San Lorenzo: ese combate que no conocemos



por Luis Carranza Torres

especial para el blog. 


 A corta distancia del monasterio de San Carlos, en San Lorenzo, leguas al norte de Rosario, los granaderos del General José de San Martín derrotaron, un 3 de febrero de 1813, a las fuerzas desembarcas de una expedición realista que, en 11 buques, que buscaba aprovisionarse mediante la rapiña de las costas del Paraná. Se trataba de 250 hombres de la Milicia urbana de Montevideo que traían consigo 2 cañones.

Tras la Revolución de Mayo, Montevideo se había convertido en la capital provisional del Virreinato del Río de la Plata, siendo además la única base naval española en el Atlántico Sur. Sitiada por tierra por las fuerzas de José Rondeau, a las se sumaron luego la tropa de José Gervasio Artigas, seguros los realistas tras sus sólidas murallas, pero imposibilitados de abastecerse en el terreno circundante, lo intentaron por mar. Sin escuadra para salirles al paso, se encomendó la defensa de la costa a una formación móvil del recién creado regimiento de granaderos a cargo del Teniente Coronel José de San Martín. 

El combate duró poco más quince minutos. Los granaderos tuvieron 27 heridos, 15 muertos y un prisionero, y los realistas 40 muertos y 13 heridos. Además, dejaron dos cañones, 50 fusiles, cuatro bayonetas y una bandera.


Fue esta la única batalla que libró José de San Martín en suelo argentino y el bautismo de fuego del regimiento de Granaderos a Caballo que creara. La táctica militar empleada por el Libertador consistió en una maniobra envolvente, de cuño europeo y napoleónico, al igual que la misma concepción por la que creara un cuerpo de caballería de élite como eran los granaderos a caballo en ese momento de la historia militar, tomada de las fuerzas homólogas de Napoleón a las que enfrentara en España.

Las palabras de San Martín en su parte de batalla implicaban mucho más que su significado literal: “El valor e intrepidez que han manifestado la oficialidad y tropa de mi mando los hace acreedores a los respetos de la patria, y atenciones de V.E”. Su idea de recrear en estas tierras una fuerza militar a la Europa, había pasado con todo éxito su primera prueba.

San Lorenzo tiene, pues, más allá del resultado del combate en sí, una capital importancia en la consolidación del ejército patriota como una fuerza militar de buena preparación capaz de ejecutar movimientos complejos. Es también, en pequeño, la idea que luego se hará una gran unidad de batalla con el Ejército de los Andes, formado siguiendo no poco del concepto de Cuerpo de Ejército de Napoleón. 

Demostró también, la necesidad de una escuadra patriota que pudiera hacer frente a la flotilla española que iba y venía por los ríos. 

Placa en homenaje a José de San Martín, en el Convento San Carlos.

No pocos aspectos de ese hecho histórico se nos escapan. Por caso, no fue exactamente en el Campo de la Gloria, sino en el trayecto entre el convento y una especie de puerto natural localizado unos cientos de metros hacia el norte y que desapareció tras una furiosa tormenta de 1915.

Los españoles avanzaron en oblicuo al convento y no de frente. Su pabellón no era rojo como se canta en La Marcha de San Lorenzo. Tampoco las tropas patriotas hicieron tremolar la bandera celeste y blanca como luce en la letra de la marcha de la bandera, la que si bien ya había sido creada por Belgrano, no solo no era de uso, sino que estaba mal vista por el gobernante Triunvirato. Ejemplo de ello es que el uso de la bandera que hizo Belgrano tres meses después en Jujuy fue reprobado. Si bien no hay una fecha exacta en que la celeste y blanca fuera autorizada como bandera, en opinión de Vicente Fidel López “sólo a fines de 1814 o 1815” comenzó a ser habitual su empleo.

De hecho, recién el 12 de marzo la Asamblea del año XIII, cuyas sesiones se iniciaron tres días antes del combate de San Lorenzo, adoptaría un escudo propio. Hasta entonces, el sello que se utilizaba para los documentos era todavía el de las armas reales. Paradojas de una Nación en gestación.

Las fuerzas patriotas bajo el mando de San Martín no sólo estaban compuestas de 120 granaderos. Cerca de Rosario había sumado a ellas un centenar de milicianos dirigidos por Celedonio Escalada. En el parte complementario del combate, San Martín valora “la actividad y celo de los jefes milicianos”.

Respecto de Juan Bautista Cabral era un correntino de raza negra, descendiente de esclavos, nacido a fines del siglo XVIII. No era sargento en el momento del combate, sino soldado raso del cuerpo de granaderos. Todo un avance para la época, en que las personas de raza negra en el ejército español solo podían ser infantes por entenderse que no podían ser buenos jinetes. 


Lo confirma que, vueltos a Buenos Aires, San Martín mandó a colocar sobre la puerta del cuartel del Retiro un tablero en forma oval con la siguiente inscripción: “Al soldado Juan Bautista Cabral. Murió en la acción de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813"

Respecto a las últimas palabras de Cabral, hay quienes sostienen que fueron dichas en guaraní y que fue San Martín quien lo tradujo al español para incorporarlo al parte de batalla. También, que sus términos fueron mucho menos elegantes que “hemos batido al enemigo”. Tal parece que, los insultó a viva voz. 

Todo ello no quita un ápice a lo realmente crucial de este hecho histórico: en lo inmediato, una victoria que puso coto a las depredaciones de la flota realista en el litoral. De cara al futuro, la constatación que era posible crear una fuerza militar de idéntica calidad a las europeas, capaz de llevar adelante las operaciones militar tan complejas y extensas que se requerían para resguardar los territorios del antiguo Virreinato e, incluso, proyectar la libertad a otros territorios hermanos.

Sea por lo uno o lo otro, no son poco los frutos a futuro que este combate engendraría.  


Para seguir leyendo sobre historia en el blog:

El encuentro francés de José de San Martín y Napoleón Bonaparte


Los libros de San Martín













NOTICIA DEL AUTOR: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El corazón de la espada (2020) y Germánicus. Entre Marte y Venus (2021). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.  





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