La preparación de la Fuerza Aérea Sur
Por Luis Carranza Torres
Conforme a la doctrina militar desarrollada para
hacer frente a un hecho de naturaleza bélica, luego de la recuperación de las
islas Malvinas por la Argentina en abril de 1982, y ante la reacción británica, se crearon diversos comandos
militares operativos para hacer frente a su defensa.
Una de ellos fue el Comando Aéreo Estratégico,
integrado por medios exclusivos de la Fuerza Aérea, y con una concepción de su
misión de carácter defensivo, “ya que no se apreciaba la reacción bélica de
Gran Bretaña en toda su intensidad”, al decir de Moro.
Dicho comando creó a su vez, el 5 de abril de 1982, la Fuerza Aérea
Sur (FAS), como su unidad superior de batalla, destinado a ejecutar aquellas misiones
de carácter táctico que fueran necesarias. Su asiento estaría en la ciudad de
Comodoro Rivadavia, y sus bases de despliegue, en toda la Patagonia argentina,
desde Trelew a Río Grande.
Se designó a cargo de la misma al brigadier Ernesto Horacio Crespo, por entonces Jefe de la IV Brigada Aérea.
Con excepción de las tareas de Exploración y Reconocimiento Lejano, recibe la misión planificar y conducir los medios de la Fuerza Aérea Argentina en tareas de puente aéreo a Malvinas, de interdicción al tráfico marítimo y de apoyo aéreo táctico a las fuerzas argentinas desplegadas en la islas durante el Conflicto del Atlántico Sur.
No eran poco los retos que debía enfrentar.
Prácticamente contra reloj, debía en un muy corto plazo organizar, adiestrar y
planificar a sus medios aéreos y terrestres para hacer frente en combate a un
enemigo notablemente superior en tecnología y medios. Ello en un teatro de
operaciones predominantemente naval, sin estar dotados ni adiestrados para la
lucha en el mar.
En menos de treinta días debía reconocer las
capacidades del enemigo; adiestrar a los pilotos en las técnicas particulares
de ataque a buques; realizar pruebas operativas; adaptar los sistemas de armas
a la tarea que se avecinaba; reconocer las limitaciones propias -que no eran
pocas- y buscarles solución; estudiar las posibilidades operativas de sus
aviones de ataque, que apenas podían llegar a las islas por la distancia que
las separaba del continente; familiarizar a los pilotos con los problemas de la
operación sobre el mar y reconocer el archipiélago en vuelos de práctica.
Se
solicitó entonces, y le fue concedida, primacía total en la selección de los
medios -personal y material- para conformar la naciente Fuerza Aérea Sur. Su
comandante también informó que, no
obstante los problemas que presentaba su actuación, si la guerra finalmente se
verificaba, sus hombres lucharían hasta las últimas consecuencias, sean cuales
fueren los peligros a enfrentar y las bajas que se sufrieran. Hasta el último
avión.
La Fuerza Aérea Sur desplegó unos setenta y tres aviones de ataque basados en las siguientes bases y aeródromos patagónicos, con más sus escalones técnicos, artillería antiaérea y tropas para la defensa de tales instalaciones:
- El escuadrón de bombarderos Canberra a Trelew.
- Los escuadrones de transporte Hércules C-130, caza interceptora, búsqueda y salvamento, y de diversión, en Comodoro Rivadavia.
- Un escuadrón de aviones Mirage III en Comodoro Rivadavia.
- Dos escuadrones de ataque con aviones A-4C Skyhawk y M-5 Dagger en San Julián.
- Un escuadrón de ataque de aviones IA-58 Pucará en Santa Cruz, en tareas de vigilancia y defensa costera, así como para reemplazo de pérdidas de la unidad similar desplegada en las Islas Malvinas.
- Dos escuadrones de aviones A-4B Skyhawk en Río Gallegos.
- Un escuadrón de aviones Mirage III en Río Gallegos.
- Un escuadrón de aviones M-5 Dagger en Río Grande.
Se constituyó en las islas, el Escuadrón de Helicópteros Malvinas, con dos aeronaves medianas para Búsqueda y Rescate (Bell 212) y dos pesadas para Traslado de Personal y Material (Chinook).
El resto de las aeronaves de la Fuerza Aérea Argentina
permanecieron en sus asientos de paz, listos para producir los reemplazos que
fuesen necesarios.
Se desplegaron asimismo en las islas grupos de artillería antiaérea, fuerzas de operaciones especiales y de Vigilancia y Control del Aeroespacio. Tanto el radar AN/TPS-43 como la pista del aeropuerto de Puerto Argentino sería dos de los blancos más perseguidos por los ingleses. En ambos casos, pese a todos los ataques, permanecieron operativos durante todo el conflicto.
Es así que mientras los aviones Boeing 707 de
transporte, eran enviados en misiones de exploración y reconocimiento por parte
del Comando Aéreo Estratégico con sede en Buenos Aires, llegando hasta las
proximidades de la isla Ascensión, a fin
de avistar la flota británica, en la Fuerza Aerea Sur hacían frente al problema
de encarar operaciones aeronavales.
“Ahora, a medida que sus unidades aéreas de
combate desplegaban al nuevo esquema, desde sus asientos de paz al litoral
patagónico — operación que, en sí misma, demanda un gran esfuerzo logístico y
operacional — nuestros aviadores de combate practicaban las tácticas y los
procedimientos de ataque a objetivos navales, que hacía años se habían dejado
de lado, dado que la Fuerza Aérea Argentina había sido limitada (en 1969) en
esa responsabilidad aeromarítima y sólo podía actuar con el antiguo armamento
diseñado para blancos terrestres. Un reto a la imaginación profesional”, al
decir de Pio Matassi.
Fue esa imaginación, lo que llevó a dar con el plan
para el ataque a la flota británica. Se sacaron a alta mar a los destructores
de la Armada Argentina, gemelos de los tipo 42 que integraban la Fuerza de
Tareas inglesa y que eran el puntal de su defensa antiaérea. Con ellos, se
probó todo tipo de acercamiento con diversos aviones, desde distintos puntos.
Inicialmente, los resultados fueron desalentadores. No
importaba el punto, los aviones eran siempre detectados.
—Que vuelen más
bajo—fue la orden del comando de la Fuerza
Aérea Sur.
Consiguieron evitar la detección por un mayor tiempo,
pero seguían siendo descubiertos, aunque a menor distancia del buque.
—Que bajen más—la orden se repitió, hasta que con los
aviones volando casi al ras de la superficie del mar, consiguieron llegar hasta
los buques sin que los radares de éstos repararan en su presencia.
Finalmente habían dado con el modo de llevar un
ataque, con lanzamiento de bombas convencionales, sobre la flota británica.
Pero quedaba por ver si tales ejercitaciones, podían materializarse en
condiciones operativas reales.
En el Estado Mayor de la Fuerza Aérea Sur, en tanto se
habían tomado algunas decisiones de planificación, respecto a cómo se llevaría
a cabo la campaña aérea. Se había descartado la posibilidad de disputar la
superioridad aérea a baja altura sobre las islas, enfrentando a los aviones
Harrier con los Mirage, dado las limitaciones de combustibles de éstos últimos
para operar.
Tal decisión dejaba a la defensa de las unidades
propias en Malvinas, primariamente y casi en exclusiva a los medios de la artillería
antiaérea allí desplegada.
Otra de las decisiones difíciles fue la que las
escuadrillas propias que arribaran a la zona de Malvinas, en misiones de ataque
a los objetivos navales o terrestres, no contarían con protección aérea real. Si
bien se enviarían aviones de cobertura con misiles aire-aire y cañones, por su
escaso tiempo de permanencia, poco resguardo podrían brindar. En tales
condiciones, la advertencia de los controladores de radar, sobre la
aproximación de interceptores Harrier, se constituía en el principal medio
respecto de su defensa de ataques aire-aire.
En igual sentido, la acción de diversión que los
aviones interceptores podían ejercer al ser dirigidos hacia los Harrier, quedaba
en manos de los radaristas. Tal recurso de engaño, se revelaría sumamente
efectivo en los días de guerra por venir.
El 30 de abril al ocaso, sus hombres, que provenían
prácticamente de la totalidad de las unidades de la Fuerza Aérea, se hallaban en
una tensa vigilia, listos para enfrentar su hora de prueba. Informes de
inteligencia daban por un hecho, un ataque en las próximas horas, hecho que así
se verifico.
En palabras de Pio Matassi: “Todos siendo uno…con natural modestia, con algo de elegancia y buena
artesanía y que asidos de la mano de Dios, se lanzarían a probarse en combate
sobre nuestro Atlántico Sur.”
Así lo hicieron. Y tal como puede leerse en el párrafo
652 del Informe Ratembach, referido al accionar de los Comandantes de Nivel
Táctico: “La Fuerza Aérea Sur, aunque no poseía los medios apropiados y
el adiestramiento necesario para la guerra en el mar, desarrolló operaciones
aéreas incluso inéditas contra los medios navales enemigos. Pese a la
disparidad de fuerzas, le infligió daños fuera de toda proporción con respecto
a los análisis previos de poder relativo (Medios propios, Medios en oposición e
influencia del ámbito operacional)”.
Fuentes/Para
saber más:
Crespo, Ernesto Horacio, Conferencia dictada en la Fundación Malvinas, Córdoba, agosto de 2010.
Fuerza aérea Argentina,
Nacimiento de la Fuerza Aérea Sur, disponible en internet desde: http://www.fuerzaaerea.mil.ar/conflicto/operaciones_aereas.html
(último acceso 21 de agosto de 2011).
Moro, Rubén, Historia
del Conflicto del Atlántico Sur (La guerra inaudita), Publicación de la Revista
de la Escuela Superior de Guerra Aérea de la Fuerza Aérea Argentina, Nº 135/6
Agosto-Octubre 1985.
Informe Ratembach, El accionar de los Comandantes de
Nivel Táctico.
Pío Matassi, Francisco, Probado en combate, Biblioteca Nacional de Aeronáutica, Buenos Aires, 1995.
Satini, Luis, Mirage en Malvinas, disponible en internet desde:https://www.3040100.com.ar/mirage-en-malvinas/ (último acceso 11 de abril de 2021).
Publicado originalmente en el libro A.A.V.V. Malvinas. Historias ocultas de guerra, Fundación Malvinas Argentinas-Ediciones del Boulevar, Córdoba, 2012, pp. 40/5. Actualizado el 11 de abril de 2021 para la sección Malvinas Argentinas de este blog.
Para leer más del tema:
Aquel primer viernes de abril de 1982
La derrota inglesa de aquel 1º de mayo
La épica travesía del ARA San Luis