Exocet y misiles nucleares en Malvinas

 


Por Luis Carranza Torres


A principios de 1993, al regresar en un vuelo desde Vietnam a París, el prominente psicoanalista francés Ali Magoudi fue llamado aparte por su paciente más famoso, y el que más reservadamente había atendido. Se trataba nada menos que del propio presidente francés, François Mitterrand.

«Mi final está cerca, y tengo una tarea para usted: Escribir el psicoanálisis de François Mitterrand. Use todo lo que le he confiado a usted. Pero hágalo en el 10º aniversario de mi muerte».

La presidencia de Mitterrand terminó dos años más tarde, y el ex presidente murió un año después de terminar su mandato. Magoudi cumplió el encargo y en el 2005 publicó el libro de sus conversaciones con Mitterrand, una figura clave de la política francesa y europea de finales del siglo xx. Por su sigilo y discreción Mitterrand era apodado, en los círculos políticos, como «la esfinge».

François se llevó muchos secretos a la tumba, pero había compartido varios de ellos con su analista. Entre ellos, uno, quizás el mejor guardado de la Guerra de Malvinas: la intención de Margaret Thatcher de emplear armamento nuclear en contra de la Argentina.

Hasta la revelación de Magoudi, la cuestión bien podía resumirse, como lo escribieron Bengala, Martín y Pérez Seoane en su libro La campaña de las Malvinas, bajo el título de «Lo que ha quedado en entredicho»:

 

«… recientemente, en mayo de 1985, el premio Nobel de la Paz, Pérez Esquivel, ha dado la sorprendente noticia que, durante la campaña, se previó por parte británica el lanzamiento de misiles con cabeza nuclear contra el territorio continental argentino, concretamente contra la ciudad de Córdoba, ubicada a 650 kilómetros al noroeste de Buenos Aires. Al parecer dicha información se la habían proporcionado cuatro parlamentarios del Partido Laborista británico. Dado el origen de la información parece que no haya que darle excesivo crédito, pero es un dato más que ahí queda».

 

Sin embargo, lo revelado por quien fuese el psicoanalista de Mitterrand, apunta precisamente en esa dirección.

Luego de finalizada la contienda, la Argentina presentó, ante el Comité de Desarme de las Naciones Unidas, una denuncia contra Gran Bretaña por violación de los términos del tratado de Tlatelolco sobre la no proliferación nuclear. Como expusieran Bengala, Martín y Pérez Seoane, «La acusación referida la ha realizado Argentina en base a la propulsión nuclear de los submarinos desplazados por los británicos al Atlántico Sur durante el conflicto, y lo que es más grave, en base al supuesto hecho que también se hubiera desplegado en la zona algún submarino estratégico portador de armas nucleares».

Y a este respecto, el libro de Magoudi resulta una pieza clave para arrojar claridad sobre el asunto. Se cuenta en dicho texto que, el 7 de mayo 1982, poco después de 15:30 horas, el presidente de Francia debía tener una sesión con su psicoanalista Ali Magoudi.

No era un buen inicio. A principios de ese mes, después de un año de llegar a la presidencia, Mitterrand lo había contactado para pedirle que fuera su terapeuta.

Magoudi había aceptado con pocas ganas. No era de su agrado que los servicios secretos franceses vigilasen su consultorio en el distrito parisino de Marais.

François Mitterrand llegó a su sesión con cuarenta y cinco minutos de retraso, y lo hizo visiblemente alterado. Tanto que no quería hablar de su infancia, sus sueños o temores ocultos, sino de lo que acababa de pasarle con la primer ministra inglesa. «Disculpe, comenzó por decirle, pero tuve una diferencia de opinión a un acuerdo con la Dama de Hierro. ¡Thatcher es una mujer imposible!».

Y acto seguido, le pasó en limpio la discusión que habían mantenido: «Tiene cuatro submarinos nucleares en el sur del Atlántico, y me ha amenazado con lanzar una bomba atómica contra la Argentina, a menos que le suministre los códigos secretos para inutilizar los misiles antibuque que les hemos vendido a los argentinos. Margaret ha sido muy precisa al respecto por teléfono».

Los misiles en cuestión no eran otros que la versión aire-mar del Exocet, el AM 39, con los cuales, disparados desde aviones Súper Etendart, también franceses, la aviación naval argentina había atacado tres días antes, el 4 de mayo de 1982, al HMS Sheffield, un destructor misilístico Tipo 42 de 4.820 toneladas de desplazamiento y 125 metros de eslora (largo). El ataque había sido tan demoledor, que el buque debió ser abandonado, y se hallaba, por esos días, a la deriva en el Atlántico, donde se hundiría tres días después, el 10 de mayo.


Mitterrand, a pesar de ver en Thatcher a una persona que «tenía los ojos de Calígula y la boca de Marilyn Monroe» según algunos (Según Attali, fue un comentario mal citado, siendo el original que ella tenía «los ojos de Stalin y la voz de Marilyn Monroe». Como fuere, no cambia mucho el sentido de la frase.)  era antes que nada político y socio cercano de los británicos en Europa. Por eso, al día siguiente del desembarco argentino, la había llamado telefónicamente, haciendo de intérprete su asesor Jacques Attali, para decirle simplemente: “Yo estoy con usted”. “I am with you”, tradujo Attali por la línea contigua.

El gesto había conmovido a la Dama de Hierro, lo que no era poco. No había esperado el gesto, y se hallaba tan sorprendida como gratificada. Tanto, que le confesó que no esperaba esas palabras, y que «Mitterrand había venido en su ayuda mientras que su amigo Ronald Reagan vacilaba en darle su apoyo».

Pero poco duró el idilio político. Mitterrand había cortado todo trato con la Argentina, retirado sus técnicos y se había negado a completar la entrega del armamento de Exocet y Súper Etendart pendientes, pese a ya estar pagados y comprometido su envío. Pero su error fue asegurar que los cinco misiles ya entregados, pero no armados, en los arsenales de la Marina Argentina, no podrían ser puestos en funcionamiento sin la ayuda de los técnicos franceses.

De alguna forma, los argentinos habían podido hacerlo. Se dijo que fue por el tradicional método de ensayo y error. Pero a los ingleses no les cerraba que hubiera sido en tal forma y recelaban de Mitterrand. Cuando dejaron, con uno de ellos, fuera de combate el Sheffield, que causó veinte muertes declaradas más otros veinticuatro heridos de distinta consideración, Thatcher en persona discó el número del Eliseo en Paris para decirle de todo.

«Ella está furiosa», le dijo a su psicoanalista. «Me acusa personalmente de este nuevo Trafalgar suyo… Me he visto obligado a ceder».

La cesión a que se refería Mitterrand era nada menos que la entrega del secreto de los secretos de toda arma. Una información que muy pocos conocen, salvo su propio fabricante. Muchas veces, ni siquiera está a disposición de quien las utiliza.

Inicialmente se había negado pero ella fue muy insistente sobre el particular. Directamente lo acosó con el tema, con las acusaciones, hasta lograr que cediera y los entregara.


Mitterrand estaba preocupado por ello. Si llegaba a conocerse que había divulgado esa información, no solo los Exocet, sino las ventas en general de armas galas, uno de los rubros principales de la industria francesa, iban a descender dramáticamente. Es que nadie quiere comprar algo para que luego, quien se la vende, le diga a otro cómo hacer para inutilizarla. Especialmente, en materia de armamento.

«Un nuevo Trafalgar», François sentía que la Dama de Hierro estaba exagerando las cosas, llevando el tema fuera de sus cauces. Le había enrostrado los muertos del Sheffield en la cara. Pero al presidente, las cifras de las bajas no le parecían para tanto.

«En la guerra, cuando hay una sola muerte, ya es mucho. Pero, después de todo, estos soldados eran profesionales. Si estaban sirviendo en ese destructor, es porque eran voluntarios. En este tipo de trabajo, uno no convoca a los dioses de la destrucción, cada vez que tiene una pequeña pérdida», añadió, en obvia consideración a su par inglés. Y acto seguido le dijo: «Esto se lo digo a usted en confianza. No voy a decirlo en público, desde luego».

El líder francés se sentía humillado por el trato, por la conversación, por lo que había tenido que darle. Al punto, que le pidió consejo a su analista sobre cómo tratarla en lo sucesivo.



«¿Cómo reaccionar ante una mujer tan intransigente? ¿Qué podía esperar que hiciera distinto? No se puede ganar una lucha contra esa idea de ‘isla autosuficiente’ en una inglesa desenfrenada. ¡Es capaz de provocar una guerra nuclear por esas islas pequeñas habitadas por tres ovejas que son tan peludas como congeladas! Afortunadamente cedí ante ella. De lo contrario, se lo aseguro, su índice hubiera apretado el botón nuclear»

Para Magoudi, su paciente no solo se sentía impotente y humillado por lo sucedido, sino que en términos psicológicos había sido «simbólicamente castrado».

Pero François ya buscaba cómo cobrar venganza, y entendía que la mejor forma era desbaratarla en términos geográficos. En el fondo, él le echaba la culpa de todo respecto al carácter de ella, al hecho de crecer en una isla, vueltos sobre sí y prescindentes del resto del continente y el mundo.

«Yo soy quien va a tener la última palabra. Y voy a destruir su isla. Le juro que su isla, pronto dejará de serlo. Voy a tomar mi venganza. Voy a atar Inglaterra a Europa, a pesar de su tendencia natural para el aislamiento. ¿Cómo? Voy a construir un túnel bajo el Canal. Sí, y voy a tener éxito donde Napoleón III fracasó».

En tal empresa, Mitterrand no tenía ninguna duda de que podría convencer a Thatcher de aceptar el túnel. Halagaría su espíritu de comerciante, diciéndole que no le costaría dinero. Ella no se opondría con tal argumento.

El acuerdo se selló durante la visita de Thatcher a París en noviembre de 1984, dos años después de la guerra por las Malvinas. Fuentes de prensa dicen que fue el trabajoso resultado de una reunión que duró hasta altas horas de la noche. Pasadas las dos de la madrugada, y con varios wiskis bebidos, en la residencia del embajador británico en la calle de Faubourg Saint-Honoré, finalmente el galo consiguió doblegar a su visitante.


Previsto para inaugurarse en 1993, solo entró con un funcionamiento limitado en 1994, y se había multiplicado por diez su costo inicial, que daba pérdidas siderales durante el primer año. A un alto precio, finalmente Mitterrand tuvo su venganza geográfica. Sobre el mismo final de su vida, unió la Gran Bretaña al resto de Europa.

Dos años después de la guerra, parlamentarios del Partido Laborista exigieron una investigación oficial acerca de informes que hablaban que Inglaterra durante la guerra de Malvinas había enviado un submarino Polaris a la isla Ascensión, en una «posición de espera», es decir a un lugar donde pueda estar listo para ser empleado operativamente, por encontrarse a una distancia adecuada del blanco para lanzar los misiles, en caso de ordenarse.

La acusación de los laboristas puntualizaba que, si la guerra iba mal, el blanco asignado era la ciudad argentina de Córdoba.

Los jefes navales británicos durante el conflicto negaron tal acusación. Tanto el almirante Terence Lewin, entonces jefe del Estado Mayor de Defensa, como su par Henry Leach, jefe del Estado Mayor Naval, afirmaron que nunca estuvo en sus planes una opción nuclear.


Pero claro, que no hubiera planes a nivel militar, no implica que la idea no estuviera en la cabeza de la primera ministra. Por otra parte, la utilización del arsenal nuclear es siempre secreta y al más alto nivel del Estado. Y es también curioso que en medio de todo el secreto con que los británicos manejaron las cifras y demás cuestiones de Malvinas, dos almirantes hablaran tan libremente respecto de cuestiones altamente secretas.

¿Era entonces cierta la amenaza de Thatcher? ¿O había exagerado ella para conseguir los códigos de los misiles? ¿O Mitterrand era quien exageraba la amenaza para justificar su entrega?

Por lo pronto, y para corroborar la veracidad de lo expresado por Magoudi en su libro, podemos decir que en el sitio de la Fundación Margaret Thatcher existe una copia del artículo del Sunday Times, a texto completo, y sin expresar observación o aclaración alguna

 

Fuentes

Bendala Ayuso, Francisco; Martín Anguera, Manuel; Pérez Seoane, Santiago, La campaña de las Malvinas, Editorial San Martín, Madrid, 1985, p. 156.

Follain, John, «The Sphinx and the curious case of the Iron Lady’s H-bomb» (memoirs of Mitterrand’s psychoanalyst), publicado en The Sunday Times, el 20 de noviembre de 2005.

Henley, Jon, Thatcher ‘threatened to nuke Argentina’, artículo publicado en la sección principal del diario The Guardian, del martes 22 de noviembre de 2005, p. 17.

Magoudi, Ali, Rendez-vous: La psychanalyse de François Mitterrand, Maren Sell Editeurs, Paris, 2005.

Pagina Web de la Margaret Thatcher Fundation. Sección Commentary. Disponible en Internet desde: http:// www.margaretthatcher.org/document/110663 (último acceso 12/06/2011).

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