Leda tiene esa mirada
Por Luis Carranza Torres
Son
ojos cautivantes e indescifrables como ella misma. Un poco azules, un poco
turquesa, límpidos y brillantes. Como casi todo por esa región, en el norte del
norte.
Leda es sueca por documento, pero de la etnia Saami por sangre. Nosotros les decimos lapones pero una de las primeras cosas que aprendí al llegar a Norrbotten es que la palabra lapón, les resulta despectiva.
Por eso, solo la usé una vez, para darme cuenta del error. Nunca volví a llamarla así. Nunca se me ocurriría, ni por asomo, lastimarla ni de palabra. Me ha abierto las puertas de su casa y hasta su alma con una naturalidad que aun me asombra.
Ella solo esboza una sonrisa por todo saludo, antes de volver a concentrarse en terminar de hacer el
desayuno. No es muy demostrativa y pasa la mayor parte del tiempo concentrada
en sus cosas. Pero existe cierta química, cierta tensión afectiva entre nosotros. Me
mueve por dentro y creo que yo también a ella.
Entre
las suecas en general y las jóvenes saamis
en particular, los gestos reemplazan en el día a día a los abrazos, las
caricias y los besos, que solo se brindan en la intimidad. Tampoco habla
demasiado. No hacen falta palabras cuando pueden darse a entender con la
mirada.
Debería
sentirme solo aquí, en Arvidsjaur. Una población de poco más de cuatro mil
quinientas almas, al norte de Suecia, no lejos del círculo polar ártico. Es
todo muy distinto de Bolonia, en donde soy ingeniero para la planta de
Lamborghini en Sant'Agata Bolognese. Allí en Italia es todo bullicio y personas
extrovertidas. Un sitio donde a pesar de haber conocido mucha gente y tener
invitaciones sociales continuas, nunca me había sentido más solo.
Se
ve que prefiero la nieve al calor intenso y la quietud a la vorágine de la vida
social. Vivir vuelto hacia dentro, como Lena.
Por
eso es que vengo todos los años en el invierno, por mi empresa, como lo hacen los principales fabricantes de automóviles
para realizar ensayos árticos en sus vehículos en desarrollo.
Lena
es lo mejor que me ha pasado desde que vine a trabajar a Europa. La conocí el
pasado año y fue la causa por la que volví en este. Para poder mirar de nuevo a
esos ojos que llevaba incrustados en la memoria.
Al
parecer, a ella le sucedía algo parecido. Fue a buscarme en su Land Rover
Defender, de cuatro puertas y cabina doble. Luego en lugar de ir hasta donde me
hospedaba con el resto, me llevó a su casa y bajó allí mis valijas. Una sonrisa
y un hola fue todo lo que mostró durante el trayecto. Pero ví que debía
esforzarse en mantener la vista en el camino entre pinares cubiertos de blanco,
para no mirarme a mí, que trataba de mantener un monólogo sobre obviedades.
Nada
era casualidad en ella. Ni la canción que sonaba en el equipo del Land Rover. The One I Love de R.E.M. A ella como a
mí, nos gustaba el grupo y ese estilo de música. Clásicos del pop del tiempo en
que ese término todavía mantenía algún sentido.
Pasé las dos primeras noches con ella durmiendo en el sofá de la sala. Una especie de prueba, supongo. Se desvivía por atenderme, pero invariablemente cerraba la puerta del cuarto durante la noche.
Luego,
en la tercera, la dejó entreabierta con la luz encendida. Para entonces, la conocía lo
suficiente como para intuir que se trataba de una especie de invitación. Estuve
en lo cierto y a partir de entonces pasé a dormir con ella.
No se les escapa nada, habla poco y es dueña de una sutileza que prendió en mí desde el inicio. Se da a entender por pequeños gestos, en apariencia casuales pero inmensamente cargados de sentimiento.
Me
despiertan por las mañanas los sonidos de Lena haciendo el desayuno. Me gusta
hacerlo de ese modo. En Italia nunca he querido, pese a serme ofrecido
profusamente, quedarme en casa de nadie. O dejar a alguien dormir en la mía.
Me
visto y el baño a lavarme la cara. Ya me he acostumbrado a que allí exista, al
lado de la bañera, un pequeño sauna. No importa lo largo que haya sido el día
ni lo cansada que esté, Lena al menos una vez en la jornada pasa por allí.
Termino
de ponerme presentable y voy a la cocina. Lena está cortando pan de centeno en
rodajas, en una tabla donde ha diseccionado antes en rodajas un pimiento rojo y
un pepino.
Ella
lleva el buzo violeta con el escudo de la universidad que le presté una vez y
nunca me devolvió. Lo usa siempre que estamos juntos, como si fuera alguna
especie de ritual. De modo invariable, es con lo único que cubre su desnudez.
Pongo
un poco de manteca por sobre el tazón con gachas de avena hervidas que tengo
delante. Todo aquí es muy distinto de Córdoba, en Argentina, de donde vengo.
Otro mundo pero que no me intimida. Cada día, cada cosa es un descubrimiento.
En cuestiones humanas mucho más interesante que establecer el rendimiento de un
motor a bajísimas temperaturas.
Por
eso mi aburrido trabajo no me hace, aquí en Arvidsjaur, llevar una aburrida
existencia como en Italia. No tengo que disimular el no ser extrovertido, ni debo ceder a salir de mi departamento alguna vez por semana para juntarme
con gente que no pego en nada.
Veo
a Lena sentarse enfrente mío, tras acomodar en la mesa el desayuno. El buzo le
queda perfecto. Observo el complicado escudo de la Universidad Nacional de
Córdoba que tiene impreso en líneas blancas. Mis ojos se detienen en el lema en
latín que lleva en el emblema: "Ut
Portet Nomen Meum", dice. Significa "para que lleven mi
nombre". Antiguamente la frase allí era aún más larga: para que lleven mi
nombre entre las naciones.
Nunca me llamó la atención. El latín y la ingeniería no se llevan. Lo creía un lema como cualquier otro, que no me llegaba en
nada. Pero allí, en Arvidsjaur, con Leda sin sacarme la mirada, sin quitarse mi buzo universitario ni por asomo, en tanto me
alcanzaba una rodaja de pan de centeno untado con margarina, con un poco de
pimiento y una rodaja de pepino por encima, entendí cuan profundas podían ser
esas palabras respecto de mi vida. Sobre todo, mirando cómo ella me miraba con esos
ojos embriagadores.
Continua en: Los temblores de Leda
Para seguir leyendo ficción en el blog:
Misión en el Trópico: 1 Viejos conocidos
Ese perenne sentimiento equivocado
NOTICIA DEL AUTOR: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El corazón de la espada (2020) y Germánicus. Entre Marte y Venus (2021). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.