La muerte de un general gaucho
Por Luis Carranza Torres
especial para el blog
El general don Martín Miguel Juan de Mata Güemes, cumplió una muy destacada actuación en la Guerra de Independencia de la Argentina, pero poco reconocida fuera del norte del país.
Nació en Salta en 1785 y murió en la misma provincia en 1821. Su vida, por tanto, sólo alcanzó la corta medida de 36 años, a horcajadas no sólo de dos siglos, entre el XVIII y el XIX, diametralmente opuesto, sino que su existencia fue asimismo cruzada por el cambio en nuestro país de un régimen político, pasando de posesión española a nación independiente.
Su “guerra gaucha” como la denominara Lugones, refiere a la constante guerra defensiva que libró contra los españoles en el norte argentino, que mantuvo al resto del territorio argentino libre de invasiones realistas, ante la indiferencia porteña, que se concentraba en terminar con los caudillos del litoral.
Su método de lucha, bien puede definirse en una carta que le cursara Manuel Belgrano, y escrita un 7 de julio de 1817: “Compañero y amigo querido: Muchas veces jugando al ajedrez he puesto un peón muy avanzado, por si lograba conseguir ventajas. En ocasiones han correspondido los resultados y otras no. La guerra no es más que tal juego y así como se gana se pierde”.
El esforzado peón adelantado del Ejército del Norte, era su vanguardia, al mando de Martín Miguel y enfrascado en una lucha sumamente desigual con las tropas realistas que bajaban desde el Alto Perú.
En nada se parecía a la forma de guerrear de entonces. La lucha era un rosario intermitente de pequeños enfrentamientos casi diarios, mayoritariamente cortos tiroteos seguidos de retiradas, a lo de un frente de combate de más de setecientos kilómetros de extensión, desde Volcán hasta más allá de Orán, y que se adquiriese para los realistas proporciones de pavor e impotencia, conocida como Línea del Pasaje.
Internarse en tal camino, era estar de continuo sometido a emboscadas, día y noche, no tanto en sus avanzadas, sino en las tropas de retaguardia y en las que conducían los aprovisionamientos, por partidas que variaban entre los 20 y los 100 hombres. Era encontrar pueblo tras pueblo desierto, habiendo huido sus habitantes con todo lo aprovechable.
Seis invasiones realistas fueron detenidas de tal forma. La primera del experimentado mariscal De la Serna, al mando de 5.500 veteranos de guerra, quien partió de Lima asegurando que con ellos recuperaría Buenos Aires para España, y a tal efecto, empezó por ocupar Tarija, Jujuy, Salta, así como los pueblos de Cerrillos y Rosario de Lerma. Tuvo que retirarse, al ocupar Güemes Humahuaca, y vencer a uno de sus regimientos en San Pedrito, con lo que cortó sus comunicaciones y abastecimientos. Debió retirarse, siendo hostigado todo el tiempo por las partidas gauchas.
Vilipendiado por Paz en sus memorias por puras cuestiones ideológicas, Fermín Chávez en la 8ª edición de "Historia del país de los argentinos" da una semblanza mucho más equilibrada: “nunca bien con los jefes nombrados por Buenos Aires. El caudillo de los gauchos salteños no estaba hecho para la disciplina de los ejércitos regulares, cosa que no entendió Rondeau y sí San Martín. Por eso es que, en 1814, el Capitán de los Andes lo había reintegrado al Ejército del Norte, pero con la misión de llevar adelante la guerra de recursos. Y en la guerrilla, Güemes se lució como ninguno durante los años 14, 15 y 16, al constituirse en valla permanente sobre el frente del Norte. Porque consiguió poner a la tierra en armas…”
Casi cuatro años después, l8 de junio de
1820, José de San Martín le nombra general en jefe del Ejército de Observación “por
sus conocimientos distinguidos, sus servicios notorios, la localidad de su
provincia y voluntaria aclamación de los jefes y tropas del Ejército Auxiliar
del Perú”. Lo hizo en virtud de los términos del Acta de
Rancagua le había ratificado como oficial superior a cargo de la expedición
libertadora a Chile y el Perú, ante la ausencia de un Estado
Nacional luego de la denominada anarquía del año 20.
Pero
no todas son buenas. La crisis del año 20 deja al país sin un gobierno
nacional, y en el
año 1821, Güemes se
halla amenazado por varios frentes. A la defensa del norte de los ataques españoles
se sumaban los problemas derivados de la guerra civil, con la creciente
hostilidad de la provincia de Tucumán y su gobernador, Bernabé Aráoz.
Para peor, la muerte de Belgrano y el retiro hacia Córdoba del Ejército Auxiliar, lo había dejado librado a su suerte con los españoles.
Güemes se cuenta entre los gobernadores que entienden que ante la acefalia nacional, debe convenirse algún tipo de organización que reemplace al caído directorio porteño. Por eso convoca a un Congreso en Catamarca y solicita al gobernador Bustos en Córdoba promover el mismo. Su muerte truncaría tales gestiones.
Informado entonces Güemes
que otra vez Olañeta invadía con fuerzas realistas a la provincia, recurrió a
las a las fuerzas que estaban en Rosario de
Como contaría su segundo en el mando, el coronel Jorge Enrique Vidt, en una carta al Gral. Dionisio Puch, de fecha 8 de Abril de 1866, dice:
“Nosotros estábamos acampados a una legua, más o menos de Salta, organizando las fuerzas de la Provincia para marchar al encuentro del enemigo, cuando el Gral. Güemes tuvo la fatal idea de ir, durante la noche, escoltado por algunos hombres de caballería a la ciudad a objeto de tomar allí, personalmente algunas disposiciones…”
En las afueras de la ciudad dejó parte de su escolta en un lugar denominado el “Tincuna-co”, que serviría de apoyo en caso necesario y continuó la marcha hacia el centro, a la casa de su hermana María Magdalena Güemes de Tejada.
Ella había heredado tanto el carácter familiar como su adhesión a la causa patriota. Paz en sus Memorias, la describe como: “...mujer ambiciosa, intrigante y animosa, al paso que dotada de garbo y hermosura...”. Más allá de ser una las mujeres más bellas de la Salta de su tiempo, su inteligencia y sagacidad, la habían transformado no sólo en una consejera de peso para su hermano, sino en una recomponedora ante rencillas y entuertos, nada raros en la pasional Salta de los días de la independencia.
Fue gracias a sus gestiones que se llegó a la paz de Los Cerrillos, entre Güemes y las fuerzas de Rondeau.
Es en la casa de su hermana que Güemes, al percibir la presencia de fuerza realistas entradas de incógnito a la ciudad para dar con él busca de escapar al cerco que le plantaban en su contra.
“- ¡Escápate Martín, por la puerta falsa! –le dijo su hermana Macacha.
“- ¿Y la escolta?” le observó Güemes afectado en su honestidad y lealtad hacia sus gauchos. “- ¡No, no puedo yo huir abandonando la escolta; sería una cobardía!”.
No se pudo convencerlo de lo contrario. Y arrojándose sobre el caballo inició una rápida carrera por la calle nocturna alcanzado por su custodia. Era ya como la medianoche, en aquella fría y oscura noche del 7 de junio de 1821. Martín Miguel de Güemes, gobernador de Salta y general en jefe del Ejército Expedicionario al Perú, así designado por San Martín en junta de generales y reconocido por todas las provincias, para no ser alcanzado por los efectivos de Valdez tomó la calle de la Amargura (hoy Balcarce) y al llegar al Tagarete de Tineo (en la actualidad la Av. Belgrano.), se encontró con una línea de soldados realistas.
Sin dudar, Martín Miguel cargó junto a los suyos sobre la columna que le cerraban el paso, atropellándolos sable en mano, y recibiendo una descarga de fusilería el grupo. Al costo de perder la mayor parte de la escolta, y de resultar herido, pudieron atravesar de banda a banda la formación española.
La barricada sobre el puente del tagarete era de unos cincuenta hombres, una tropa de cazadores al mando de Lucio Archondo, salteño hijo de españoles.
Estos soldados de caballería, habían cerrado filas contra los jinetes, hiriendo a Martín Miguel a quemarropa.
El arma y la munición con la que le dispararon, tuvo mucho que ver con la forma en que murió.
La infantería española, durante las guerras de la independencia, se hallaba equipada con fusiles de chispa, calibre 18.4 mm., que disparaban un proyectil pesado de 10.30 grs., lanzado a velocidad moderada, dando así una trayectoria muy curva y su efecto principal era de impacto, más que perforante; equipado con un mecanismo de puntería elemental, constituido por el punto de mira y el alza de mira, para determinar la línea de puntería.
Dichos rasgos de tal munición, fue lo que salvó a Martín Miguel de morir desangrado por alguna lesión vascular, más que probable con un proyectil de mayor poder de impacto, que a la herida le hubiera sumado fracturas conminutas de los huesos del anillo óseo pelviano, capaces de lesionar alguna de las arterias y venas que atraviesan la pelvis, y que por el caudal sanguíneo que transportan hubiera causado una hemorragia grave, mortal en pocas horas.
Lesión que se agravaría seguramente por la cabalgata y posterior transito en camilla por lugares escarpados.
Pero el proyectil de bajo impacto que lo salvó de morir desangrado, por perversa paradoja, sería el mismo que le aseguraría una prolongada y dolorosísima agonía, septicemia mediante.
Sin detener la carrera, el héroe gaucho, logró salir de la ciudad y galopó al encuentro de su partida.
Fue en presencia de esa segunda comisión de enviados, dos días antes de morir, que sin dejar de terminar con la oferta, le expresó al coronel Jorge Enrique Widt, un alsaciano y antiguo oficial en el ejército de Napoleón Bonaparte, que era su jefe de estado mayor:
—¡Júreme usted, sobre el puño de esta espada, ya mismo y delante de estos señores, que cuando yo muera seguirá la lucha mientras haya un enemigo de la Patria y un salteño dispuesto a dar la vida por la libertad".
Así lo juró Widt, tras lo cual los emisarios se retiraron sin decir palabra.
Martín Miguel ordenó poner sitio a la ciudad y no descansar “hasta arrojar fuera de la Patria al enemigo”.
Al ver inevitable el fin, reunió a sus oficiales y transfiere el mando en su lecho de muerte, a Widt, designándolo como comandante en jefe del ejército provincial, para luego dar las últimas indicaciones.
Ante el desconsuelo de todos, Martín Miguel pronunció a las puertas de la fatalidad, las siguientes palabras:
—Voy a dejarlos ya, pero me voy tranquilo, porque sé que tras de mí quedan ustedes, que sabrán defender la Patria con el valor que han dado pruebas.
Muere poco después, en la Cañada de la Horqueta, al amanecer del domingo 17 de junio de 1821, a la intemperie, en un catre improvisado por el Capitán Mateo Ríos, al pie de un cebil colorado, siendo asistido por el presbítero Francisco de Paula Fernández.
Poco más de un mes después, el 22 de julio de 1821, sus fuerzas, liderados por José Antonio Fernández Cornejo, expulsaban de Salta a un ejército realista compuesto mayormente con tropas y oficiales traídos de europa y fogueados en las guerras en la península contra Napoleón.
Una vez más, póstumamente, su genio militar no había errado.
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NOTICIA DEL AUTOR: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El corazón de la espada (2020) y Germánicus. Entre Marte y Venus (2021). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.