Las guardianas del fuego sagrado
Por Luis Carranza Torres
En Germanicus: el corazón de la espada Bíbula Secunda, una joven patricia con problemas de familia, desde niña abrigaba "escapar de esa casa donde no era nadie y se la destrataba de continuo, profesando como Vestal".
Para cualquier familia romana que una de sus hijas fuera una de la Vestales se trataba de un inmenso honor. Es que las sacerdotisas de la diosa Vesta ocupaban un lugar central en el culto y la vida de la ciudad. Se contaban con los dedos de una mano, siendo seleccionadas cuando se producía una vacante por el propio Pontífice Máximo de entre las veinte niñas, de seis a diez años, más perfectas de Roma.
Su origen era incluso más antiguo que la propia Roma. Conforme la leyenda, la primera vestal fue Rea Silvia, nada menos que la madre de Rómulo y Remo, por lo que posible que su culto ya estuviera presente en la cultura latina. También de acuerdo a la tradición fue el segundo rey de roma, Numa Pompilio, quien las instauró como uno de los colegios sacerdotales.
Vivían por cuenta del estado en un conjunto de magníficas edificaciones que se ubicaban en la parte del foro junto al monte Palatino que ascendía hacia la colina de la Velia, en el sector más resguardado de las inundaciones del Tíber. Contaba por entonces con seis años, la menor edad para ser considerada una aspirante a Vestal. Siempre que podía, pedía pasar por allí y observaba al templo y la casa de las vestales, con grandes ojos, teniéndolo aún a sus cortos años, como la única posibilidad para huir de un hogar en que se la trataba como una intrusa.
Las aspirantes eran seleccionadas personalmente por el pontifex maximus, debiendo ser niñas de seis a diez años, hijas de ciudadanos romanos cuyos dos padres estuvieran vivos y no fueran sacerdotes, ni tener una hermana que fuese o hubiera sido vestal anteriormente. A ese primer examen le seguía otro, ante la vestalis maxima, ante quien desnudadas y examinadas minuciosamente, ya que debían ser "perfectas" (no tener cicatrices ni lesiones permanentes en el cuerpo ni ser mudas o sordas).
Cuando de entre las candidatas presentadas, una niña era seleccionada, se la separada de su familia y conducía al templo donde le eran cortados los cabellos, los que luego eran ofrecidos a la diosa Vesta colgándolos de un árbol viejo del bosque sagrado que se encontraba junto al Aedes Vestae, el templo de Vesta.
Dentro del templo, en el Atrium Vestae ardía el fuego sagrado de Vesta, diosa romana de la diosa de la tierra, del fuego y del humo. Esas llamas debían permanecer encendidas, sin apagarse nunca, y dicha tarea era una parte central de los deberes de las vestales. Que ese fuego ardiera perpetuamente estaba íntimamente vinculado con la fortuna de la ciudad y de apagarse resultaba la premonición de un desastre.
De extinguirse el fuego vestal, debía reunirse el Senado para tratar el asunto. Se investigaban las causas, se remediaban, y previa purificación del templo se lo volvía a encender usando la luz solar concentrada por un espejo cóncavo. La vestal que hubiera estado de guardia al apagarse era castiga con pena de azotes.
Las Vestales constituían la única excepción femenina en un estamento sacerdotal compuesto de hombres como el romano. Eran también, las únicas mujeres en Roma que podían dirigir por sí sus propios negocios y hasta testar sin estar sujeta a un tutor o autoridad familiar. De hecho, tenían mucha más capacidad jurídica que los filius varones sometidos a la autoridad de un pater.
La principal de ellas, denominada Virgo Vestalis Maxima o Vestalium Maxima, ejercía la supervisión de las demás en sus tareas y formaba parte del Colegio de Pontífices.
A la par de dichas ventajas, y de toda una serie de honores públicos, tenían deberes estrictos y penas terribles en caso de infringirlos. La pena por romper el voto de castidad era el soterramiento, ser enterradas vivas en una habitación subterránea que se cubría con tierra en la Porta Collina.
El servicio como vestal duraba treinta años, en tres etapas iguales de una década cada una: la primera, dedicada al aprendizaje, la siguiente al servicio propiamente dicho y la última a instruir a las nuevas vestales. Cumplido dicho tiempo podían contraer matrimonio, si era su voluntad, aunque por lo común aun retiradas las vestales permanecían célibes en el templo.
La difusión del cristianismo trajo aparejado su final. El 27 de febrero del año 380, el emperador Teodosio I el Grande declaró el cristianismo única religión imperial legítima, suprimiendo el apoyo del Estado a la religión romana tradicional y prohibiendo la adoración pública de los antiguos dioses.
El templo de Vesta fue cerrado en el año 391 y Celia Concordia dimitió como vestalis maxima en el año 394. Luego, hacia el final de su vida, se convirtió al cristianismo, doce años después.
Para leer más en el blog:
Los secretos de las gladiadoras
Dos amantes que se separan, que se pierden en los caminos que los alejan de Roma.
Amantes y guerreros, enfrentados por el lugar que cada uno ocupa en la sociedad,
que anhelan estar juntos sin que importe el mundo.
Entre Marte y Venus, en ese lugar imposible se libran todas las batallas.
Publio Valerio Aquilio, estrella ascendente del Senado romano, ha sido enviado a Germania por la ira del emperador que no quiere que nadie pueda hacerle sombra. Lo que para los demás es un exilio, para Publio se transforma en la búsqueda de su origen. Aunque pierda los encuentros secretos con Kendrya.
Kendrya, gladiadora celta que ha ganado la libertad, también escapa de Roma ante la imposibilidad de un lugar allí: no quiere seguir en las luchas en el Coliseo, no quiere más los encuentros clandestinos con Publio que, además, ha partido. Odia a Roma y a los romanos, por lo que asolar el Mediterráneo con actos de piratería le parece una buena forma de venganza.
Cada uno de ellos, guerreros y amantes, busca un destino al que aferrarse en un mundo convulsionado como una tormenta en medio del mar. Entre las sombras de un imperio decadente y las luces de una cultura, entre el despotismo imperial y la silenciosa revuelta, entre Marte y Venus, Kendrya y Publio libran una batalla imposible con ellos mismos.
Luis Carranza Torres retoma personajes y escenarios de Germanicus. El corazón de la espada en esta novela total sobre la Roma imperial, sobre las costumbres, la historia y la vida del siglo I d. C.