El hombre del máuser

 


por Ariel Patagno 


Pocas obras literarias tienen a un arma tan emblemática como un protagonista más de la trama. Me refiero a la novela Senderos de Odio de Luis Carranza Torres, editada en 2024 por Editorial Del Fondo.

En el desarrollo de su trama, el protagonista, Guillermo Kepler, carga con una guerra mundial a cuestas, luchada en la dureza de los Alpes. Ha renegado del soldado que fue, en una unidad de élite de las tropas de asalto austrohúngaras. Pretende alcanzar la paz que no tiene por dentro, en ese año de 1921, criando caballos en un terreno cercano a Bariloche. Pero cuando un grupo de bandoleros, aparecidos como de la nada, mata a su familia, quema su casa y roba sus caballos, disparándole además hasta creer haberlo asesinado, va a volver a ser aquel ser ciego al dolor y cansancio, que no descansa hasta eliminar a sus enemigos.

Para ello, el extraño y solitario médico que lo ha salvado, un italiano que participó en la misma guerra que él, le entrega un fusil que nunca había empleado antes:  


Guido le alcanzó el arma, un fusil de cerrojo, con miras abiertas, que Guillermo tomó con cierto sentimiento de incomodidad. Se había prometido a sí mismo no volver a empuñar un arma luego del término de la guerra. Estaba quebrando esa palabra.

—Los vi en la guerra, pero nunca disparé uno —le comentó al italiano, en tanto lo revisaba—. Nosotros usábamos el Mannlicher.

—Me lo figuraba, caro amico. No es un mal fusil el Ruck-Zuck, pero este es aún mejor.

Se sorprendió de que Guido nombrara al fusil austrohúngaro por el apodo que le daban los soldados de ese imperio que se extinguiría en breve. Significaba «ahora mismo» o «muy rápido», aludiendo a su velocidad de carga, por el revolucionario cerrojo lineal que empleaba, producto del ingenio de su creador, Ferdinand Ritter von Mannlicher.

Guillermo se tomó su tiempo para examinar el arma con tanta curiosidad como precaución. Desde el término de la guerra no tocaba una.

—Parece un máuser alemán.

—Lo es, pero el diseño particular del modelo se aparta un tanto de lo que has podido ver. Es, en verdad, el mejor de todos ellos: el modelo argentino 1909.

Saltaba a la vista que se trataba de una muy buena arma militar, conservada de modo impecable; tal vez, tomada del Tiro Federal, del lugar del que Guido era miembro. Fundado el 30 de abril de 1915, se trataba de la institución más antigua del lugar, y de las más activas, habida cuenta de las rispideces fronterizas que cada tanto se sucedían. «Aquí se aprende a defender a la patria», decía el cartel a la entrada del sitio de tiro. No era ningún secreto que, en caso de conflicto, quienes disparaban allí en edad militar serían los primeros en ser sumados al ejército para engrosar sus filas.


De tal forma inicia una simbiosis entre arma y hombre que lo llevará a situaciones extremas. Pues nunca es fácil un camino de venganza. Ya como dice esa frase  "si quieres vengarte, cava dos tumbas, una es para ti", la venganza es destructiva tanto para quien la inflige como para quien la recibe. Y al ir a buscarla, aun el justiciero con las mejores razones termina sufriendo consecuencias negativas. 

Además, ciertas cuestiones, entre ellas una mujer, van a complicársela aun más. Ema es la contracara de Kepler. Una mujer tan resiliente como misteriosa. Y que puede ser no tan inocente ni ajena al asunto. 

Hemos reseñado ya a la novela en Cuando la Patagonia fue el lejano oeste por lo que no volveremos aquí sobre lo ya dicho. En cambio, ponemos la mirada en esta arma de alcurnia, que forma una parte importante de su trama. Tanto o más, que en los planes de devolver el mal con el mal de su protagonista.

Hubo una serie de televisión del género western protagonizada por Chuck Connors, cuyo título original, The Rifleman, fue traducido al español como El hombre del rifle, que asocié de inmediato al leer la novela.

Retrataba la historia de Lucas McCain, un vaquero viudo que trabajaba en su rancho situado cerca de North Fork, en Nuevo México, acompañado de su pequeño hijo Mark. Se emitió en Estados Unidos entre setiembre de 1958 y abril de 1963, en 169 capítulos.

McCain podía disparar su Winchester modelo 1892, que había modificado a su gusto en el mecanismo de la palanca, en tres décimas de segundo si vamos a creer a los datos de la serie. También por esa modificación podía amartillar el rifle haciéndolo girar alrededor de su mano.

Era un arma única, en más de un sentido. De hecho, incluso, imposible de existir para la época de la serie, que transcurría por el año 1881, nada menos que once giros al sol antes de ser creada. Cosas de la T.V.

Más allá de los detalles de lugar y época, McCain y Kepler comparten una personalidad que atrae por su determinación. También poseen un código de honor acentuado que les permite enfrentar la violencia sin teñirse de ella. 

Pero no son pocas sus diferencias. El patagónico no tiene el círculo afectivo del vaquero de Nuevo México. Es un hombre que busca pagar con las misma moneda a quienes le han hecho perder todo en la vida de la manera más violenta posible. Un justiciero de sí mismo.

En lo que toca a las habilidades de uno y otro como tiradores, Kepler es uno mucho más cerebral que el estadounidense, que crea las situaciones de disparo, antes que reaccionar a ellas.

Es por eso, además de otras cosas, que se trata de una historia intensa, de constante tensión e imprevistos giros en la trama. Cuestiones a las que un arma magnífica como el fusil Mauser Modelo Argentino 1909, va a contribuir en no poca medida.

Por todo eso, al magnífico personaje de Guillermo Kepler bien podemos nombrarlo también como "El Hombre del Máuser". 


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Un territorio de frontera.
Un crimen atroz que va a vengarse.
Un hombre arrasado por la guerra.
Una mujer marcada por su pasado.

San Carlos de Bariloche, a fines de 1922. Por entonces, un poblado en el territorio nacional de Río Negro junto al lago Nahuel Huapi, en Argentina. 
A Guillermo Kepler, naturalizado argentino, una partida de bandoleros le mata a su familia, le roba sus caballos y le incendia su casa; le disparan hasta darlo por muerto, cayendo en las heladas aguas del lago. Pero, como en la guerra, sobrevive una vez más. 
Obediente de las leyes y los gobiernos hasta entonces, decide que ya es suficiente. Y ante las complicaciones que la resolución del caso tiene para el juez letrado y la policía local, hará justicia por mano propia, máuser en mano. Pero aquellos que han destruido su vida tienen influencias poderosas al otro lado de la cordillera, en Chile. 
En su camino de venganza, cruzará destino con Ema, una enigmática mujer, tan herida y presa de tanta oscuridad como él mismo. Descubrirá entonces que ese destino, que puede ser muy cruel a veces, también, del modo más extraño, arroja a su paso ciertas segundas oportunidades. Pero el precio que deberá pagar no será fácil ni simple. Porque cuando se transitan senderos de odio, nadie sale sin heridas. 

Luis Carranza Torres ha escrito una novela de amor en tiempos de venganza, donde dar lugar a lo importante a veces queda relegado por el dolor.

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