La novia más desdichada de Córdoba

 



 

Por Luis Carranza Torres

 

El sufrir por amor, es un tópico que aparece de modo recurrente en la historia, por ser un acontecer inherente a la vida en comunidad del ser humano. Pero en todos los tiempos, hay ciertas personas, con las cuales la vida se ensaña de modo pertinaz en cuanto a dicho asunto.

Córdoba no ha sido excepción a ello. Amores desencantados, y de otras clases, abundan en nuestro pasado. “Las cordobesas no saben cómo terminar con un amor, cuanto éste ya se ha ido”, me dijeron, hace tiempo y bastante lejos de Córdoba. Se trataba de un parisino que  estuvo por un intercambio estudiantil en estas tierras nuestras y, como los lectores ya maliciarán, había dejado una fémina mediterránea en banda.

Si tal cosa fuese cierta, indiscutidamente Clara de Oliva, a mi modesto parecer, estaría al tope de tal agrupamiento.

Era la mujer más linda de la Córdoba de su tiempo, uniendo a tal belleza, una dulzura de modos y bondad en su carácter. Pertenece a una acrisolada familia, con un buen pasar en lo económico y nombre de respeto en lo social.

¿Quién podría dudar de su buena estrella? En fecha reciente se ha comprometido con el coronel don Francisco Reinafé, comandante del ejército cordobés, hermano del gobernador, uno de los solteros más apreciados de su tiempo y uno de los hombres con mayor poder en el clan gobernante.

Francisco, Pancho para los amigos, había estado más dedicado a las tareas del campo y las haciendas familiares, que a las guerras fratricidas de la época, hasta que se unión a las filas del gobernador santafesino Estanislao López, luego que Paz arrojara del poder a Bustos en 1829. A partir de allí, no se quitaría el uniforme por largo tiempo. Es el hombre de armas del clan que integra junto a sus hermanos. Son sus hombres los que capturan al general José María Paz en el paraje El Tío en 1832. Al año siguiente participa de la malograda columna central de la expedición al desierto de Rosas, que parte desde Río Cuarto al mando de Ruiz Huidobro.

En 1835, asume el cargo que su hermano José Vicente dejara para fungir como Gobernador, pasando a ser el de Jefe del Ejército provincial.

Son días de oro para la familia gobernante. Pero la muerte de Quiroga y su comitiva, en Barranca Yaco, a manos de una partida desconocida, lo cambia todo. Conforme pasan los días, las sospechas se acrecientan, aparecen los testigos, y cada vez con más certeza, va quedando claro que fuerzas del propio gobierno de Córdoba, son las que han ejecutado el hecho.

Todos los dedos acusadores recaen sobre los hermanos Reinafé. Rosas, desde Buenos Aires, que ha conseguido poderes extraordinarios gracias al miedo que el crimen ha engendrado, conspira abiertamente en su contra y logra que todas las demás provincias rompan relaciones y sometan a bloqueo a Córdoba.  

La situación resulta insostenible. Nuestra Provincia ha sido, de hecho, separada de la Confederación. Se han cerrado todos sus caminos hacia el exterior, y hasta el correo ha sido detenido en las provincias limítrofes. Rosas quiere a los Reinafé a su merced, para dar un espectáculo político de magnitud, que asegure el poder propio. Y su aliado Estanislao López, les ha retirado todo apoyo. Los acontecimientos se precipitan y resultan desalojados del gobierno. El fantasma de la prisión y el juicio, se torna más y más cercano.

Francisco, el más comprometido de todos ellos, decide partir de Córdoba al destierro. En la víspera, concurre a la casa de su futuro suegro, Juan Clemente de Oliva, ubicada al lado de la iglesia del Pilar. Va a despedirse de su prometida, Clara, y a poner en claro tanto sus asuntos públicos cuanto los privados.

La familia le recibe reunida, en un ambiente de tristes semblantes. Ha hablado previamente con don Clemente y luego se despedirá de Clara. Nadie ignora la gravedad de los cargos que se le dirigen. Don Francisco los tacha de calumnias de los partidarios de Quiroga y de los unitarios, que Rosas está aprovechando, para apoderarse de Córdoba. Y que por no poder resistirle con las armas, ha preferido con sus hermanos no ensangrentar a la Provincia y prefiere alejarse del país.

Y agrega, con relación a lo personal, ante la familia en pleno: “Yo me ausento, sin poder precisar la fecha de mi regreso. Si no pudiera volver pronto, apenas fije mi residencia, nuestro matrimonio se realizará por poder, y el señor don Clemente me ha prometido conducir a Clarita a donde me establezca”.

Que se dijeron luego Pancho y Clara en su despedida, al quedarse solos en la despedida, no ha sido recogido en la crónica de la historia.

Relatos de la época narran que Clara mantuvo “una actitud digna”, es decir sin quebrar en llanto ni reproches furiosos. Se dice también que cuando lo acompaña para despedirlo en la puerta, le ofrece “cien onzas de oro ahorradas para su canastilla de bodas", que Reinafé rehúsa conmovido, diciéndole que "a un hombre de trabajo no le faltarán recursos".

Asimismo puede suponerse, sin temor a demasiada equivocación, que hubo desconsuelo y promesas de reencuentro. Sin saber, ni uno ni otro, que era la última vez que iban a verse en sus vidas.

Después de abandonar la casa de su prometida, Francisco va a reunirse con su escolta, en total veinte hombres, y parte hacia Río Cuarto. En Laguna Larga, un destacamento al mando del comandante Camilo Isleño lo sorprende y trata de capturarlo, pero logra escapar seguido de cuatro soldados. Cada vez más cercado, inicia un largo periplo de huída, desde Córdoba a Santa Fé, y de allí a la Banda Oriental.

Don Francisco logra así fugar a Montevideo, siendo el único de los hermanos que pudo evitar ser capturado. Y, por tanto, padecer la remisión a Buenos Aires en condiciones infrahumanas, así como la farsa de un juicio, pretextado en los más prístinos valores de la justicia, y en realidad, llevado adelante en nombre de imponer la ideología rosista al país todo.

Durante los primeros días vive en la casa del general Lavalleja, héroe de los uruguayos. Sigue negando su participación en el crimen, y se le oye expresar: “Me quería hacer cómplice mi hermano Vicente, siendo él quien lo había mandado matar”.

El 25 de octubre de 1837, José Vicente y Guillermo Reinafé, junto con Santos Pérez y otros diez participantes del hecho fueron colgados en la Plaza de la Victoria, en el centro de la ciudad de Buenos Aires; días antes José Antonio había muerto en la cárcel.

Como nos expresa Cárcano en su “Facundo”: En Montevideo el coronel no siente la cálida acogida de los primeros meses de su fuga. Pronto advierte que los emigrados rehuyen su trato y le vuelven la espalda. No lo estiman ni le temen. No faltan noticias fidedignas de Barranca Yaco. Muchos no reservan el desprecio y empiezan a escupir con safia sobre el proscripto indefenso. Oscuro y desvalido, peregrina por ciudades y pueblos del Uruguay y Brasil, sumido en la miseria del destierro, sin energías morales, sin trabajo ni recursos, batido por la tempestad”.

Las promesas de matrimonio a Clara no se concretan. El único sobreviviente de los Reinafé, no vive sino que más bien sobrevive en su exilio, pasando graves penurias en la capital oriental del Plata. De todos sus conocidos y amistades cordobesas, sólo contadas excepciones acuden en su auxilio: Clemente de Oliva, Juana Ataide, Fray Hermenegildo Argañarás y José Elías Carranza.

Decidido a vengar la muerte de sus hermanos, se anota en cuanto proyecto de conjura y campaña en contra de Rosas se halle en curso, encontrando, en tal empresa de venganza, la muerte propia.  

Participa en la acción de Cayastá el 20 de marzo de 1840, formando parte de la “Cruzada libertadora” de Lavalle en contra de Rosas. Es ser derrotados, es uno de los últimos en abandonar el campo de batalla. Una vez más, debe huir, acosado por sus perseguidores. Lo arrinconan contra el río, y Francisco, que no sabe nadar, prefiere arrojarse a la aguas del río Paraná a caer prisionero, y muere ahogado.

Como nos dice Cárcano, en su obra Juan Facundo Quiroga, al morir Francisco Reinafé, arrojándose a las aguas del Paraná para no ser capturado, luego de la derrota de Cayastá: “Nadie intenta salvar su cuerpo, ni nadie recuerda su nombre. Sólo hay una mujer que no le olvida. La joven Clara de Oliva, que muere veintiséis años después (1867), cada año aplica una misa por la memoria del Coronel.”

Clara asistía a ellas de riguroso luto, el que guardaba, suponemos, no sólo por el amor perdido, sino principalmente, por aquello que no había podido ser.


Para seguir leyendo:

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La fecha que se hizo calle


Misión en el Trópico 1: Viejos conocidos (relato)



NOTICIA DEL AUTOR: Luis Carranza Torres nació en Córdoba. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El corazón de la espada (2020) y Germánicus. Entre Marte y Venus (2021). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.  


 

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