El "detrás de escena" de Una excursión a los indios ranqueles
Por Luis R. Carranza Torres
Lucio
V. Mansilla vivió los primeros meses de la presidencia de Sarmiento con la
frustración de quien había organizado un evento donde luego no era participado.
Es
que él era quien, en los campamentos militares norteños desde donde se peleaba
la guerra del Paraguay, había lanzado sorpresivamente, la candidatura de
Sarmiento, padre de sus subalterno Dominguito, por creerlo el único hombre
capaz de poner término a los antagonismos entre provincianos y porteños.
Sarmiento le agradeció por escrito
su apoyo. Destacando su rol de “guía y mentor” de su hijo, quien moriría en
combate en Curupayti. Pero una vez electo, al sugerírsele a Mansilla para el
cargo de ministro de guerra, lo rechazó de plano con la siguiente frase: "Dos
locos juntos seríamos inaguantables”.
El
nacimiento de su hija Esperanza le dio un motivo de alegría, pero no pudo
disfrutar mucho de la vida de familia. Ya que a poco de tal hecho, debió
marchar a Río Cuarto para hacerse cargo de la comandancia de frontera. Allí,
Sarmiento lo sorprendió con el ascenso a coronel. Al menos, algo se le
reconocía.
Como dice María Rosa Lojo: “Era, entonces, pese a las ambiciones
políticas que lo habían llevado a trabajar activamente en la campaña
presidencial de Sarmiento, sólo un coronel del ejército nacional, relegado, en
definitiva, para su disgusto, a un puesto de subcomandante de frontera. Pero
gracias a ese cuasi destierro escribió una de las obras fundacionales de nuestro
siglo XIX, el relato de su excursión, tan entretenida como riesgosa, realizado
en un lenguaje coloquial y ameno, salpicado por digresiones, en el que Mansilla
dejó un retrato inolvidable de la parcialidad étnica ranquelina” (Lojo, María Rosa, Una nueva excursión a los indios ranqueles, artículo publicado en Ciencia Hoy, revista de divulgación científica y tecnológica de la Asociación Ciencia Hoy, Volumen 6 - Nº 36 – 1997).
Coincidimos parcialmente con la aseveración. Pues si bien fue dejado de
lado en el reparto de puestos, y en cuanto a jerarquía no cabe dudas que ser
ministro es un nivel más elevado que subcomandante de fronteras, era el lugar
ideal para un hombre de acción como lo era don Lucio. Además de no ser un
destino de segunda ni mucho menos, en relación a su grado militar. Antes o
después de él Roca, Arredondo, Foteringan desempeñaron tal comando. Que era un
punto crucial en la defensa interior de las fronteras con el indio.
“Es
el caso que mi estrella militar me ha deparado el mando de las fronteras de
Córdoba, que eran las más asoladas por los ranqueles”. Escribe en los primeros
párrafos de su obra más reconocida. Una excursión a los indios ranqueles.
Decía
la pura verdad, sin exageración alguna. Pues como nos dice María Sáenz Quesada (Los estancieros, Colección conflictos y armonías, Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 1980, p. 207):”En
la década de 1860, toda la frontera sudoeste de Buenos Aires estaba expuesta a
los malones. Lo mismo ocurría al sur y norte de Santa Fé y en el sudoeste de
Córdoba. Esta última fue quizá la zona más castigada, pues en sólo seis años —
de
Lo riesgoso de hallarse en tales
sitios cumpliendo con el deber militar queda expuesto a las claras por el hecho
que, ya en 1794, don Gaspar de Salcedo fundó una capellanía en Córdoba, a fin
que se dieran misas en provecho de las almas de los soldados de la frontera
sur, “que hubieren muerto en guerra contra los infieles” (Archivo Histórico de Córdoba, Registro 1, folio 178 vuelta).
La
nueva línea de fronteras, al ser destinado ala comandancia de Río Cuarto, en
La belleza y posibilidades de las
llanuras bajo su jurisdicción militar, concitan su atención de inmediato.
Describiéndolos en los siguientes términos: “¡Qué
hermosos campos para cría de ganados son los que se hallan encerrados entre el
río Cuarto y río Quinto! La cebadilla, el porotillo, el trébol, la gramilla,
crecen frescos y frondosos entre el pasto fuerte; grandes cañadas como la del
Gato, arroyos caudalosos y de largo curso como Santa Catalina y Sampacho,
lagunas inagotables y profundas como Chemeco, Tarapendá y Santo Tomé
constituyen una fuente de riqueza de inestimable valor”.
Cuando
Lucio llegó a ocupar su puesto en Río Cuarto se encontró con que debía amalgamar
a hombres de los más diversos orígenes y destinos, teniendo bajo su mando a
veteranos y bisoños, soldados tanto de línea como de la guardia nacional. En un
contexto como el de la frontera, donde la carestía de casi todo, salvo el
peligro de la vida era la moneda corriente.
Pronto, su
capacidad de mando, a la par de ese estilo carismático que tenía su
personalidad, logro un ascendiente entre sus hombres, la forja de una unidad
militar como pocas y el respecto de la población a lo largo de esa franja entre
el río cuarto y quinto que debía resguardar.
Siguiendo
“el juicioso plan de los españoles”, buscó proteger del ataque del indio a esa
zona de la frontera interior, colocando
los fuertes principales en la banda sur del río Quinto. Como él mismo refiere: “En una frontera internacional esto habría
sido un error militar, pues los obstáculos deben siempre dejarse a vanguardia
para que el enemigo sea quien los supere primero. Pero en la guerra con los
indios el problema cambia de aspecto: lo que hay que aumentarle a este enemigo
no son los obstáculos para entrar, sino los obstáculos para salir”.
Como nos dice Lojo, “Cabe
preguntarse qué necesidad pudo mover a Mansilla a realizar un trayecto
apreciable (unos cuatrocientos kilómetros a caballo), desde el fuerte
Sarmiento, al sur del Córdoba, hasta las tolderías de Leuvuco, al norte de
El mismo Lucio lo refrenda, en los
primeros párrafos de su obra: “Esta
circunstancia por un lado (se refiere al pactar con los indios), por otro cierta inclinación a las
correrías azarosas y lejanas; el deseo de ver con mis propios ojos ese mundo
que llaman Tierra Adentro, para estudiar sus usos y costumbres, sus
necesidades, sus ideas, su religión, su lengua, e inspeccionar yo mismo el
terreno por donde alguna vez quizá tendrán que marchar las fuerzas que están
bajo mis órdenes, he ahí lo que me decidió no ha mucho y contra el torrente de
algunos hombres que se decían conocedores de los indios, a penetrar hasta sus tolderías
y a comer primero que tú en Nagüel Mapo una tortilla de huevo de avestruz”.
El
30 de marzo de 1870 Mansilla inicia la marcha hacia las tolderías ranquelinas.
La operación insume dieciocho días. Pero al regresar de tierras ranquelinas, y
pese al éxito de haber acordado con los indios más belicosos de la línea de
fronteras interiores de
Ofuscado por la patraña, le escribió
al ministro de guerra, General Gainza una carta personal en la que le
recriminaba que hubiera ordenado el sumario en su contra sin pedirle antes su
versión de los hechos. Ésta era bien diferente: el fusilado había formado parte
de una conspiración cuando fue reclutado, junto con otros, para marchar al Paraguay,
luego de lo cual había hecho cinco intentos de deserción del servicio de
fronteras. El castigo debía ser ejemplar, a su entender, y así lo había
ejecutado.
Fue
llamado a declarar a Buenos Aires, presentando por toda defensa su carta
privada al ministro. Si bien el tribunal lo eximió respecto del fusilamiento,
las relaciones con Gainza habían quedado francamente deterioradas. Tal vez ello
fue uno de los motivos por los cuales, pese a ser exculpado, no se le restituyó
su comando, ni se le asignó otro nuevo, quedando en disponibilidad. Pasando a
revistar en la plana mayor disponible del ejército, sin goce de sueldo.
Corría
mayo de 1870 y Lucio se hallaba en Buenos Aires, con tres hijos que alimentar y
sin nada para hacer, después de haber desarrollado tanta actividad en su
comandancia en Río Cuarto. Se dedicó entonces a escribir su entrada a tierras
de indios, que su amigo Varela publicaba por entregas en
El
resto es un libro titulado “Una excursión a los indios ranqueles”. Que vale la
pena leerse. Y releer, si ha pasado un tiempo desde su lectura.
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