La guerra fría nazi-soviética de los monumentos

 





Por Luis Carranza Torres

Especial para el blog

Durante la investigación para escribir la novela Mujeres de Invierno, encontré ese dato histórico de una muy particular disputa, a nivel arquitectónico y artístico, entre la Alemania Nazi y la Unión Soviética durante la Exposición Internacional de París de 1937.

La muestra, ocurrida entre el 25 de mayo y el 25 de noviembre de 1937, en la ciudada capital de Francia, oficialmente se denominaba como "Exposition internationale des arts et des techniques appliqués à la vie moderne" ("Exposición internacional de las artes y de las técnicas aplicadas a la vida moderna") y fue supervizada por la Oficina Internacional de Exposiciones.

Con un coste de 1.443.288.391 francos franceses, establecida sobre una superficie de 105 hectáreas en plena ciudad, 44 países participantes mostraron lo mejor de sus industrias, artes y conocimientos científicos, siendo visitada por 31.040.955 de visitantes.



Los cambios urbanisticos en el lugar no fueron menores: El palacio del Trocadero se demolió para construir el palacio de Chaillot, que cobijó a parte de la exposición.  André Granet diseñó un nueva iluminación de relieve para la estructura de encaje de la torre Eiffel, que duplicó sus visitantes usuales, la cual hacía un excelente contrapunto de luz con los de los jardines de Trocadero.

La exposición estuvo dominada por la dura tensión internacional reinante en ese momento, y la fuerte oposición ideológica del momento, simbolizada en los pabellones de la Alemania Nazi y la Unión Soviética.



Sea por casualidad o de forma deliberada, la organización de la exposición había colocado los pabellones de Alemania y URSS uno enfrente del otro. A partir de ese quedar enfrentados, el contrapuesto de ubicación no tardó en generar una competición entre las dos ideologías por mostrar el predominio sobre la otra. El pabellón alemán fue obra de Speer y el soviético lo diseño Iofan, y ambos arquitectos fueron galardonados con medallas de oro por sus diseños.

 El diseño de ambos pabellones fue llevado a cabo como secreto de Estado por ambos gobiernos, a fin de no dar ninguna idea al contrario que pudiera aprovechar para sobresalir. Hitler estaba especialmente preocupado porque el pabellón alemán no quedara pequeño en comparación al soviético. Por lo que a tal fin, se encargó una operación de espionaje para averiguar qué altura tendría su similar soviético, y así poder hacerlo más elevado. 

La impresión al respecto que puede haber tenido un visitante de esa exposición, con algo de conocimiento en la artes implicadas, al comparar ambos diseños, bien podría ser como lo narra Constanza en la novela: 

"A uno y otro lado de la avenida que culminaba en la majestuosa torre Eifel, desde el Palacio de Chaillot, erigido al efecto en el Trocadero y hasta el Campo de Marte, se levantaba  la Exposition Internationale des Arts et des Techniques appliqués à la vie moderne.

A medio camino, enfrentados como en casi todo lo demás, se levantaban a uno y otro lado, los pabellones de la Unión Soviética y el Reich Alemán. Banderas rojas con la esvástica e igualmente rojas con la hoz y el martillo rivalizaban en su ondear al viento. 

Estábamos frente a la obra gigantesca que presidía el ingreso al pabellón alemán, obra del arquitecto favorito de Hilter, Alber Speer. Una torre prismática que se elevaba a sesenta y cinco metros del suelo, rodeada de nueve columnas, decoradas con mosaicos de oro y esvásticas rojas. Desde la cornisa de la torre, un águila alemana con una esvástica entre sus garras contemplaba desde lo alto a escultura realizada Vera Mukhina que se hallaba en el tope del edifico soviético, aunque a menor altura: un trabajador y una kolhoz, una  campesina de las granjas colectivas rusas, caminaban lado a lado, sostienendo la hoz y el martillo con sus brazo entrelazados para formar el emblema de la bandera soviética.

En derredor de la torre se ubicaban las estatuas de Thorak que simbolizaban la familia y la camaradería. Mi amiga había detenido en la última, compuesta de dos musculosas figuras masculinas retratadas desnudas a la usanza de los antiguos griegos". 

          El pabellón soviético perseguía desde lo visual, instalar la idea que la fortaleza de la Unión Soviética estaba en la unión de sus trabajadores y campesinos. Un concepto principal de la revolución de 1917, que se representaba simbólicamente en su bandera con la imagen de la hoz y el martillo entrelazados. Algo que se buscó trasladar al diseño del pabellón.

          Es por eso que en lo alto de la estructura cubista de formas rectas se hallaba la magnífica escultura de Vera Mukhina en el tope del edifico, en la cual el trabajador y la kolhoz -campesina comunal-, representando al proletariado, sostienen la hoz y el martillo para formar el emblema soviético.

Stalin en persona había revisado la exposición que se albergaba en su interior, respecto del ascenso al poder de los bolcheviques, para asegurarse que no se hallara en ella referencia alguna de Trotsky ni su hermana Olga.



Por su parte, su similar alemán mostraba de la mano creativa de Speer, una mega-estructura uniforme y perfectamente simétrica para dar un mensaje de solidez y fortaleza. 

El conjunto remataba en una enorme águila fundida en bronce de 9 metros, obra del escultor Kurt Schmid-Ehmen, que ganaría el Gran Premio de la República Francesa y que se instauraría como una referencia obligada para la realización de otras obras con dicha temática.

En su interior el pabellon se organizada a la manera de un museo y grandes salones, todos ellos con una decoración refinada, para dar idea de la abundancia del Reich en todo. Multitud de esculturas, un prototipo de un auto de carreras de Mercedes Benz y una gigantesca maqueta de miles de piezas meticulosamente talladas representando la Berlin que construiría Albert Speer a futuro para Hitler. 


  

Como nos dice José Rivero Serrano en su artículo "Exposiciones universales: París, Roma, Berlín (1937, 1942, 1950)": "La guerra no ha comenzado aún y los Estados Totalitarios, están pendientes de otros calendarios expositivos, para mostrar sus logros y sus realizaciones, para mostrar el músculo de su propaganda. París en 1937, sería el último encuentro de próximos contendientes, en la Exposición Internacional de Artes y Técnicas, donde  especialmente elocuente fue el enfrentamiento visual de los pabellones de la Alemania Nazi del arquitecto Albert Speer y el de la U.R.S.S. de Borís Iofán,  coronado por una alegoría escultórica de la ‘Revolución proletaria’ de la artista Vera Mujina. Iofan que venía de ganar el concurso internacional del Palacio de los Soviets en 1934, ya sabía del peso del símbolo en la Arquitectura de Poder. Enfrentamiento pues, de las realizaciones propagandísticas en su visión externa, y similitud en aspectos de su interior. Compárense las realizaciones pictóricas de Deineka o de Efanov, en el Pabellón Soviético, preñado de propaganda; con las propuestas germanas de Ziegler y Hestenberg, para advertir más de un identidad formal y más de una concomitancia"

Hay una fotografía de Séeberger frères en el Centre des monuments nationaux titulada "La Tour Eiffel et fontaine du Trocadéro vus depuis le Palais de Chaillot à Paris", tomada en 1937 donde queda reflejado muy visualmente tal enfrentamiento.

Es una vista de la Exposición con la Torre Eiffel de fondo, en donde puede apreciarse a los lados, los pabellones de la Alemania nazi a la izquierda y de la Unión Soviética a la derecha. También se puede advertir allí la diferencia de alguna entre ambos, que fue el motivo principal de esta competencia arquitectónica, política y hasta de espías. 


No por nada, estábamos en la antesala de la Segunda Guerra Mundial, en un mundo en donde la paz perdía cada vez más y más importancia ante las pujas de los totalitarismos. 

NOTICIA DEL AUTOR DE LA NOTA:

Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y como autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.
  
Una madre y una hija se admiran con distancia, sin decírselo. Una madre y una hija compiten, discuten, pelean, se recelan una a la otra. Están, en apariencia, en veredas opuestas, en la Alemania nazi, con la guerra en ciernes. Ambas son rebeldes, adaptadas, contradictorias, hermosas, amantes. Ambas están presas de la soledad, alejadas del calor, como mujeres de invierno.
La familia López de Madariaga llega a Berlín, porque Ignacio, médico y político, jefe de la familia, va a ocupar el cargo de embajador argentino ante el III Reich. Hitler hace poco que ha subido al poder, pero Alemania ya se ha disfrazado del culto a su persona, de intolerancia y soberbia, de una desmesura que solo podía terminar en una guerra.
En ese contexto, la embajada se vuelve un lugar lleno de intrigas, de espías, de jerarcas nazis que fingen una docilidad que no poseen. Lucrecia, la mujer del embajador, descendiente de alemanes, se fascina con el nacionalsocialismo, se siente parte del cambio y del orgullo que propone Hitler. La hija del matrimonio, Constanza, va a descubrir, en una Berlín atribulada, la noche, el jazz, el amor, las incontables formas del deseo, la traición.
Entre ambas mujeres que se admiran y recelan, estará Ignacio, diplomático al fin, como un árbitro imparcial. También mostrará que un embajador no le debe cuentas solo a su patria, sino que el honor que representa se lo debe también a la historia y a su tiempo.
Luis Carranza Torres ha escrito uno de esos raros milagros literarios, una novela cuyos personajes siguen en la cabeza del lector mucho después de haber terminado el libro. Mujeres de invierno es un clásico inmediato de nuestro tiempo.



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