Vértigo: la historia de una obsesión freudiana

 


por Luis Carranza Torres

Vértigo es una de las películas de Alfred Hitchcock que más me gustó. No soy un fan solitario. Para la lista de críticos de Sight & sound se trata de la mejor película de la historia permaneciendo desde 2012 en el puesto uno de dicho ranking. También inspiró varios otros filmes y la novela El juego de las Dudas de mi autoría. 

Pero la película de don Alfred tiene también su base en otra obra: el libro de dos autores franceses, Pierre Boileau y Thomas Narcejac, quienes escribieron D'entre les morts en el mismo año de la película. 

Lo suyo era una rara muestra de la escitura en colaboración. Como cuenta Juan Tallón en "El escritor soy yo", artículo publicado en  Jot Down contemporary culture mag: "Boileau residía en París y se le ocurrían buenas ideas para escribir novelas. Tenía oficio. Urdía tramas con agilidad, las desarrollaba en unas pocas páginas y se las enviaba a Narcejac, cuyo verdadero nombre era Pierre Ayraud, y que vivía en Nantes como profesor de letras en el liceo Clemenceu. Narcejac era un estilista y, con las ideas-madre de Boileau escribía el manuscrito de las novelas, que posteriormente devolvía a su socio, que lo mecanografiaba y corregía. Cada uno aportaba algo de lo que el otro adolecía. En general, ambos poseían cualidades de autores consagrados, cosa que ya eran antes de asociarse. Boileau, especialista en cuentos, era más audaz que Narcejac, que en cambio tenía mejores frases. Era más escritor. Consiguieron crear un «estilo» Boileau-Narcejac, en el que se respetaba el reparto de tareas, y se huía de la fusión".

Se trata de una novela no tan difundida como el filme, pero que desde el primer diálogo nace tan intrigante como tal película. 

—Pues bien —dijo Gevigne—, quisiera que vigilaras a mi esposa.
—¡Diablo!… ¿Te engaña?
—No.
—Pues, ¿por qué?
—No es fácil de explicar. Esta extraña… Me inquieta.
—¿Qué temes, exactamente?
Gevigne vacilaba. Miraba a Flavieres, y éste se daba cuenta del motivo que lo detenía. Gevigne no tenía confianza en él.

Un mal día, un antiguo compañero de la facultad de derecho llama a la puerta de Roger Flavières, que ha estudio derecho para entrar a la policía por un mandato paterno para luego abandonarla al descubrir, ya inspector, que no era lo suyo. Ahora pervive en un bufete como letrado. Allí recibe a su supuesto amigo y la intrigante propuesta de éste: Quiere contratarlo para que investigue a su mujer. Gevigne. No porque sospeche de su fidelidad amorosa, sino teme que esté perdiendo la razón y haga alguna locura, por su obsesión con una antepasada suya muerta trágicamente.


"El licor fresco no le tranquilizó. Seguía dándole vueltas al problema que le obsesionaba. Renée era Madeleine y, sin embargo, Madeleine no tenía nada que ver con Renée. Y ningún doctor Ballard sería capaz de resolver este enigma. A no ser que él, Flavières, estuviera equivocado desde el principio y la memoria le hubiera jugado una mala pasada. Había conocido tan poco a la verdadera Madeleine, la de años atrás... Habían pasado tantas cosas..."

Esa historia de dualidades fue desde siempre atrayente para mí. Un sentimiento que decantó literariamente al escribir El juego de las Dudas, donde esa idea urticante respecto a que relación pueden tener dos personas iguales, una viva y otra que acaba de morir, la proyecté en otra dirección, pero con el mismo aire de suspenso y misterio de la película.

Por eso en mi novela, Eloísa pasa también por el salón de belleza para teñir de rubio su cabello castaño. Un giño y un homenaje a la película de Hitchcock donde Novak personificando a Madeleine hace igual, aunque en contextos bastantes distintos. En el libro, la Madeleine literaria tiene el mismo traje gris que Novak en el filme, pero su cabello está “delicadamente teñido de caoba”.


Otro punto en común es la desdicha del personaje. Scoty en el filme, Roger en la novela original o Simón en la de un servidor. En todos los casos, con sus respectivas vidas, resultan seres que parecen haber nacido para sufrir. 

Según algunos, los franceses le hicieron trampa al cineasta con el libro, escribiéndolo a la medida de sus deseos para que lo llevara al celuloide. 

Tal postura es la del cineasta galo François Truffaut, quien al mantener con su colega británico las conversaciones que llevaron al libro El cine según Hitchcock, se lo comentó a Hitchcock que el libro estaba escrito para él, "para que a partir de ella realizara un filme", a lo que el británico respondió perplejo que "Pero ya era un libro antes de que se compraran los derechos para mí". Truffaut le contesta que sí, para luego explicarle que Boileau y Narcejac, sabedores que el cineasta había querido comprar otra de sus obras, Las diabólicas, rápidamente redactaron algo similar para que Paramount picara el anzuelo y lograr una venta adicional. Al ser interrogado sobre qué le gustó del libro, reveló Hitchcock que lo que le interesaba, "eran los esfuerzos que hacía James Stewart para recrear una mujer, a partir de la imagen de una muerta".

También Hitchcock le cuenta otra arista que pretendía cubrir en su película: "Hay otro aspecto que llamaría sexopsicológico y es, aquí, la voluntad que anima a este hombre para recrear una imagen sexual imposible; para decirlo de manera sencilla, este hombre quiere acostarse con una muerta; esto es necrofilia". Se trataba de emociones con las que Alfred estaba en su salsa para disparar una historia a través de la cámara.

Mireia Mullor en “60 años de ‘Vértigo’: guía para entender la mejor película de la historia” aparecido en fotogramas del 10/08/2018, entiende en su análisis que: "Si lo pensamos bien, esta es, en realidad, la historia del encubrimiento de un asesinato por violencia de género. Sin embargo, no es ese hecho el que se nos queda: el relato de amor, fantasmas y engaños es mucho más suculento. Nos adentramos en él de nuevo, en todas sus capas de significado, seis décadas después de su estreno”, y de la mano de las teorías freudianas sobre el inconsciente como motor de las pulsiones sexuales, la obsesión con Madeleine del protagonista esconde “una necesidad del personaje de liberarse de su culpa a través del sexo, de alguien que “murió” igual que el objeto de su trauma y con el que necesita repetir el suceso”, observando asimismo que en el filme “las mujeres juegan un papel capital como las representantes del bien y el mal, la estabilidad y el caos, el bienestar y el dolor. El protagonista, enfermo de sí mismo, buscará lo complejo (Madelaine) ignorando con desdén lo cómodo (Midge) y lo verdadero (Judy). El hombre pone por delante la fantasía a la realidad. Prefiere construir un fantasma que enfrentarse a una vida real que carece del morbo, las persecuciones o los romances propios del cine noir”. Todo eso, tan complejo, lo logra en una trama que no da descanso a las emociones. 

 Por mucho tiempo quise leer la novela que inspiraba el filme. Cuando finalmente lo pude conseguir, la trama me desilusionó. Vértigo, a mi entender, es de los casos en que la película mejora al libro. 


Mucho después encontré que Gregorio Belinchón, un periodista literario parecía coincidir con eso, de acuerdo a lo que escribió en “Vértigo renace entre los muertos” una nota para El País Cultura del 25 de abril de 2013, dado que la novela “se desarrolla durante la II Guerra Mundial en París (la primera parte) y Marsella (la segunda). Por eso, junto a la trama, hay un cierto reflejo de los miedos de vivir en mitad de una ocupación y de las penurias económicas que sufren los franceses. Da mayor verosimilitud a toda la atmósfera de apariciones y desapariciones. Hitchcock traslada toda la acción a San Francisco y cuenta con cuatro bazas excepcionales: la música de Bernard Herrmann, los títulos de crédito de Saul Bass, James Stewart y Kim Novak. Hitchcock había contratado a Vera Miles (Falso culpable), pero esta se quedó embarazada y recurrieron corriendo a Novak. A él nunca le gustó el trabajo de ella ("La señorita Novak llegó al estudio con cabeza llena de ideas que, desgraciadamente, no podía compartir"; "se jactaba de no usar sujetador"), y siempre criticó injustamente a Novak”.

Como nos cuenta, no fue fácil filmarla: “El rodaje se aplazó en varias ocasiones y se chupó a varios guionistas; el resultado en su momento no volvió loco a nadie. Con el tiempo, la película se convirtió en un clásico”.

Tanto que terminó por invisibilizar a la novela original. O mejor dicho, eclipsarla. 


Para leer más:



Un hombre triste y una mujer peligrosa


Una época de romance, tecnología y espías


Una novela que se las trae



Vicisitudes de la eñe


NOTICIA DEL AUTOR: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El corazón de la espada (2020) y Germánicus. Entre Marte y Venus (2021). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.  

















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