Los helados en las artes y la historia
por Luis Carranza Torres
La historia del helado es un viaje fascinante que atraviesa culturas, imperios y personajes célebres a lo largo de miles de años.
Tiene su origen en Oriente. Se considera uno de los primeros lugares donde se elaboraron formas primitivas de helado fue en China alrededor del 4000 a.C. Mezclaban nieve de las montañas con arroz, frutas, miel y especias.
En el palacio imperial chino, se almacenaban barras de hielo para preparar golosinas heladas. En Egipto y Persia se servían bebidas heladas en banquetes reales, usando nieve y jugos de frutas.
En el siglo IV a.C., los griegos ya consumían mezclas heladas como parte de su dieta refinada. Hipócrates, por su parte, recomendaba el consumo de nieve con miel por sus beneficios para el ánimo y la vitalidad.
En Persia, desde tiempos de Darío I, se utilizaba nieve de las montañas para preparar bebidas frías con jugos y especias. Estos sorbetes eran símbolos de lujo y poder, servidos en banquetes reales.
Existen registros durante la campaña de Alejandro Magno en Persia sobre el uso de nieve mezclada con frutas, miel y néctar, una práctica común en las cortes persas y que él habría adoptado durante su conquista.
En la Roma antigua, los emperadores y aristócratas consumían mezclas de nieve traída de los Apeninos con miel, frutas y agua de rosas.
Se cree que Cayo Julio César y Nerón eran aficionados a estas delicias heladas, que se servían en banquetes como símbolo de poder y sofisticación.
Muchas técnicas se perdieron en la Edad Media, pero en el Renacimiento italiano resurgió el interés por los postres helados.
En la ciudad de Florencia, a Bernardo Buontalenti, arquitecto, pintor, escultor e ingeniero militar, entre otras actividades, creador de obras como la Gruta de Boboli, el Fuerte de Belvedere y la Tribuna de los Uffizi, también se le atribuye la creación de una receta de helado cremoso para los Médici, usando leche, miel, frutas y nieve. De allí que muchos lo consideran el padre del gelato italiano.
En 1686, el siciliano Francesco Procopio dei Coltelli abrió el Café Procope en París, que se convirtió en la primera cafetería moderna y en un centro cultural frecuentado por figuras como Voltaire, Rousseau y Benjamin Franklin. Allí introdujo una versión refinada del helado, elaborada con leche, frutas, azúcar y hielo, gracias a una máquina que había heredado de su abuelo y perfeccionado.
Dicha maquina permitía homogeneizar ingredientes y lograr una textura cremosa, lo que marcó el nacimiento del helado tal como lo conocemos hoy, por lo que es considerado el padre del helado moderno, a la par de haber difundido su degustación, antes reservada solo a la aristocracia, a sectores mucho más amplios de la sociedad.
En el siglo XVIII, Thomas Jefferson, tras ocupar la embajada en París, a su vuelta llevó una máquina de hacer helados a EE.UU., y los sirvió en cenas oficiales en la Casa Blanca.
En nuestro país y en la región de Cuyo, por su cercanía a la nieve, se elaboraban helados a principios del siglo XIX. Se cuenta que se hacían “al galope del caballo” para mantenerlos fríos.
En ese entonces, el helado no era un producto masivo: se lo conocía como “nieve” y era un lujo reservado para quienes podían acceder al hielo natural. José de San Martín era uno de los cultures de esas nieves, durante sus paseos vespertinos por la Alameda junto a Remedios de Escalada.
De allí que en la novela Vientos de Libertad hayamos dicho al respecto que: "Pasean entre hombres sentados en mesas que fuman en tanto departen entre ellos, con las mujeres sentadas en los bancos de adobe ubicados a ambos lados del paseo. Gentes de todas las edades se congregan allí. La mayoría de los paseantes toman nieves, deliciosas y refrescantes, aprovechando las altas temperaturas de una primavera que se apresura en llegar ese año".
A fines del siglo XIX y principios del XX, la inmigración italiana trajo consigo el arte del *gelato*. Los inmigrantes instalaron heladerías familiares que replicaban técnicas artesanales con ingredientes locales.
Estas heladerías se volvieron puntos de encuentro barrial, donde el helado no era solo un producto, sino parte de la identidad comunitaria.
En las décadas de 1950 y 1960 el helado comenzó a industrializarse, sin que la heladería artesanal perdiere prestigio, pasando a ser un postre clásico en reuniones, asados y celebraciones de familia y sociales.
El helado, aunque no suele ocupar el centro de la escena en la literatura clásica, aparece como símbolo de infancia, deseo, nostalgia o incluso sofisticación en varias obras.
Hay más de 50 poemas en español que incluyen la palabra “helado”, desde Calderón de la Barca hasta Amado Nervo.
También lo hallamos en obras como La historia interminable de Michael Ende lo muestra de forma secundaria, apareciendo en Fantasía como parte de los placeres sensoriales que contrastan con la pérdida de imaginación en el mundo real.
En Charlie y la fábrica de chocolate de Roald Dahl aunque el foco está en el chocolate, hay momentos en los que los helados aparecen como parte del universo de excesos y maravillas de Willy Wonka.
También en cuanto al de chocolate, en El diario de Bridget Jones de Helen Fielding aparece de forma especial como un símbolo de consuelo emocional, asociado a rupturas, inseguridades y momentos de autoindulgencia, en un ritual de vulnerabilidad moderna.
Bridget Jones come helado como una forma de sobrellevar sus problemas y su vida personal, especialmente después de una pelea o en momentos de depresión, algo que también se ve en la película protagonizada por
Por su parte Las crónicas de Narnia: El león, la bruja y el ropero de C.S. Lewis también tienen su conexión con el helado cuando la Bruja Blanca ofrece a Edmund un helado encantado (en forma de "Turkish Delight") como símbolo de tentación y manipulación.
El gran Gatsby de Scott Fitzgerald lo muestra durante el capítulo 7, cuando en el departamento de Tom Buchanan en Nueva York es un día de calor insoportable, y los personajes —Tom, Daisy, Gatsby, Jordan y Nick se sirven helado de menta para refrescarse, mientras discuten temas cada vez más pesados emocionalmente: la infidelidad, el pasado de Gatsby, y el futuro de Daisy.
Además de la sufrida Bridget, como nos cuenta en El helado, un vicio ‘confesable’ del séptimo arte Mª José Núñez Garrido, también aparece en Come, reza, ama, cuando una alegre y despreocupada Julia Roberts saborea con gusto un helado italiano, sentada en un banco junto a dos monjas que están haciendo lo mismo.
El más grande de todos es el super ‘ice-cream’ triple que se pide Macaulay Culkin en ‘Solo en casa 2’ o Mi pobre angelito 2, al alojarse en el hotel Plaza de Nueva York.
No uno sino dos son los helados que lleva Tom Hanks en Forrest Gump mientras está convaleciente en el hospital tras su herida de la guerra de Vietnam, feliz porque a pesar de su lesión, en el hospital militar le dan todo el helado que él pide.
En el presente su consumo ha dejado de ser estacional y 9 de cada 10 argentinos comen helado todo el año, incluso en invierno.
Asimismo, el 60% de los argentinos considera el helado un emblema nacional, al nivel del asado y el vino. Y el 79% afirma que comer helado mejora su estado de ánimo, lo que lo convierte en un alimento emocional, casi terapéutico.
El consumo anual per cápita de helado en la Argentina es de 7,3 kilos, apenas por detrás de Italia. En verano, puede llegar a los 10 kilos por persona.
Cada 31 de agosto se celebra en Argentina el Día Nacional del Helado Artesanal para homenajear a los heladeros artesanales. La fecha recuerda la fundación de la Asociación Fabricantes Artesanales de Helados y Afines, fundada el 31 de agosto de 1972 en Buenos Aires por un grupo de heladeros que buscaban defender sus intereses comunes y profesionalizar el oficio.
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Un secreto vital que obtener tras la cordillera.
Un general con un desafío por cumplir: cruzar los Andes.
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Pero la imprevista relación con un oficial de granaderos trastocará sus planes. Alguien que, precisamente, debe mantener a los secretos de su jefe a salvo de los espías realistas.