Dominarás el fuego
por Luis Carranza Torres
El fuego ha sido algo crucial para el desarrollo de la humanidad. Observado en la naturaleza, cuando los rayos caían y encendían árboles, o cuando el calor extremo generaba incendios espontáneos, hace aproximadamente unos 1,6 millones de años el Homo Erectus, fue capaz de “domesticarlo”. En el inicio, se lo trasladaba en antorchas y perpetuaba en fogatas, hasta que consiguieron hacer fuego por sí mismos, ya fuera con chispas producidas del roce de piedras, maderas u otras técnicas.
Además de proteger del frío y de los depredadores, el empleo del fuego permitió asar los alimentos exterminando parásitos y bacterias, así como una mejor y más fácil absorción de nutrientes. En el año 7.000 a.C., con el invento de las vasijas de barro, el asado dejó de ser la única técnica de preparación, permitiendo además cocerlos, calentar agua, aprovechar vegetales y legumbres en caldos. Dos mil años después, en Egipto, aparecerían los primeros hornos de adobe.
El fuego fue asimismo uno de los elementos determinantes para que nuestros ancestros pudieran pensar más y mejor, por el resguardo de enfermedades y la mejor alimentación. Oscar Castillero Mimenza en “La evolución del cerebro humano” explica que de un volumen craneal entre los 800 y los 1000 cm cúbicos en el Homo Erectus, se pasó a entre los 1400 y los 1900 en el Homo neanderthalensis. Se calcula asimismo que la irrigación sanguínea se multiplicó por seis en comparación a los primeros homínidos.
Al aplicar el fuego a los metales, en particular al cobre para fundirlo y vaciarlo en moldes, originó la Edad del Cobre o Calcolítico, hacia el año 4000 a.C. De allí en más estuvo presente en la metalurgia de todas las épocas.
María Encarnación Gómez Rojo en su obra “Historia jurídica del incendio en la Edad Antigua y en el ordenamiento medieval castellano”, expresa que: “el delito de incendio no surge como nueva forma de criminalidad auspiciada por los cambios sociales, sino que hunde sus raíces histórico-legislativas en remotos precedentes, principiando por el "Código de Hammurabi" donde si bien no hay una pena asignada al que provoca un incendio, sí se castiga con el lanzamiento al fuego a aquél que se apropiara de algún bien mueble si con ocasión de un incendio fortuito en casa de un tercero fuera a la misma con la intención primigenia de apagarlo”. Son varios los pasajes de Ulpiano contenidos en el Digesto que refieren a la materia de los incendios.
La centralidad del fuego lo volvió sagrado con no pocas consecuencias jurídicas en diversas culturas. En la Antigua Grecia, representado por la diosa Hestia, era un elemento sagrado y vital, asociado tanto a la vida doméstica como a la divina. Las vestales eran las sacerdotisas en la antigua Roma encargadas de mantener vivo el fuego sagrado de la diosa Vesta, símbolo del hogar y la comunidad de Roma. Su extinción, a más de un presagio de desgracia, conllevaba el castigo de la responsable que podía ir desde azotes por parte del Pontífice Máximo, hasta el enterramiento viva en los casos más graves.
Las fuentes bíblicas elohísta y yahvista, visualizaban a Dios con el fuego, algo que se recoge tanto en el arte judío (en pocas obras, dado su general aniconismo) como en el cristianismo. En el Antiguo Testamento, la voz de Dios habla a Moisés desde una zarza ardiente. En el Nuevo Testamento, a Jesús a menudo se relaciona con el fuego, tanto en un sentido literal como simbólico, sobre todo en el Evangelio de Lucas (12:49 ó 9:54). Resulta, asimismo, un símbolo de la presencia y el poder de Dios, y la representación del Espíritu Santo. El episodio de las "lenguas de fuego" de Pentecostés, descritas en los Hechos de los Apóstoles (2:1-15), representa la manifestación del Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús, en el evento marca el nacimiento de la Iglesia cristiana.
A más de flechas o jabalinas incendiarias, el “fuego griego” fue la gran arma de la antigüedad. Utilizada por el Imperio bizantino, capaz de arder incluso en contacto con el agua. Se cree que fue inventado por un cristiano sirio de nombre Calínico. Empleado desde barcos mediante sifones presurizados, salvo a Constantinopla de varios asedios árabes.
Durante el siglo XIII, con la llegada de la pólvora desde Medio Oriente a Europa, se desarrollaron las primeras armas de fuego que, tanto para bien como para mal, no han cesado de refinarse hasta nuestros días.
En 1769 James Watt patentó un diseño de máquina que utilizaba vapor producido por el fuego de una caldera para crear un movimiento de pistones, con numerosas aplicaciones, incluidas las primeras locomotoras y barcos autopropulsados. Se iniciaba la revolución industrial.
Jean Joseph Etienne Lenoir creó el primer motor de combustión interna en 1860, que tuvo diversas mejoras hasta que el 27 de febrero de 1892, Rudolf Diesel solicitó a la Oficina Imperial de Patentes de Berlín una patente sobre un “Nuevo motor térmico”.
La aparición de los automóviles determinó para el derecho la necesidad de regular un objeto muy particular. El derecho del tránsito y los registros sobre objetos muebles, surgieron a semejanza de sus homólogos del mar y de inmuebles. Con la aparición de la aviación, debió luego de la primera guerra mundial, surgir el derecho aeronáutico. Y tras la Segunda Guerra Mundial, con sus cohetes de largo alcance, el derecho espacial.
Hoy en día, el fuego sigue siendo fundamental, desde la generación de energía hasta las combustiones de mecanismos de propulsión, aunque ha sido complementado por fuentes de energía más avanzadas, como la solar y la nuclear. También, en cuanto al derecho, se mantiene como la razón de no pocas normativas jurídicas en áreas por demás diversas.
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SOBRE EL AUTOR DE LA NOTA: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversas asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El Corazón de la Espada (2020), Germánicus. Entre Marte y Venus (2021), Los Extraños de Mayo (2022), La Traidora (2023) y Senderos de Odio (2024). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y como autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.
Un territorio de frontera.
Un crimen atroz que va a vengarse.
Un hombre arrasado por la guerra.
Una mujer marcada por su pasado.
San Carlos de Bariloche, a fines de 1922. Por entonces, un poblado en el territorio nacional de Río Negro junto al lago Nahuel Huapi, en Argentina.
A Guillermo Kepler, naturalizado argentino, una partida de bandoleros le mata a su familia, le roba sus caballos y le incendia su casa; le disparan hasta darlo por muerto, cayendo en las heladas aguas del lago. Pero, como en la guerra, sobrevive una vez más.
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Luis Carranza Torres ha escrito una novela de amor en tiempos de venganza, donde dar lugar a lo importante a veces queda relegado por el dolor.