Lo que se robó la noche

 



Toda familia tiene sus secretos y la belleza bien puede ser una maldición antes que otra cosa. Lucile Poirier es una prueba de ello. Aun nos sorprende, desde la imagen, como lo hizo con la sociedad francesa de su tiempo. Su hija, novelista, contará su historia, triste y de final aciago, en una novela fuerte que pronto se transformó en un éxito editorial y de crítica.

Como no puede ser de otra forma, en la portada del libro está ella. En un mundo audiovisual, la tapa de un libro dice mucho. Y en esa fotografía, Lucile se muestra con toda su belleza y misterio. Algo que no pasó desapercibido para casi nadie, empezando por los críticos literarios.

El escritor, periodista y profesor Marcos Ordóñez confesará en una nota en la sección cultura del diario El país de 2013 (Delphine de Vigan, un triunfo del tono), que tenía sus dudas de leerla “porque temía un melodrama confesional, una galería de atrocidades”, pero a más de la recomendación de un amigo literario, “acabó de atraparme la portada, una portada que promete otra cosa: esa fascinante criatura fotografiada en blanco y negro parece un personaje de Françoise Sagan, con el lema Bonjour tristesse tatuado en el omóplato derecho, o bailar, noche tras noche, en Modiano’s, ese club que se abre, fosforescente, a ciertas horas, en una alejada bocacalle de Neuilly”.

Explicará al respecto que: “La muchacha de la portada es Lucile, la madre de Delphine de Vigan, y su esplendor es un relámpago a las puertas del abismo, como el color y el bullicio feliz de esa película en super ocho que retrata, antes de que arda el fotograma, la vida aparentemente edénica de su familia. Sin embargo, necesitamos esa portada, emblema de la fugacidad y la pérdida, para contemplar a la joven Lucile cada tantas páginas y contrastar su imagen antigua con lo que se nos está contando…”

Es que, al decir de Carmen Garrido en “Glosas, Los contemporáneos” del blog Viaje a Ítaca del 1 de septiembre de 2014: “Ella tiene un perfil digno del objetivo de Newton o de Testino. De hecho, si Lucile Poirier hubiera acudido a la cita con su destino se hubiera convertido en una Jane Birkin o una Mary Quant. O una Françoise Dorléac, alter ego mejorado de la Deneuve, pecosa, ligera, con la mirada llena de picaresca y de hambre de mundo, con las piernas flacas e interminables levitando sobre París”.

Y agrega a continuación: “Es curioso como una imagen puede hacernos imaginar el atrezzo vital que rodea a un personaje, sus virtudes y defectos, los gustos y las pequeñas manías, que, en la benévola mente del espectador, suelen ser benignas. Nunca fascinará tanto el cara a cara, la manera más común de derribar a los mitos”.

En un curioso paralelismo con Ordoñez, también fue esa portada la que terminó por decidir su lectura. La urgencia de ver otros libros había aplazado en la agenda lectora de Garrido comenzar con Nada se opone a la noche, pero como dijo: “siempre me perseguía la imagen de la mujer de la portada, una veinteañera extraordinariamente bonita, casi etérea, con el correspondiente cigarrillo en la mano (una mujer así siempre debe rodearse de nicotina) y el uniforme de las noches de los sesenta: un jersey negro que resaltaba sus rasgos perfectos. La corta melena rubia, la suavidad del mentón, la perfecta naricilla que prefiere no olisquear nada, sino mantenerse al margen del mundo —demasiado superficial y terrible para ella— lleva a preguntarse quién es esa mujer y si, acaso, uno tiene derecho a inmiscuirse en su vida”.

Tal vez lo mismo que ambos, Ordoñez y Garrido percibieron en la imagen de Lucile, fue lo que marcó a la persona de carne y hueso en su vida. Una atractiva y atrayente belleza la acompañó desde niña, al punto de realizar algunos comerciales a muy corta edad. 


Con solo siete años posó para las revistas de moda de lujo para niños, su rostro llegó a ser conocido en toda Francia. Introvertida, su belleza y sus ausencias la destacaban. 

Al crecer mostró que no era solo una fachada en el aspecto o el espejismo de una figura de bailarina. Lucile era una mujer culta, de buena conversación, amante de Baudelaire, generosa, apasionada de París y sus exposiciones, de la mitología, el buen vino y la buena mesa. Pero luego, una enfermedad en su mente lo cambió todo.

El encerrarse en sí misma no era un rasgo de carácter, sino el iniciático síntoma de una enfermedad que afloraba de muy dentro. Y que cada vez se enseñorearía más en ella. 

La encargada de narrar los vericuetos, no siempre agradables, en la vida de Lucile Poirier es su propia hija, la novelista Delphine de Vigan. A partir de su primera página, en que comparte la vivencia del descubrimiento del cuerpo sin vida de su madre, empieza un camino en reversa para entender por qué, de un modo muy racional y cuidadoso, cuando la bipolaridad a la que había creído escapar por quince años, volvió a posesionarse de ella.

Esta particular autora nació en Boulogne-Billancourt, el 1 de marzo de 1966. Estudió en el  Instituto de Estudios Literarios y Científicos Aplicados y durante años trabajó en el análisis de encuestas para empresas de opinión pública.

En tanto trabajaba allí de día, por las noches escribía. Escribió de tal forma sus primeras cuatro novelas. La primera de sus obras en ser publicada en 2001 fue “Días sin hambre”. Una novela semi-autobiográfica que salió a la venta bajo seudónimo y en la que relataba su experiencia con la anorexia.  

Iniciaría allí, en el trazo de su novela las técnicas que luego profundizaría con la vida de su madre y que coinciden con las de otro autor francés, reconocido y vendido como polémico, Emmanuel Carrère: la de convertir al escritor en personaje y a la vida en novela.

Vendría luego su primer éxito con “No y yo”, en 2007. Traducida a 20 idiomas y adaptaba para el cine, le valió además una premiación por partida doble: el Premio Rotary International y el prestigioso premio francés Prix des libraires.

Dejó entonces su trabajo para dedicarse por completo a la literatura.

En la obra sobre la vida de su madre, aparecida en 2011, en que ella se convierte en un personaje secundario, muestra en opinión de Ordoñez: “la inimaginable zambullida de Lucile en la locura, su dilatada permanencia, sus breves resurrecciones y sus atroces recaídas, y el suicidio final, que abre la novela, y la anorexia salvaje, anestesiante, de la hija. Y, como una constelación adversa, la terrible hilera de suicidios de parientes y amigos, y la sospecha de que el sonriente y vitalista abuelo Georges abusó sexualmente de Lucile y de sus amigas cuando eran niñas”. Como dice tal autor, con un material que se prestaba a todas las truculencias y todos los exhibicionismos, Delphine de Vigan sabe ser cálida y afectuosa, sin dejar nada por escrutar, pero tampoco sin renunciar a ver, cuando es posible, la luz en la oscuridad. De tal forma, “convierte una historia durísima en un relato al que apetece volver cada día, porque sabe, como pedía Italo Calvino, “detectar todo lo que no es infierno y darle espacio”.


Nada se opone a la noche es definido también sin demasiado ambages por Garrido. A su sentir se trata de “un álbum de pesadumbres, en una radiografía de uno de los peores infiernos: el que se vive cuando el cuerpo es el enemigo a tratar. El título —absolutamente certero— nos revela ya desde el principio la conclusión a la que llegaremos al cerrar la novela: igual que hay seres dotados de esa belleza que parece desestabilizar las leyes de lo permitido, hay seres también ‑esos mismos u otros- que están inequívocamente destinados a ser profundamente desdichados”.

La obra le deparó a su autora toda una serie de premios literarios franceses, cinco en total, incluyendo entre ellos el Prix du Roman Fnac, el Prix Roman France Télévisions y el Prix Renaudot des Lycéens.

En suma, el retrato de un testigo privilegiado, una movilizante vida novelada de una hija que se convierte en madre de su madre, una niña con un horizonte de promisión que dejó trunco aquella noche que habita, en más o en menos, en todos nosotros.


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NOTICIA DEL AUTOR: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El corazón de la espada (2020) y Germánicus. Entre Marte y Venus (2021). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.  



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