El testamento mendocino de José de San Martín

 



Por Luis Carranza Torres


Redactado por Cristóbal Barcala, escribano de Cabildo y Gobierno de Mendoza, fechado el 23 de octubre de 1818, con el gobernador intendente de Cuyo coronel mayor don Toribio de Luzuriaga, su tío político, el militar de igual grado don Hilarión de la Quintana y Fray Luis Beltrán por testigos, tal pieza documental es acaso el menos conocido de los tres testamentos que han llegado a nuestro saber respecto de José de San Martín. Acaso sea el más íntimo y el que mejor pone de resalto la personalidad privada del Libertador.

Es de tal forma que “don José de San Martín, Capitán General y en Jefe del Ejército de los Andes”, residente en el presente en Mendoza pero “estando en próxima partida para la Capital de Santiago de Chile”, a fin de preparar la expedición al Perú, “deseando hacer una declaración con fuerza de última voluntad en virtud de los privilegios que le franquean las leyes civiles, militares y otras superiores resoluciones, para que se tenga en la clase de disposición testamentaria para el caso que Su Excelencia fallezca”, previos los requisitos legales que se dan por insertos y comprendidos en el documento, “dispone y es su voluntad dar y conferir, en primer lugar, a su esposa doña Remedios Escalada de San Martín, todo su poder amplio y tan bastante como se requiera y sea necesario para que perciba y se haga cargo de todos los bienes que tiene y posee Su Excelencia, así en ésta como en cualesquiera otra parte, disponiendo de ellos y administrándole como le parezca libre y francamente y que pueda practicar para las diligencias que le ocurran en ausencia de Su Excelencia por sí y sin intervención ni permiso de Juez ni autoridad alguna”.

Tal decisión es una prueba innegable no sólo del afecto por su esposa, Remedios de Escalada, relación tan vilipendiada por algunos sin mayores fundamentos, sino también de la opinión del prócer respecto de las capacidades y méritos de la mujer en la sociedad de su tiempo para manejar los asuntos patrimoniales.

En un tiempo en que se acostumbraba, por misoginia, nombrar a un pariente o amigo cercano como albacea, San Martín a su esposa Remedios, además de instituirla heredera junto a “su hija legítima y de su esposa la antedicha señora doña Remedios Escalada, y a los demás descendientes de su legítimo matrimonio que tuviese al tiempo de su fallecimiento”, la designa asimismo “Albacea Testamentaria, Tutora y Curadora de su dicha hija. Quedando todo lo demás como queda expuesto a la disposición de dicha señora su esposa”. Encargos, como ya hemos dicho, poco comunes en la época que un marido hiciera a su esposa. Reveladores, por lo demás, de la estima y confianza que le tenía, más allá de lo sentimental, en las cuestiones de orden práctico y mundano del matrimonio, así como el plano de igualdad en que debió haberse vivido dicha comunidad de vida.

Un dato no menor, en lo personal e incluso íntimo, era la parte en que deja abierta la sucesión a otros hijos que pudiera tener con Remedios.

En cuanto a sus bienes -éste es un dato por demás esclarecedor de la importancia que le asignaba a las posesiones materiales, a pesar de tener propiedades en Mendoza, una casa en la ciudad y una chacra en los barriales-, nada dice respecto de ellos. Sólo dispone respecto de dos de sus cosas personales: sus armas personales y sus libros.

Respecto a las primeras, establece que “las armas de su uso se repartan entre sus hermanos políticos”. Es decir, los hermanos de Remedios, Mariano y Manuel, ambos de los primeros oficiales que tuvo el Regimiento de Granaderos a Caballo.

Por tales fechas, su cuñado Manuel Escalada y de la Quintana habían tomado parte del cruce de los Andes y de la batalla de Chacabuco, después de la cual galopó en 14 días hasta Buenos Aires con la noticia del triunfo, marcando un récord que lo convirtió en un héroe popular. Luego combatiría en el asalto de Talcahuano, en Cancha Rayada y en Maipú. Después de esta última batalla, rompió su propia marca e hizo el mismo recorrido e idénticos fines en sólo 12 días. Llegaría, un año después del testamento, a ser comandante del Regimiento de Granaderos.

Su hermano Mariano participaría de similares combates y ascendió al grado de teniente coronel por la época. En 1819 San Martín lo enviaría de Chile a Mendoza para que acompañara a su hermana Remedios hasta la casa de su padre, en Buenos Aires, a causa de la mala salud de ésta.

Respecto de sus libros, manda que “la librería que actualmente posee y ha comprado con el fin de que se establezca y forme en esta capital una biblioteca, quede destinada a dicho fin, y se lleve a puro y decidido efecto su pensamiento”.

San Martín era un lector voraz y un decidido cultor del libro como medio de difundir, no solo el conocimiento y la cultura sino hacer libre a un pueblo. Donde fuera, lo acompañaban sus libros. Al punto de mandar a construir unos cajones especialmente acondicionados para que su biblioteca lo acompañara durante el cruce de los Andes.

Se calcula que tal biblioteca se componía de un millar de obras sobre arte, historia, literatura (narrativa, poesía y teatro), ciencias y crónica de viajes. No pocas de ellas en francés, alguna en portugués y, por supuesto, el grueso en español.

Algo después, ya Protector del Perú, por decreto del 14 de septiembre de 1822, fundaría la Biblioteca Nacional del Perú, en Lima, en razón de que, como luce en los considerandos de la medida: “A los progresos del espíritu, se debe la conservación de los derechos de los pueblos”. Se trata pues, este testamento mendocino de 1818, de un documento capital para entender la personalidad y el sentir del hombre en sí, más allá de sus cargos y hazañas. También para confirmar, una vez más, que los logros públicos de las personas tienen una esencial ligación con los valores que tenga en su interior.


Para seguir leyendo sobre historia en el blog:

Los secretos de un auditor de guerra


Los libros de San Martín










NOTICIA DEL AUTOR: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El corazón de la espada (2020), Germánicus. Entre Marte y Venus (2021) y Los Extraños de Mayo (2022). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.  


Los Extraños de Mayo (novela)
 
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, París era otra vez una fiesta y Francia sido restablecida en su sitial de privilegio como referente de la cultura universal. Ni la Guerra de Indochina, con su vergonzosa derrota en Dien Bien Phu, ni la pérdida de Argelia, considerada prácticamente parte del país habían afectado eso. Pensadores como Sartre, Camus o Beauvoir tenían una audiencia internacional gigantesca. La nouvelle vague imponía el cine de autor, la cámara en mano y la luz natural. François Truffaut, Jean-Luc Godard, Alain Resnais, destacaban en el género. En las aulas se hablaba de Barthes, de Lacan. En la música, las chicas Yé-yé se hallaban en alza. A Juliette Gréco le siguió Dalida; y a Dalida, France Gall, todas con una insólita popularidad no conocida antes. Sylvie Vartan, Chantal Goya, y Françoise Hardy pronto se unieron al grupo. Esta última destacó pronto como el ícono de la época.  

    La música ye-yé era una novedad en muchos sentidos. Se trataba del primer movimiento musical encabezado mayoritariamente por chicas, jóvenes que cantaban a otras jóvenes, con letras de canciones con los temas que les eran propios, principalmente el amor. Canciones de letra inocente pero no exentas por ello de ciertas dosis de lívido.  Por primera vez las jóvenes de la época se vieron reflejadas en sus ídolos.

    Desde la pantalla grande, Bridget Bardot, Catherine Deneuve o Anna Karina, cada cual, con su peculiar estilo, imponían una sensualidad nunca antes grabada en celuloide. 

    "A ese mundo joven entraba yo. No tenía por entonces mucha conciencia de a dónde me metía. O, más bien, hasta donde me llevaría cierta persona". Dice Alan (o Alain), el narrador de la novela. No se refiere a otra que la enigmática Adèle con quien parece, por algún tipo de karma, condenado a vivir unas jornadas que cambiaron al mundo.

        Ocurre en mayo de 1968, cuando los estudiantes, sin aviso previo, ganan las calles. Una rebelión está a punto de ocurrir y ellos van a forma parte de eso.  

        Se trata de un período en que, por unos pocos días, el mundo pareció quererse vivir dado vuelta, una época convulsa en que dos almas, cada una afligida por sus propias y personales razones, buscan no solo la libertad para su vida, sino tener a ese otro que calce con sus sentimientos para compartirla.

    Una exploración día a día, de la vida y del otro, poblada de ensayo y error, de rispideces y una atracción intensa (aunque, tal vez, y para pena de ambos, destructiva).

    En ese camino, cruzarán sus pasos con personas tan distintas como Daniel Cohn-Bendit, Charles De Gaulle, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Jacques Lacan o Françoise Hardy.

    ¿Quién no ha querido cambiar el mundo alguna vez? Pero puede ser que sea mucho más fácil hacerlo con el mundo de otros que con el de uno mismo. 



Lo más leído

Imagen

La foto del 2 de abril

Imagen

La leyenda del Halcón