Un amor rebelde en una época convulsa
Escribí sobre el amor rebelde de Adéle y Alan en un verano particularmente caluroso y creo que eso influyó en la trama. Conocí París de joven. Me maravilló no solo por su arte y refinamiento, sino también por esa irreverencia en su gente. Una ciudad que termina resultando una metáfora del mundo, que abriga todos los sentimientos, tan seductora como múltiple; tal como la viví, eso lo que quise transmitir al lector.
Qué mejor que situar la trama en los días del llamado Mayo Francés, un período histórico que particularmente es de mi gusto. Las chicas Yeyé, los Rollings Stone, la minifalda en las mujeres, el cabello largo en los hombres y hasta los dibujos de Axterix y Obelix tienen cabida en tal tiempo. Transformaciones subterráneas en la cultura que pronto decantaría en grandes hechos políticos y sociales. Adèle y Alan (o Alain) no podían tener para lo suyo otro trasfondo histórico mejor.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, París era otra vez una fiesta y Francia sido restablecida en su sitial de privilegio como referente de la cultura universal. Ni la Guerra de Indochina, con su vergonzosa derrota en Dien Bien Phu, ni la pérdida de Argelia, considerada prácticamente parte del país habían afectado eso. Pensadores como Sartre, Camus o Beauvoir tenían una audiencia internacional gigantesca. La nouvelle vague imponía el cine de autor, la cámara en mano y la luz natural. François Truffaut, Jean-Luc Godard, Alain Resnais, destacaban en el género. En las aulas se hablaba de Barthes, de Lacan. En la música, las chicas Yé-yé se hallaban en alza. A Juliette Gréco le siguió Dalida; y a Dalida, France Gall, todas con una insólita popularidad no conocida antes. Sylvie Vartan, Chantal Goya, y Françoise Hardy pronto se unieron al grupo. Esta última destacó pronto como el ícono de la época.
La música ye-yé era una novedad en muchos sentidos. Se trataba del primer movimiento musical encabezado mayoritariamente por chicas, jóvenes que cantaban a otras jóvenes, con letras de canciones con los temas que les eran propios, principalmente el amor. Canciones de letra inocente pero no exentas por ello de ciertas dosis de lívido. Por primera vez las jóvenes de la época se vieron reflejadas en sus ídolos.
Desde la pantalla grande, Bridget Bardot, Catherine Deneuve o Anna Karina, cada cual, con su peculiar estilo, imponían una sensualidad nunca antes grabada en celuloide.
"A ese mundo joven entraba yo. No tenía por entonces mucha conciencia de a dónde me metía. O, más bien, hasta donde me llevaría cierta persona". Dice Alan (o Alain), el narrador de la novela. No se refiere a otra que la enigmática Adèle con quien parece, por algún tipo de karma, condenado a vivir unas jornadas que cambiaron al mundo.
Ocurre en mayo de 1968, cuando los estudiantes, sin aviso previo, ganan las calles. Una rebelión está a punto de ocurrir y ellos van a forma parte de eso.
Se trata de un período en que, por unos pocos días, el mundo pareció quererse vivir dado vuelta, una época convulsa en que dos almas, cada una afligida por sus propias y personales razones, buscan no solo la libertad para su vida, sino tener a ese otro que calce con sus sentimientos para compartirla.
Una exploración día a día, de la vida y del otro, poblada de ensayo y error, de rispideces y una atracción intensa (aunque, tal vez, y para pena de ambos, destructiva).
En ese camino, cruzarán sus pasos con personas tan distintas como Daniel Cohn-Bendit, Charles De Gaulle, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Jacques Lacan o Françoise Hardy.
¿Quién no ha querido cambiar el mundo alguna vez? Pero puede ser que sea mucho más fácil hacerlo con el mundo de otros que con el de uno mismo.
Título: Los Extraños de Mayo
Autor: Luis Carranza Torres
Editorial: Vestales
ISBN: 978-987-8944-23-7
Páginas: 384
Formato: trade