Alma de los ejércitos y reina de las batallas
por Luis Carranza Torres
El soldado de a pie es la primera forma de la guerra, cuando ni siquiera los ejércitos existían como tal. Tampoco lo militar como tal. Se trataba de simples guerreros.
"La infantería es el arma más antigua y noble de la guerra, porque es el hombre con su coraje y su fusil lo que decide la victoria", leí alguna vez en un manual militar, enfatizando el elemento humano de los ejércitos.
Napoleón parece ser un creador de grandes frases para la infantería, aun siendo artillero. Sea que las haya dicho realmente o no a algunas de ellas, ninguna de ellas pierde su sentido: "La infantería es la reina de las batallas", destaca su importancia primordial en sus victorias. O "la infantería es el alma del ejército", e incluso "Dios está de parte de los batallones más grandes", atribuida también a Napoleón Bonaparte, resalta la importancia de las formaciones de infantes en cualquier campo de batalla.
Se trata de un arma que hunde sus raíces en la historia. Existían, de hecho, aun antes de llamarse de tal forma. Fue la forma primigenia del soldado, antes que se domesticara a los animales para crear la caballería. Cada tiempo y civilización tuvo su infante particular. Así del hoplita griego y el legionario romano pasamos en la edad media a los peones de lanza en los reinos hispánicos, o las milicias concejiles.
Durante el reinado de los Reyes Católicos y a consecuencia de la guerra de Granada, se adoptó el modelo de los piqueros suizos, repartían las tropas de infantería en tres clases: piqueros, escudados (espadachines) y ballesteros mezclados con las primeras armas de fuego portátiles (espingarderos y escopeteros).
El coselete era, en los ejércitos del siglo XVI y siglo XVII, un grupo de piqueros que estaban protegidos con un tipo de armadura llamada también «coselete», nombre igual al de los hombres que la portaban. Se podría decir que eran los piqueros pesados de los ejércitos de la Edad Moderna durante el siglo XVI e inicios del siglo XVII, pues más tarde, la pica desaparecería de los campos de batalla, debido a la hegemonía de las armas de fuego, en especial el arcabuz y el mosquete.
Un tercio era una unidad militar de infantería del Ejército español durante la época de la casa de Austria, compuesta de compañías de soldados que incluían a piqueros (con lanzas o picas), arcabuceros (con arcabuces) y mosqueteros (con mosquetes). La unidad estaba liderada por un maestre de campo, y cada compañía era comandada por un capitán.
Tanto su efectividad en batalla como su valor adquirieron ribetes de leyenda. Durante la batalla de Empel a inicios de diciembre de 1585, a la intimación holandesa a rendirse al Tercio de Francisco Arias de Bobadilla por encontrarse en una situación tan desesperada que estaban a las puertas de su aniquilación, fue contestada por él con las siguientes palabras: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos».
Si bien presente anteriormente, en el siglo XIX se consolida y traduce en formaciones especializadas concretas el concepto de la infantería ligera. En Inglaterra con el nombre inicial de Cuerpo experimental de fusileros (The Experimental Corps of Riflemen) se formó en 1800 una unidad que posteriormente sería el Regimiento n.º 95 de Infantería (Fusileros) (95th (Rifle) Regiment of Foot) a partir de 1803, para actuar como tropas ligeras de élite especializadas en escaramuzas para hostigar a las fuerzas francesas, incorporando tácticas, métodos de entrenamiento y armamento revolucionarios para la época.
Se movían rápido y en pequeños grupos, disimulándose con el terreno, por lo que usaban clarines en lugar de tambores para difundir sus órdenes sobre el terreno y el uniforme que vestían era verde.
Los "voltigeurs" (del francés, que significa "saltadores") eran unidades de infantería ligera de élite del Gran Ejército francés, creadas por Napoleón Bonaparte en 1804 de similares características. Con tamaño de compañía formaban parte de los batallones de infantería. Sus funciones eran de hostigamiento del enemigo, reconocimiento y protección de los flancos de las unidades de infantería pesada, así como de cubrir los avances y las retiradas. Se los seleccionaba de entre los soldados de menor altura para pasar más disimulados y su uniforme, similar infantería de línea, tenía como características distintivas, las plumas o los cordones de color verde en su sombrero chacó.
Los chasseurs (cazadores) por su parte, existían como regimientos completos de infantería ligera. No eran una compañía dentro de un batallón más grande, sino una unidad independiente. Tenían un rol más amplio que los voltigeurs. Aunque también actuaban como hostigadores, su función principal era la exploración, la cobertura y el combate en terrenos difíciles. A menudo se les consideraba la fuerza principal de la infantería ligera, operando de manera más independiente que los voltigeurs.
Los "cazadores" en los ejércitos españoles e hispanoamericanos, "Jäger" (en el alemán), guardan relación con este tipo de unidades.
Con la evolución del armamento (rifles de aguja, luego automáticos), las diferencias entre la infantería ligera y la pesada se fueron difuminando para desaparecer en el siglo XX. La mayoría de las tropas de infantería adoptaron tácticas que antes eran exclusivas de la infantería ligera, como el orden abierto y el movimiento por el campo de batalla.
La frase "mi fiel infantería" se atribuye comúnmente al rey Carlos III de España, aunque no aparece registrada de forma oficial en documentos históricos como una cita textual.
En las Invasiones Inglesas, fueron los cuerpos criollos, casi exclusivamente de infantería, —Patricios, Arribeños, Pardos y Morenos— quienes defendieron las calles de Buenos Aires. Vecinos con fusil, devenidos en milicia ciudadana y fuerzas de línea luego. La infantería nació del propio pueblo.
Contra lo que habitualmente se cree, José de San Martín inició su carrera de armas como infante en el regimiento de Murcia y lo siguió siendo durante mucho tiempo. De hecho, esta lo fue embarcada en la fragata Santa Dorotea.
Por eso cuanto organizaba el Ejército de los Andes, lo pergeño como uno en donde la infantería cumplía un rol central. Desde los Andes hasta Ayacucho, los regimientos Nº 7 y 8, integrados por soldados libertos, antiguos esclavos, se cubrieron de gloria.
Quizás el regimiento más emblemático del arma sea el Regimiento de Patricios, llamado "El Uno Grande", que estuvo presente en todos los conflictos de esta tierra desde las invasiones inglesas a la guerra de Malvinas. Pero también existen otros cuerpos con historia.
Escaparía al sentido de este artículo nombrarlos a todos, así que seleccionamos solo algunos a modo de ejemplo.
Regimiento de Infantería paracaidista 2 "General Balcarce", es de los más modernos en su especialidad pero tiene raíces en unidades históricas. Fue creado en 1810 a partir de la Legión de Patricios, siendo hoy custodia del Cabildo de Córdoba. Fue una de las unidades principales de la Confederación Argentina entre 1838 y 1847.
El regimiento 3 hoy "General Belgrano", se origina en 1810 y sirvió bajo las órdenes del General Manuel Belgrano en las campañas del Norte, destacándose en las batallas de Tucumán y Salta.
El hoy Regimiento de Infantería de Montaña 10 "General Racedo", actualmente con asiento en Neuquén, tuvo en 1816 la misión en Tucumán de custodiar las sesiones del congreso que declaró nuestra independencia. Una misión que, con su uniforme histórico, actualmente recrea en la Casa de Tucumán.
El Regimiento de Infantería de Montaña 11 "General Las Heras" tiene una historia que se remonta a su bautismo de fuego en 1814 en Cucha Cucha en Chile y su posterior actuación en el Ejército de los Andes. Por ser la única unidad que había cruzado, en marcha, los Andes, fueron pedidos expresamente por San Martín para el Ejército de los Andes.
El Batallón de Infantería de Marina N°5, creado el el 26 de junio de 1947 en Tierra del Fuego, asentado en Río Grande, especialista en operaciones de montaña y clima frío destacó, entre otros, por su participación en la Guerra de Malvinas.
El Escuadrón Tropa de la Escuela de Aviación Militar, por su parte, tuvo su bautismo de fuego en la custodia de aeródromos durante la Guerra de Malvinas, sufriendo las bajas de los cinco soldados que ofrendaron su vida durante tal conflicto, de las 55 bajas totales de la fuerza. Es le motivo por el cual los integrantes de esa subunidad usan el parche de Malvinas en el brazo derecho.
Como puede verse, no es un arma privativa del ejército de tierra. La marina tiene su propia infantería y el escalafón de Seguridad y Defensa en la Fuerza Aérea informalmente y allá lejos, se decía de sí con orgullo: "somos la infantería de la Fuerza Aérea".
En los últimos cuatro siglos se ha visto en la evolución militar, la aparición de los infantes especializados: el granadero, el cazador, y ya en el siglo XX, el paracaidista y el comando.
El 11 de octubre de 1943, se creó la Escuela de Tropas Aerotransportadas, convirtiendo al Ejército Argentino en el primer ejército de Latinoamérica y el quinto a nivel mundial en contar con este tipo de tropas. Un año después se establece el Batallón de Tropas Aerotransportadas.
El 16 de noviembre de 1964 se crea en Córdoba la IV Brigada de infantería aerotransportada, que posteriormente pasa a llamarse de infantería paracaidista en 1999.
El Regimiento de Asalto Aéreo 601 fue creado formalmente en enero del año 2000, siendo concebida para operar detrás de las líneas enemigas, con la capacidad de ser insertada y reubicada rápidamente para ejecutar misiones de alto impacto merced al uso de helicópteros.
Hoy en día la infantería "tecnológica" puede estar equipada con fusiles de asalto modulares, chalecos de protección de placas tácticos, gafas balísticas, protección auditiva activa, dispositivos de visión nocturna (NVG) y térmica (TI) o sistemas de combate de infantería integrados (F-SMC o "Future Soldier Systems"), entre otros avances.
Pero más allá de esa creciente tecnología de los entornos de batalla del presente, la que se incorpora de forma casi continua en este siglo XXI a la infantería, el infante y la firmeza especial de carácter que le resulta propia sigue siendo el pilar de cualquier ejército.
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Una mujer humillada y desposeída.
La tentación de recuperarlo todo.
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Un general con un desafío por cumplir: cruzar los Andes.
Provincias Unidas de Sudamérica, 1816. Las tierras del antiguo Virreinato del Río de la Plata han declarado su independencia de la corona española, en el peor de los momentos posibles. El nuevo país, libre pero cargado de dificultades y retos, apuesta a remontar sus derrotas en el Alto Perú, con el audaz plan de formar un nuevo ejército y cruzar la cordillera para batir a los realistas por el oeste.
En Chile, Sebastiana Núñez Gálvez ha visto desbarrancar su mundo de lujos, pero también de oscuridades, tras la reconquista realista del país. Ajusticiado su esposo por liderar el bando patriota y confiscados todos sus bienes, malvive en la extrema necesitad. Una falta de todo que la ha hecho abjurar de cualquier creencia y hasta de su reputación, para conseguir subsistir.
El Mariscal español Marco del Pont lo sabe perfectamente, y le ofrece devolverle todas sus posesiones y alcurnia, a cambio de pasar a Mendoza y obtener el secreto mejor guardado del Gobernador de Cuyo y General en jefe de ese nuevo ejército, José de San Martín: por dónde pasarán sus tropas a Chile.
Sebastiana es una mujer decidida a todo para averiguarlo; apuesta para lograrlo a su antiguo y fuerte vínculo de amistad con la esposa del gobernador y General en jefe, Remedios de Escalada. No le importa tener que mentir, engañar o traicionar viejas lealtades.
Pero la imprevista relación con un oficial de granaderos trastocará sus planes. Alguien que, precisamente, debe mantener a los secretos de su jefe a salvo de los espías realistas.