Mitos del descubrimiento de América
Luis Carranza Torres
Especial
Pocos personajes tienen tantos agujeros negros
en su biografía como Cristóbal Colón. Y pocos sucesos de la historia de la
humanidad han sido perpetuados más desde el mito que desde la realidad de los
hechos como el descubrimiento de América.
Respecto de Colón, su lugar de nacimiento, si
era de origen noble o plebeyo, su sapiencia técnica o ignorancias, si concibió
la empresa por soñador o por ambicioso, si apoyaba su persistencia en navegar
al oeste en conocimientos ciertos o sólo en delirios afortunados, son todavía
en la presente materia de debate entre sus biógrafos e historiadores.
Con relación a la importancia de su hazaña cabe
señalar que, si bien fue sorprendente en lo geográfico y oportuna en lo
político, no fue tan novedosa en lo científico como se suele afirmar. En el
siglo XV existía ya un consenso científico de que la Tierra tenía forma
esférica, y se aceptaba que teóricamente se podía llegar a las antípodas
navegando hacia el oeste, a más de suponerse que quien intentara arribar a las
Indias por el Poniente, adentrándose en el "mar tenebroso", el actual
Atlántico norte, podía tropezar en su camino con alguna "terra
incógnita".
La propuesta colombina a los Reyes Católicos no
era, por lo tanto, nueva ni incluso extraña, siendo manejada usualmente entre
cartógrafos y navegantes, como posible alternativa a la larga ruta de las
especias; tanto que uno de los mayores temores que le inquietaban a Colón era
que otro se le adelantara en realizarla.
Tampoco Isabel de Castilla y Fernando de Aragón
fueron los primeros soberanos en escucharla. Antes, Colón había tratado sin
éxito de vendérsela al rey Juan II de Portugal. Y si no hubiese firmado con
ellos, el 17 de abril de 1492, las Capitulaciones de Santa Fe de la Vega de
Granda, ya estaba presto a ir a Francia a tentar a su soberano.
Don Cristóbal, como quien dice, era tan sólo
fiel a su propio proyecto, en el que tenía una fe a toda prueba. Por eso no
sólo reclama honores si llegaba a las Indias (título perpetuo y hereditario de
Almirante de la Mar Océana), sino también poder (virrey y gobernador general de
aquellos lugares, con derecho de presentación para todos los cargos
gubernativos inferiores y juez de todo litigio en la zona) y, en particular,
cláusulas de beneficios económicos (la décima parte de todas las mercancías que
se obtuviesen de la expedición por cualquier vía y la octava parte ganancial de
toda futura expedición, siempre que él quisiera sufragar la octava parte de los
gastos).
Contrariamente a lo que se cree, los exhaustos
tesoros reales no aportaron un solo maravedí para financiar la expedición, ni
la reina Isabel entregó joya alguna (que ya habían sido empeñadas a
prestamistas de Valencia para terminar de conquista Granada en ese año). El
dinero salió, en su mayor parte, de las arcas del rico banquero ligur Juanoto
Berardi, en un préstamo garantizado por una hipoteca sobre el arrendamiento de
los derechos genoveses al puerto de Valencia.
Tampoco es cierto que la mayoría de los
tripulantes fueran convictos sacados de las reales prisiones. De los 90 hombres
de la empresa, sólo cuatro son penados, a quienes se les dio la oportunidad de
redimir su pena participando en el viaje. El resto eran marineros de las
localidades cercanas al puerto de Palos de la Frontera, existiendo también
algunos vascos y 10 cántabros.
Cada marinero percibiría mil maravedís al mes si
era experto y 600 si no lo era. Pero ninguno de ellos cobró totalmente su paga
por el viaje, hasta 1513 cuando la Corona española les saldó finalmente la
deuda con oro llegado de "las Indias".
El papel de Pinzón
Tampoco la historia ha
reparado en el papel que le cupo a Martín Alonso Pinzón, acaudalado armador,
experto piloto de mar y próspero mercader de Huelva, en la empresa colombina.
Fue gracias al prestigio de Pinzón, que los
recelosos marinos onubenses aceptaron enrolarse para la empresa, y que se
consiguió el resto del dinero para comprar aparejos y provisiones. Siendo él
también quien, ya en la travesía, redujo un conato de rebelión cuando pasaron
más de dos meses sin avistar tierra, y el que pudo convencer a Colón finalmente
de torcer el rumbo al sudoeste, desde el grado 28 de latitud norte que seguían,
siendo por tal cambio que pronto comenzaron a ver ramas flotantes, pájaros y
otros signos inequívocos de que se acercaban a una costa.
Más allá de todo, por supuesto que nadie niega
los riesgos, ni los logros de la empresa. La Pinta y la Niña eran carabelas
pequeñas, con poco más de 21 metros de eslora o largo, y tres palos cada una.
Por su parte, la Santa María era un nao o carraca de casi 30 metros de eslora y
tres mástiles, siendo la más lenta de todas y la única armada. Por lo que,
contra lo que comúnmente se dice, la diminuta flota descubridora no estaba
compuesta por tres carabelas, sino tan sólo por dos, más una carraca.
En ellas atravesaron el Atlántico desde Europa
hacia América, en poco más de dos meses y a poco menos de 10 nudos por hora de
promedio. Sin saber, a ciencia cierta, muy bien qué ruta tomar, y dependiendo
por completo del viento para avanzar.
Es por ello que, más allá de sus mitos y de la
polémica que trae aparejada en el presente la cuestión de la subsiguiente
conquista, no deja tal viaje de resultar digno de recordarse, como una muestra
de que el espíritu humano, por las razones que fuera, con muy poco puede lograr
hazañas, si se lo propone y persevera en ello.
La carrera por dar la buena nueva
No sería el último disgusto que don Cristóbal les diera. Claro que eso poco importó a Martín Pinzón, que desilusionado de la actitud real y gravemente enfermo, fallece pocos días después de arribado de América, el 31 de marzo de 1493 en el monasterio de La Rábida, en Huelva, el mismo donde Colón había hallado refugio y apoyo para llevar a los reyes su proyecto. Fue enterrado en su iglesia, a los pies de la Virgen de los Milagros y con hábito franciscano como sudario, de acuerdo a su voluntad.
Publicado en el Suplemento
Temas del diario La Voz del Interior del domingo 12 de octubre de 2008. Actualizado para el blog el martes 12 de octubre de 2021.
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NOTICIA DEL AUTOR: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El corazón de la espada (2020) y Germánicus. Entre Marte y Venus (2021). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.