Origen y ropajes de los generales romanos

 



Por Luis Carranza Torres

Un legado (en latín, legatus legionis) era un cargo que si bien tuvo su desarrollo histórico, fue durante la mayor parte de la historia de Roma, en lo militar, quien se hallaba a cargo del comando de una o más legiones, un a un moderno oficial general. 

Era un rango senatorial. Surgidos tras las reformas de Cayo Mario, existía además del cargo militar, el  legado propretor, era a quien se daba el gobierno de una provincia romana, con el mando de todas las legiones acantonadas allí. 

En una provincia con solo una legión, el legado era también el gobernador provincial, pero en provincias con varias legiones, cada legión tenía un legado y el gobernador provincial tenía mando general sobre todas ellas.

El rango existía ya en la época de las Guerras Samnitas, pero no sería hasta alrededor del 190 a. C. que empezó a emplearse con frecuencia y de manera permanente, fruto de las mayores exigencias para mandar fuerzas militares cada vez de mayor número, sobre todo durante la Segunda Guerra Púnica. 

En el ejército de la República romana se trataba en lo esencial de un tribuno militar supremo, generalmente de rango senatorial aunque también los hubo provenientes de los equites,  al que el magistrado a cargo del ejército podía delegar el mando. 

Lo nombraba el Senado, por lo común tras consultar al magistrado a cargo del ejército.

Hasta el estallido de la Guerra Social en el 90 a. C. sólo se los designaba para los ejércitos que debían participar en conflictos en el extranjero.

Durante el imperio era un puesto generalmente era atribuido por el emperador, de antre los tribunos y se ejercía durante tres o cuatro años en promedio. 

En el bajo imperio su superior inmediato era el dux. 

También recibieron el nombre de legados cada uno de los socios que los procónsules llevaban en su compañía a las provincias como una especie de asesores o consejeros los cuales en caso de necesidad los sustituían. En igual forma se empleó el término para quienes se enviaba al extranjero en misiones diplomáticas, surgiendo de allí la denominación de Legado diplomático, que aun hoy se utiliza, en particular con los embajadores de la Santa Sede. 

Tenía vestiduras propias del cargo, para dejar en claro su carácter de autoridad suprema frente a todos. 


Por lo general, su casco era casco era trabajado con gran penacho y armadura de cuero musculada, también ricamente decorados. Pero los elementos propios resultaban una capa escarlata bordada, llamada paludamentum, que le caía desde los hombros y una cinta de igual color a la cintura atado con un lazo al frente, que recibía el nombre de cincticulus.

La coraza musculada podía haberse hecho para su poseedor o usar la de un antepasado, por ese gran sentido de la tradición que mantuvieron siempre los romanos. Se colocaba merced de ajustes de cuero para ceñírsela al cuerpo. 

En tal rango, era más de una buena protección para el combate, una espléndida obra de orfebrería. Abundaban en los labrados figuras o elementos mitológicos como los rayos de Júpiter, águilas o gorgonas para protección de quien la llevara. 

El paludamentum se aseguraba al hombro derecho mediante un broche metálico que por lo general presentaba algún tipo de decoración. En ocasiones, al tener que caminar, la capa se enrollaba en el brazo izquierdo.

Podían tener el honor de llevar lictores, siempre sujeto a lo que decidiera el magistrado a cuyas órdenes servían. No serían más de seis con sus faces, varas de madera, atadas con cuero envolviendo al hacha, representaban el poder de la vida y de la muerte que tenía como magistrado romano.

La guarida pretoriana tuvo asimismo su origen en los legatus legionis. De hecho, hasta el término de pretoriano, se vincula a ellos, desde que deriva de pretorio, nombre dado a la tienda de mando que ocupaba el legatus en un campamento militar romano.

Se trataba de la guardia personal del comandante, que vigilaba su tienda en descanso o su resguardo en los desplazamientos y hasta en el campo de batalla. Ya en la época republicana los generales de mayor importancia, tenían este tipo de guardia. Por caso, en el año 146 a. C. durante el asedio de Numancia, Publio Cornelio Escipión Emiliano, nieto del "Africano", tenía una guardia personal formada por 500 hombres, de su confianza personal, elegidos de entre los mejores soldados que servían en las legiones bajo su mando. 

Fue algo que Pompeyo, Julio César con su guardia compuesta por íberos, o Marco Antonio imitaron. Luego, en el año 13 Augusto estableció en Roma la Guardia Pretoriana, dependiente del propio Imperator, cuyas funciones iniciales eran el resguardo del emperador y a su familia, así como la protección de los edificios gubernamentales e imperiales.

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NOTICIA DEL AUTOR DE LA NOTA: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El corazón de la espada (2020) y Germánicus. Entre Marte y Venus (2021). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y como autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba. 



Germanicus: El corazón de la espada
Novela histórica. 

Un guerrero en una encrucijada en la infinidad de caminos que conducen a Roma. Un hombre que no puede evitar desafiar al emperador, un militar que sabe que la espada está desprovista de intención, que el corazón de la espada es, en definitiva, el del que la maneja, quien resuelve, quien enfrenta su destino. En el siglo I d.C., durante el reinado de Domiciano, el imperio romano parece haber alcanzado dimensiones inconmensurables. Desde Asia Menor hasta Britania. En ese último confín, los romanos combaten a los bárbaros. En una de esas incursiones, comienza la encrucijada de Publio Valerio Aquilio, llamado Germanicus, un nombre que rechaza porque le parece una meta inalcanzable. A la sombra de un padre famoso, con responsabilidades que lo esperan en Roma, con una ambiciosa prometida que quiere hacer de él un césar, Publio encuentra el sosiego en el honor de la batalla, en la muerte honorable del enemigo. También en una aguerrida celta, esclavizada, que va a ser una gladiadora famosa, una mujer que va a tener a toda Roma a sus pies. En medio de una civilización refinada y cruel al mismo tiempo, capaz de las obras de arte e ingeniería más elevadas, pero también de hacer luchar a muerte a gladiadores, de arrojar a los incipientes cristianos a las fieras, Kendrya, la celta, y Publio se descubren en una encrucijada entre lo público y lo privado, lejos de las intrigas políticas y los deberes, un espacio oculto que los aleja de aquello que los oprime. Luis Carranza Torres ha escrito una novela ambiciosa, con una reconstrucción histórica precisa, que transporta al lector al lado de los personajes, casi como uno más en la historia.


Germanicus. Entre Marte y Venus
Novela histórica. 

Dos guerreros que toman caminos separados.
Dos amantes que se separan, que se pierden en los caminos que los alejan de Roma.
Amantes y guerreros, enfrentados por el lugar que cada uno ocupa en la sociedad,
que anhelan estar juntos sin que importe el mundo.
Entre Marte y Venus, en ese lugar imposible se libran todas las batallas.
Publio Valerio Aquilio, estrella ascendente del Senado romano, ha sido enviado a Germania por la ira del emperador que no quiere que nadie pueda hacerle sombra. Lo que para los demás es un exilio, para Publio se transforma en la búsqueda de su origen. Aunque pierda los encuentros secretos con Kendrya.
Kendrya, gladiadora celta que ha ganado la libertad, también escapa de Roma ante la imposibilidad de un lugar allí: no quiere seguir en las luchas en el Coliseo, no quiere más los encuentros clandestinos con Publio que, además, ha partido. Odia a Roma y a los romanos, por lo que asolar el Mediterráneo con actos de piratería le parece una buena forma de venganza.
Cada uno de ellos, guerreros y amantes, busca un destino al que aferrarse en un mundo convulsionado como una tormenta en medio del mar. Entre las sombras de un imperio decadente y las luces de una cultura, entre el despotismo imperial y la silenciosa revuelta, entre Marte y Venus, Kendrya y Publio libran una batalla imposible con ellos mismos.
Luis Carranza Torres retoma personajes y escenarios de Germanicus. El corazón de la espada en esta novela total sobre la Roma imperial, sobre las costumbres, la historia y la vida del siglo I d. C. 




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