Los lectores de libros prohibidos del Monserrat

 



Por Luis R. Carranza Torres


En el claustro del colegio de Monserrat están sus nombres; pero la leyenda en el muro, respecto de su participación en el cabildo de mayo, no da mayores pistas de la historia subyacente. Aquella de un grupo de jóvenes estudiantes, que leyendo a escondidas libros prohibidos, cambió la historia de nuestro país, determinando en gran parte, el movimiento de Mayo de 1810.

Debe recalcarse a este respecto, que las posesiones españolas de América, inician sus procesos de independencia de la metrópoli, como expresa Andrés Cisneros en su introducción a la Historia de la Relaciones Exteriores argentinas, “en el contexto del vacío de poder producido por la prisión de Fernando VII y la invasión napoleónica de España, que volvía inexorable un cambio, y que depositaba el futuro en las manos de quienes tuvieran el coraje, la fuerza y la fortuna de imponerse al abismo que se abría a sus pies”. Y ellos lo tuvieron. 

Es que desde bastante tiempo atrás, España ya no era la de antes. Ese poder omnipresente, que había recuperado a los moros la iberia, descubierto un nuevo mundo allende los mares, y que fue capaz de conformar en ultramar, por estas tierras nuestras, una unidad político-cultural en una diversidad de geografías y pueblos, pocas veces experimentada en la historia.

La España de finales del siglo XVIII y principios del XIX, no era ni la sombra de lo que había sido un par de siglos antes. Gobernada por monarcas de cortas miras, que no llegaban ni siquiera a los talones de reyes como Carlos I de España y Felipe II.  

Como rasgo más evidente de su decadencia, esa España en retirada, era un estado temeroso de casi todo y casi todos. Y, en especial, de las ideas nuevas impresas en papel.

Es por ello que en el Imperio español estaba prohibido la lectura de De L’esirit des lois de Montesquieu, así como toda difusión de la Encyclopédie. En 1762 se vedó la entrada de cualquiera de las obras que respondiera a la pluma de ese sujeto Voltaire. In crescendo en esta vorágine prohibitiva, la Emile de Rosseau fue quemada en público ante la iglesia de los dominicos en Madrid. 

España se caía de su grandeza de siglos anteriores, que la hizo dueña y señora de media Europa y tres cuartos de América. Habiéndose vuelto tan pero tan pequeña, que le aterrorizaba que se leyeran ciertos libros. Y cada vez, conforme su propia debilidad se enfatizaba, más y más libros sacaban de quicio a sus pequeños gobernantes.

Sin embargo, y a través de distintos medios se leían la obra de tales pensadores tanto en la metrópoli como en Hispanoamérica. Córdoba y su universidad no fue la excepción a ello. Los claustros del Monserrat, tampoco.

Era por ese tiempo, la Universidad Real de Córdoba, como nos recuerda Enrique Martínez Paz en su obra La vida del Colegio Real de Nuestra Señora de Monserrat: “Una especie de hogar común, un alma mater, a cuyas cátedras, conclusiones, tesis, oposiciones, grados y solemnidades intelectuales y religiosas, concurrían estudiantes de distintas procedencias; el plan pedagógico de la Universidad no quedaba integrado con sólo la enseñanza de sus cátedras; hacían parte de él, de una manera decisiva, la disciplina moral y educacional que imponían los Colegios Mayores de la Universidad”.

Los colegiales de ese tiempo, visten una túnica negra y sobre ella la veca, una estola de color púrpura sobrepuesta al pecho que cae desde los hombros hasta abajo, teniendo en el lado que cubre la izquierda del pecho un pequeño escudo de plata. En él se halla gravado el nombre de Jesús, y en la parte superior lleva la diadema real, símbolo de la tutela regia acordada al Colegio, de ese mismo poder real que han comenzado a desdeñar. Cubren sus cabezas con un sombrero de cuatro picos. Las medias son negras o moradas, y dentro de la casa, las ropas son pardas sin alamares si pasamanos.


Ideas prohibidas, ideas leídas


Ocultos en arcones, contrabandeados entre equipajes y vituallas, los libros de la libertad entran al colegio, circulan de mano en mano con toda discreción, determinando la formación de secretos grupos para su lectura y discusión, en paralelo a la actividad académica reglada, y fuera de la esfera de vigilancia de las autoridades. 

Los altos cargos directivos, para su intranquilidad y desconsuelo, sabían lo que ocurría, sin poder detenerlo. Es por ello que el rector, padre Guittián, escribe en el “Libro privado en que se apunta el ingreso y salida de los Colegiales”, correspondiente al período 1772-1810, respecto del alumno Antonio de Esquerrenea: "Es muy adicto a doctrinas nuevas. Dios lo libre de que le caigan en las manos libros de los Países Bajos, o del Norte, y también los de algunos libertinos franceses”.

Como nos dice Félix Torres, en La Historia que escribí, tal anotación confirma la difusión de las ideas enciclopedistas en la educación superior cordobesa, acotando respecto del punto que el presbítero Juan Ignacio Gorriti, monserratense de la época, afirmaba que tales libros eran conocidos entre los estudiantes, “en muy corto número y entre gallos y medianoche”. 

Los alumnos cambian impresiones sobre las nuevas ideas, también en sus excursiones vespertinas a la Quinta de Santa Ana, o en sus cabalgatas en la estancia de Caroya durante el descanso estival. Por su parte, los periodos de convalecencia en la enfermería, real o inventada, eran también aprovechados por aquellos miembros del círculo de lecturas prohibidas, para terminar algún texto, que de ser necesario, se ocultaba entre mantas o debajo de almohadas.

Hechos como los ecos de la revolución de las colonias inglesas de Norteamérica en 1776, y el levantamiento indígena de Tupac Amarú, repercutieron en hacer ganar impulso a esos círculos clandestinos de lecturas prohibidas.

A tales sucesos externos se les unían otros referentes a la propia realidad de la Universidad, que como resultado de la expulsión de los jesuitas de 1767, había pasado a manos de los franciscanos, quienes como ha escrito Enrique Martínez Paz, en Una tesis de filosofía del siglo XVIII en la Universidad de Córdoba, estuvieron predispuestos a dar lugar en sus clases a Bacon, Galileo, Descartes, a los efectos de actualizar un tanto la enseñanza de las ideas, buscando con ello contrarestar, “los impíos sistemas de Machiabelo, Espinosa, Hobbes, Vanini, Voltaire, Rousseau y Montesquieu”.  Favorecían con ello la diversidad de criterios y por ende, su discusión y razonamiento; cambios éstos, que como nos dice Félix Torres en su obra, se hallaban en consonancia con las directrices generales de las reformas borbónicas en España. 

Pero tal estrategia, como marca Martínez Paz, a la postre fue contraproducente a sus objetivos, ya que como dice el autor, si bien la enseñanza de los franciscanos contenía sólo un mínimo de liberalismo, el único compatible con las instituciones del absolutismo real, “… fue bastante, sin embargo, para preparar el derrumbamiento de todo el castillo colonial”.

A ello se le suma que determinados profesores, tales como Fray Cayetano Rodríguez y Fray Pantaleón García, no sólo no se escandalizaban de las nuevas ideas, sino que las prohijaban en todo cuanto les era dable. El primero de ellos, por caso, mas de una vez repitió a sus alumnos que: “Los americanos somos culpables: nos agobiamos bajo el yugo español, cuando tiempo ha se nos viene a las manos el sacudirlo. Pero es necesario trabajar, ilustrarnos, o ilustrar la juventud. ¡Advierto presagios de libertad, y es necesario formar hombres!”. Tales palabras han quedado registradas, si bien no siempre recordadas, por el obispo Zenón Bustos, en el tercer tomo de los Anales de la Universidad de Córdoba.     

Ello determina que, como expresa Julio César Chávez en su obra El Supremo Dictador, respecto de la vida de Gaspar Francia (otro estudiante del convictorio en la época), entre 1778 y 1788 se forma en el ámbito de los colegios universitarios de Córdoba, toda una generación que después de diez años de convivencia, “dejará los claustros con nuevos ideales, alerta para promover y encauzar una profunda transformación en el continente”.

Fueron parte de ella, no sólo gentes de nuestras tierras como Juan José Paso, Antonio Domingo de Esquerrenea, Juan José Castelli, Pedro y Mariano Medrano, Juan Ignacio y Juan José Gorriti, Domingo Belgrano, Saturnino Rodríguez Peña, entre otros, sino también paraguayos como José Gaspar Francia y Francisco Xavier de Bogarín, o el chileno Gabino de Sierra Alta, entre otros.

Las nuevas ideas ganan nuevos adeptos y cobran mayores fuerzas, desbordando incluso el ámbito universitario, y ello determina un memorial del Cabildo Eclesiástico cordobés, al virrey Avilés del 5 de febrero de 1785, en que advierte de tales “opiniones falsas y perturbadoras de la paz pública”


Su influencia en las jornadas de mayo


El recambio de ideas y el ansia de nuevas libertades de los monserratenses es algo lento, pero imparable. Y decanta en nuestra realidad nacional en mayo de 1810.  Son una presencia palpable, como puede verse, en la conformación de la Primera Junta. Paso, Castelli y Alberti, nada menos. Actores centrales del cambio gubernativo.

La Primera Junta no se presentó como una ruptura al orden preexistente, sino como una continuidad de la soberanía del monarca, Fernando VII, prisionero en Francia. Para ello se basó en la teoría de la retroversión de la soberanía, expuesta por Castelli en el Cabildo Abierto del día 22 de mayo, y el derecho de los pueblos a conferir la autoridad o mando en ausencia del monarca.

Castelli ganaría con tales argumentaciones, la denominación de “orador de la revolución”. Al exponer su tesis que frente a la acefalía regia que Napoleón había provocado en España con el apresamiento de la familia real, entendía que los pueblos americanos tenían el derecho de reasumir su soberanía. Brindando la justificación teórica al cambio de gobierno que se quería instrumentar.

Paso, por su parte, había ingresado en el Convictorio de Monserrat, el 3 de marzo de 1774. Y es en Córdoba que obtuvo los grados más elevados, como Maestro de Filosofía y Doctor en Sagrada Teología, a los 21 años.

El 22 de Mayo de 1810 asistió al Cabildo abierto y apoyó la postura del grupo revolucionario que pugnaba por el cese del virrey, mediante un discurso convincente que ayudó a definir la votación en favor de la causa patriota. Tal actuación le valió el nombramiento de secretario de la Primera Junta al lado de Mariano Moreno, si bien su postura que Buenos Aires podía actuar como “hermana mayor” de las otras gobernaciones, en su nombre pero sin consulta previa, fue luego utilizada en desmedro de las autonomías locales.

Manuel Alberti, por su parte, Doctor en Teología por la Universidad de Córdoba, participó activamente de las jornadas de mayo de 1810: junto a 400 vecinos, firmó el pedido de sustitución del Virrey Cisneros durante el Cabildo Abierto del día 22, documento fundamental que antecede a los sucesos del viernes 25. Dueño de un discurso moderado pero sustancioso, fue también elegido para integrar la Primera Junta de Gobierno, resultando uno de sus miembros más ilustrados. 

El 25 de mayo de 1810 produce entonces, el hecho de contar con el primer gobierno patrio elegido en estas tierras. Contaba con tres monserratenses la Junta, sobre nueve de sus miembros. La secreta sociedad de los lectores nocturnos de libros prohibidos había triunfado.   


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NOTICIA DEL AUTOR: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El corazón de la espada (2020) y Germánicus. Entre Marte y Venus (2021). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.  





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