Las Chicas Yé-yé
Por Luis Carranza Torres
Especial para el blog
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, París era otra vez una fiesta y Francia sido restablecida en su sitial de privilegio como referente de la cultura universal. Ni la Guerra de Indochina, con su vergonzosa derrota en Dien Bien Phu, ni la pérdida de Argelia, considerada prácticamente parte del país habían afectado eso. Pensadores como Sartre, Camus o Beauvoir tenían una audiencia internacional gigantesca. La nouvelle vague imponía el cine de autor, la cámara en mano y la luz natural. François Truffaut, Jean-Luc Godard, Alain Resnais, destacaban en el género. En las aulas se hablaba de Barthes, de Lacan.
En la música, las chicas Yé-yé se hallaban en alza. A Juliette Gréco le siguió Dalida; y a Dalida, France Gall, todas con una insólita popularidad no conocida antes. Sylvie Vartan (casada con la estrella de rock del momento Johnny Hallyday), Chantal Goya, y Françoise Hardy pronto se unieron al grupo. Esta última destacó pronto como el ícono de la época.
La música ye-yé era una novedad en muchos sentidos. Se trataba del primer movimiento musical encabezado mayoritariamente por chicas, jóvenes que cantaban a otras jóvenes, con letras de canciones con los temas que les eran propios, principalmente el amor. Canciones de letra inocente pero no exentas por ello de ciertas dosis de lívido. Por primera vez las jóvenes de la época se vieron reflejadas en sus ídolos.
Tal estilo de música pop ganaron al público joven principalmente en Francia a lo largo de la década de 1960, extendiéndose tal ola musical a muchos otros lugares de Europa, Sudamérica y los Estados Unidos.
La denominación provenía de la expresión "yeah, yeah", que se traducía "sí, sí", una expresión que abundaba en los estribillos de las canciones pop de la década de 1960.
La cantante gala France Gall fue una de las representantes más emblemáticas del movimiento, saltando a la fama masiva al triunfar en el concurso musical Eurovisión de 1965 con la canción «Poupée de cire, poupée de son»
Tan destacada como la anterior, Françoise Hardy había participado del certamen dos años antes con el tema «L'amour s'en va», pero el éxito le llegó con «Tous les garçons et les filles», una canción compuesta por ella la llevó de la forma más impensada a la notoriedad pública.
La noche del 30 de octubre de 1962 apareció interpretándola en un intermedio musical de la programación de la única cadena de TV francesa cuya pantalla sintonizaba buena parte del país, a la espera de los resultados del referéndum para modificar la Constitución. Al día siguiente, era la artista del momento, con ese tema sonando en todas las emisoras radiales. Antes de un año había vendido medio millón de discos en toda Europa.
Pronto se convertiría en el icono del movimiento, que combinaba un raro mix de inocencia y sensualidad, romanticismo y deseo en las letras de sus canciones.
Otras cantantes dentro de la categoría fueron Brigitte Bardot en su incursión por la música, Delphine Bury, Minouche Barelli y Élisabeth Beauvais bajo el nombre atístico de Clothilde, por decir unas pocas.
El yé-yé fue, desde sus comienzos, un estilo de música popular, preferido por los jóvenes europeos de ese tiempo, principalmente en los países de mayores raíces latinas como Francia, España, Italia y por extensión en buena parte de Iberoamérica. Sus canciones tienen influencias, varias y cruzadas, del soul, el rhythm & blues y el pop. También influyeron en la estética los llamados girl groups estadounidenses, como The Ronettes, The Shirelles, The Shangri-Las, por citar solo algunas.
Era también una estética social, de claro corte juvenil, despreocupado y con la mirada en disfrutar de la vida y los sentimientos que entraña.
Algunas de las jóvenes Yé-Yé presentaban trayectorias musicales anteriores a los años 60 como Brigitte Bardot, mientras que otras que tuvieron un corto periodo de tiempo en el mundo de la música como Delphine o Christel Ruby.
Se trató de un tiempo de ingenuismo, muchas veces consciente, frente a un mundo en el que la guerra fría arreciaba y el riesgo de una debacle nuclear era constante. Un último destello de ilusión, antes de caer en los pesimismos del fin de la década.
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