Madariaga y comienza con su viaje a Berlín 🇩🇪, ciudad donde Ignacio ocupará el puesto de embajador argentino.

📌 ¿Cuándo ocurre?
Comienza en los años 30,  por lo que los personajes serán testigos de cada momento desde el ascenso del Tercer Reich y se extiende hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.

📌 ¿Qué temáticas se ponen en juego?
La Alemania más oscura es escenario de un abanico de historias tan intensas como atrapantes: redes de espionaje, amor, poder, pasión y una reconstrucción histórica exhaustiva de aquellos tiempos difíciles y desafiantes.

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