Charlas en el día de la independencia

 


Por Luis Carranza Torres

Siempre me he preguntado que dirían de nosotros los próceres que declararon nuestra independencia. En 1940, año en que transcurren algunos hechos de mi novela Hijos de la Tormenta se da una interrogación similar, que me parece interesante traer a colación en este Día de la Independencia.

En dicha época, la Casa de Tucumán como la conocemos no existía porque se había demolido quedando solamente el salón de la jura resguardado por un templete que es el lugar donde se da una preocupada charla sobre el rumbo del país, que me termito transcribir:

Ciudad de Tucumán, 9 de julio de 1940. Interior del Templete que guarda los restos de la Sala de Jura de la Independencia Argentina.

Guillermo lo encontró finalmente allí, de pie en el ingreso de esa sala tan magna a la historia y existencia misma del país. Estaba de pie, observándolo todo a su alrededor, sumido en sus pensamientos.

Mariano observó a su sobrino. En lugar de su usual uniforme de oficial, llevaba puesta la casaca azul con vivos rojos en las mangas y cuello, pantalón blanco y gorra de visera de igual color con el escudo del Colegio Militar. Sobre sus hombros se veían sobre charreteras de hilo blanco trenzado, los dos soles plateados de teniente primero. Era el uniforme del instituto, similar al de los cadetes, que sólo podían vestir aquellos que se despeñaban allí como instructores.



Ambos habían tomado parte más temprano de los actos por la celebración de un nuevo aniversario de la independencia argentina llevados cabo en esa ciudad de Tucumán. Mariano como parte de la comitiva oficial y Guillermo a cargo de una compañía de cadetes del Colegio Militar.

—Te he estado buscando para despedirme, tío y te encuentro en el lugar menos pensado. Supuse que escaparías a la primera oportunidad del agasajo oficial.

Mariano sonrió, tímidamente. Una expresión muy distinta a la severa seriedad que le había visto durante toda la ceremonia y festejos ulteriores.

—Es una de las pocas buenas de los cargos públicos: poder estar en estos lugares, luego de la hora de cierre.

El senador por Córdoba observó las paredes del edificio del Pabellón de la Independencia. Se trataba de un edificio para resguardar otro. El templete profusamente decorado y cubierto con un techo de vidrio no tenía otra función que preservar esa edificación de estilo colonial y techo de tejas a dos aguas, muy sencilla y despojada de todo ornamento. Allí dentro había sido en donde se declarara la independencia argentina, un siglo y veinticuatro años antes.

Interior del Templete con la parte exterior de la Sala de Jura.

—Este templete se erigió para resguardar la sala de jura, acabando con el resto de la casa original para llevarlo a cabo. Ahora, por su declaración como monumento nacional, se habla de destruirlo para reconstruir la casa como era originalmente. Así somos como país. Vamos y venimos, arrasándolo todo en el proceso.

Entró en el edificio colonial, apenas algo más que un cuarto alargado, seguido por su uniformado sobrino. Sus pasos sonaron asordinados sobre el embaldosado colonial del piso. En penumbras, la sala de paredes blancas a la cal lucía, en su simplicidad, un recinto poblado de los fantasmas del pasado.



—Casi puedo verlos y escuchar sus voces—dijo Mariano, mirando en derredor suyo—. Aquí un puñado de hombres declaró nuestra independencia en el peor momento posible para la revolución. Sin dinero, sin ejércitos, sin apoyo de Europa o de ningún otro sitio, rodeados de enemigos por todas partes. Tenían más posibilidades de ir mal que bien y sabían perfectamente que estampar su firma en ese documento implicaba una condena a muerte de no tener éxito. Pero, aun así, lo hicieron.

Guillermo asintió. Había escuchado otras veces ese planteo de su tío. Pero oírlo allí, en el lugar donde todo había ocurrido, la daba a tales ideas una majestuosidad que no pudo dejar de advertir.

—Un poco de ese espíritu es lo que necesitaríamos ahora. Pero solo hay peleas, envidias y ambiciones personales. Los congresales de Tucumán dejaron a un lado sus comodidades y conveniencias personales en pos de una idea de Patria. Nosotros vamos exactamente en la dirección contraria.

(Hijos de la Tormenta, pags. 349 a 351)

Si es así como se dice de parte del apenado Mariano a su sobrino o no, queda al juicio del lector. ¡Muy feliz día de la Patria para todos!


Título: Hijos de la Tormenta. Editorial: Vestales. Edición: 2018


Perdidos en una tormenta, sin poder ver más allá, en medio de la guerra mundial que se desata, una familia libra la propia. La familia López de Madariaga se ha disgregado. Separado el matrimonio, diseminados los hijos, el estallido bélico los encuentra perdidos y difusos, cada uno intentando recomponer su vida, distintos lugares y con diferente fortuna: Londres, París, Berlín, Buenos Aires y Córdoba verán sus historias de amor, traición, decepción, coraje y esperanza. Buscan recomponerse, como pueden, de las heridas pasadas. Pero ninguno podrá escapar a su destino. En medio de lo cruento de la guerra, no hay sosiego ni dónde resguardarse. Ninguno puede escapar a aquello que lo conmina: un amor apenas correspondido; una madre que es obligada a desprenderse de su hijo; un médico de la Cruz Roja en una relación con una joven treinta años menor; una muchacha que derriba aviones nazis. Todos envueltos en una tormenta que los prohija y que no los deja ver más allá del presente. Luis Carranza Torres continúa en esta novela con la historia de una singular familia argentina que atraviesa uno de los momentos que definieron la historia del siglo XX, y la narra con la maestría de quien puede transportar al lector a otro mundo y otro tiempo.

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