¿Un espía argentino en Londres?

 


Por Luis Carranza Torres

Richard Sorge, de madre rusa y padre alemán, nació en Bakú, Azerbaiyán. Se fue a vivir a Alemania cuando contaba con tan solo dos años. Toda su vida se desarrolló en Alemania y su formación fue como alemán pero, a causa de las historias que su madre le contaba, desarrolló una fuerte simpatía por Rusia.

Aquella simpatía llevó a Richard a transformarse en un espía soviético al servicio del NKVD. Cumpliendo esas funciones, su mayor logro fue anticipar la invasión alemana a la Unión Soviética en 1941 y predecir que Japón no participaría ejecutando un ataque por el este, lo que permitió a Stalin disponer de las unidades siberianas para detener el avance alemán en las puertas de Moscú.

Su caso está registrado en la historia del espionaje como un claro ejemplo de cómo una persona, por encima de su formación y el lugar donde desarrolla su vida, puede sentirse mucho más ligada a otro país que al presuntamente propio. A estas situaciones, a veces, se las nombre como el síndrome Sorge.

Los rumores respecto a que un miembro de alto nivel del gobierno británico, espiaba para los argentinos durante la guerra de Malvinas, siempre existieron.

Esas actividades nunca han podido comprobarse, y son escasos los libros que tocan el espinoso tema. 

Uno de ellos, de Bicheno, es el que proporciona más datos respecto al particular tema. En la segunda semana de junio, el secreto mejor guardado inglés, era que la flota estaba al límite de sus fuerzas. Si la guerra se prolongaba, debían poner proa a Ascensión e interrumpir, al menos temporalmente, las hostilidades. Por esos días, su jefe, el almirante Woodward, escribió eso en su diario, agregando que «si los argentinos nos soplaran, ¡nos caeríamos!».

Bicheno agrega que:

«De algún modo, no investigado después de la guerra, en Buenos Aires se llegó a conocer el estado de la flota que comandaba Woodward. El 14 de junio, Galtieri le expresó a Menéndez que tenía información de inteligencia categórica y que lo único que debía hacer la guarnición militar de Puerto Argentino era aguantar unos días más porque los británicos estaban en las últimas. Aunque no debe descartarse la traición deliberada, la fuente más probable eran informes, bajo cuerda, de políticos y funcionarios británicos contrarios a la guerra y decididos a socavar la insistencia de Thatcher en una victoria contundente: cosa que no acota demasiado la lista de posibles traidores».


Sin embargo, un punto débil existe en ese análisis: las cuestiones relacionadas con las debilidades militares, no eran difundidas a la oposición: el espía del caso debe haber estado en el seno del gobierno inglés.

Una de las hipótesis que habitualmente se manejan es la de un Sorge británico, un funcionario de Whitehall con buen acceso a las informaciones secretas del Ministerio de la Defensa, que, por su relación con la Argentina (familiares o tiempo pasado en nuestro país) haya tomado la decisión de pasar la información.

Una variante de la anterior, es que ese funcionario no tuviera mayores lazos con la Argentina, pero sí una fuerte objeción de conciencia respecto de una guerra típicamente colonial a fines del siglo xx.

No pocos británicos, en los círculos políticos, eran partidarios a un conflicto de ese tipo. En Inglaterra, las manifestaciones pacifistas fueron una constante durante el tiempo que duró la guerra, sobre todo a medida que las pérdidas británicas aumentaban y la promesa de un «paseo militar» del gobierno conservador se esfumaba.

La convocatoria del domingo 9 de mayo en Hyde Park, concentró a 5.000 personas para protestar «contra el belicismo y el colonialismo inglés», y fue liderada, nada menos que, por los diputados laboristas Judith Hart (presidenta del Partido Laborista) y Antony Benn.

Entre los diversos carteles que se exponían sobresalía uno que decía: «Nos avergonzamos de ser británicos». Esa vergüenza, de no pocos, podría haber decidido a alguien a espiar para los argentinos.

Se trataría, de ser el caso, de lo que habitualmente, en el mundo de los espías, de los medios y hasta en la literatura se denomina “Topo”: un infiltrado en una organización que sirve a otra. Desde la ficción, tanto John le Carré, ex integrante del MI6, en 1974 como ex directora del MI5, el servicio de inteligencia británico, Stella Rimington, en 2010 han escrito novelas con ese título. Casualidad o no, ambos autores son ingleses y con pasado en los servicios secretos. 

Lo cierto es que la Argentina recibió, durante la guerra de Malvinas, información de inteligencia de alto nivel proveniente de su oponente. El Comando de las fuerzas argentinas estacionadas en las islas recibió varios avisos de lo que se denominaba un «amigo invisible».

Datos que invariablemente fueron acertados, respecto de ubicaciones, movimientos y ataques de las fuerzas británicas. La fuente de esas informaciones no era conocida, ni siquiera, por los comandantes que actuaban en el teatro de operaciones.

En base a documentos desclasificados, Mariano Sciaroni en una nota en infobae puntualiza al respecto: “Para la Fuerza Aérea esta información la daba el "Amigo Invisible", mientras que en ciertos documentos navales se la cita como proporcionada por el "Ojo Mágico". Solo un círculo muy pequeño conocía esta colaboración y jamás se dejaba constancia sobre su origen. Más críptico aún, a los iniciados se les decía únicamente que la información provenía de "fuentes confiables". Y punto. (…) El "amigo invisible" fue uno de los secretos mejor guardado del conflicto. Que, aún hoy, es solo comentado entre susurros”.


Existen asimismo otras hipótesis que descartan la traición, al menos deliberada, de un funcionario. La primera de ellas habla de una típica honney trap (trampa de miel, denominación en inglés a la técnica de espionaje que busca acceder a los secretos del adversario utilizando la seducción de un hombre o mujer a fin de hacer que la víctima revele secretos, de manera consciente o inadvertida, llevada a cabo por la inteligencia criolla. Otros, ven más probable que si ese fuese el caso, probablemente habría sido obra de la KGB soviética, por ser el servicio de inteligencia que más extensamente empleó ese tipo de técnicas en su extenso accionar y que se hallaba más que interesado en dejar a los británicos mal parados en el conflicto.

En este último caso, podría haber influido el hecho que la Argentina no hubiera adherido al boicot para la venta de granos promovido por los Estados Unidos contra la Unión Soviética en 1979 debido a la invasión a Afganistán.

En la nota en infobae, Mariano Sciaroni entiende que el “amigo invisible” era el gobierno de la Unión soviética a través de sus satélites espías: “Desde un Centro de Control en Moscú la información llegaba al télex de la embajada soviética en Buenos Aires y, en sobres cerrados y previas coordinaciones dignas de películas de espías, disimuladamente se les enviaba a oficiales de la aeronáutica. No se entregaban imágenes (por razones técnicas, según los soviéticos), sino datos de objetivos de interés militar en cifras coordenadas”.

Los documentos desclasificados apuntan en esa dirección. Pero sigue sin cerrar el tema planteado por Bicheno: mediante satélites se podía establecer la ubicación de los buques, pero no el estado general de la flota con la seguridad que Galtieri le expresó al comandante en las islas. 

Que los soviéticos hayan proporcionado tales datos, no esclarece cómo es que tales informaciones, respecto del estado de las fuerzas británicas, fueron conocidos. 

Otro de los supuestos, es que los propios Estados Unidos proveyeran dicha información. A este respecto, debe destacarse que su postura durante el conflicto fue dual o dirigida a obtener múltiples objetivos. 

Por una parte, procuraba asegurar la victoria de Gran Bretaña a fin de no descolocar a su principal aliado en Europa, pero también buscaba, y Haig presionó mucho en tal sentido, que dicha victoria no alterara el equilibrio de fuerzas en Sudamérica. Y ello implicaba que la derrota argentina no fuera de mucha magnitud. En sencillas palabras, que perdiera, pero por poco. 

En dicho contexto, algunos se aventuran a decir que pudiera haberle dado informaciones a la Argentina, frente a la obcecación británica de una rendición incondicional a fin de lograr un término de la guerra equilibrado en cuando a las partes involucradas.

Como sea, aun luego de cuatro décadas de la guerra, la verdad se halla todavía oculta. Tal como ocurre con aquellos secretos altamente sensibles de inteligencia. 


Fuentes

Bicheno, Hugh, Al filo de la Navaja, Debate, Buenos Aires, 2009.

«Flota rusa en el área de Malvinas», nota de tapa del diario Crónica del 14 de abril de 1982.

«Así hablan y esto dicen los ingleses que se oponen a la guerra», nota en revista Gente y la Actualidad, Nº 877 del 13 de mayo de 1982.

Halpin, Tony, «Argentina had help from the Soviet Union during the Falklands’s War», en diario The Times, del 2 de abril de 2010.

Carranza Torres, Luis, Un amigo invisible, en AAVV. Malvinas Historias Ocultas de Guerra, Fundación Malvinas-Ediciones del Boulevar, Córdoba, 2012.

Hughes-Wilson, John, On Intelligence: The History of Espionage and the Secret World, Constable, Londres, 2017.

Sciaroni, Mariano, Malvinas, Documentos desclasificados, Infobae del 18 de Abril de 2019.

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