José de San Martín, Juez

 



Una semblanza del Padre de la Patria como magistrado judicial. Tanto en la faz civil como en la militar, proyectó su especial carácter en múltiples decisorios.


Por Luis R. Carranza Torres


Los lugares comunes de la historia, enseñada y aprendida, escolarización mediante a fuerza de mecánicas repeticiones, más propias de los loros que de seres humanos, han desfigurado bastante la figura de José de San Martín, a la par de hacer caer en el olvido facetas de la mayor valía de su persona.


“La conciencia es el mejor juez que tiene un hombre de bien”, afirmó el prócer alguna vez.


No era sólo una frase: se trataba, en su caso, de una práctica de vida que puso de manifiesto no pocas veces. Aquí buscamos rescatar de ellas esas ocasiones en que se desempeñó como magistrado impartiendo justicia.


En particular, su genio militar eclipsa el hecho de que era uno de los hombres más ilustrados de su tiempo. Y un profundo conocedor de las vicisitudes del espíritu humano.


Era un hombre de acción pero también una persona preocupada por razonar y entender su tiempo. Eximio espadachín y amante de las armas de fuego, pero también un ávido lector.


John Miers -por ejemplo- destaca, tras conocerlo, su afición por los muebles ingleses, su admiración por sus “ídolos” en materia castrense: Napoleón Bonaparte y Lord Wellington, cuyos retratos siempre colocaba en su lugar de trabajo.


A todas sus campañas, junto a su colección de unas veinte armas de fuego largas escogidas, entre fusiles y rifles, acarreaba también una decena de baúles con libros en tres idiomas: el propio más el francés y el inglés. Eran sus pertenencias más preciadas y con ellos atravesó el Atlántico de Inglaterra a Buenos Aires; de allí a Mendoza; los “cruza” por la cordillera y los embarca en la navegación desde Chile a las costas peruanas.


Su primera actividad “judicial” al llegar a tierras patrias ocurre en la organización del Regimiento de Granaderos a Caballo. Como ha estudiado Daniel Balmaceda, apenas una semana medió entre su llegada a Buenos Aires y el encargo de parte del gobierno de la creación de un escuadrón de caballería. San Martín tenía en mente una fuerza forjada sobre los “adelantos” en la materia observados durante las guerras napoleónicas, pero existía una escasez crónica de soldados. Todo lo disponible en la materia estaba peleando en la Banda Oriental o en el Alto Perú. Tres semanas después, sólo contaba con cinco de los 90 necesarios. Un sargento, dos cabos, un trompeta y un único soldado propiamente dicho.


Fue entonces cuando, investido de las facultades judiciales correspondientes, se dedicó a estudiar causa por causa los soldados que cumplían penas de presidio en la isla de Martín García. Y al más puro estilo, en versión siglo XIX, del personaje que encarnaría para el cine Lee Marvin como el mayor Reisman en la película Los doce del patíbulo, conmutó penas a cambio de servicio en la nueva unidad de elite. De tal forma, marinos desertores y antiguos patricios encarcelados por el Motín de las Trenzas pasaron a engrosar sus efectivos.


Luego, como gobernador en Mendoza, ejerciendo las funciones de Justicia Mayor que venían con el cargo desde la época hispánica, se destacó por el buen tino de sus sentencias.


En una causa seguida contra dos espías mandados desde Chile por los españoles, en lugar de la pena de muerte establecida les impuso la de trabajos forzados, debiendo llevar, cuando cumplieran en público tal faena, un letrero con la leyenda “Infieles a la Patria”. Poco podrían espiar después de semejante escrache.


En el sumario seguido respecto de una chacarera “por haber hablado contra la Patria”, en lugar de la cárcel o los azotes de rigor, mandó a entregar a intendencia del ejército, como pena,“diez docenas de zapallos que el ejército necesitaba para su rancho”, para defender esa Patria de la que mal hablaba.


Tales anécdotas no hacen sino situarnos ante un hombre de carne y hueso, sin las desfiguraciones del bronce, que era un profundo conocedor del espíritu humano. Era altamente exigente con todos quienes se hallaban bajo su autoridad, civil o militar, siendo implacable con la dejadez o la negligencia en el deber. Pero por lo mismo que conocía el alma humana, sabía que resulta algo connatural al hombre que hace cosas que a veces yerre, siendo de absoluta justicia conceder segundas oportunidades cuando se ha equivocado de buena fe, por exceso de pasiones.


Hacer justicia es no dejar impune afrenta, pero también ser medido en el castigo. Buscar rehabilitar, antes que martirizar. A la luz de los ejemplos reseñados, ése parece ser el mensaje subyacente en las sentencias del magistrado de justicia José de San Martín.


Para seguir leyendo sobre historia en el blog:

Los secretos de un auditor de guerra


Los libros de San Martín










NOTICIA DEL AUTOR: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El corazón de la espada (2020), Germánicus. Entre Marte y Venus (2021) y Los Extraños de Mayo (2022). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.  


Los Extraños de Mayo (novela)
 
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, París era otra vez una fiesta y Francia sido restablecida en su sitial de privilegio como referente de la cultura universal. Ni la Guerra de Indochina, con su vergonzosa derrota en Dien Bien Phu, ni la pérdida de Argelia, considerada prácticamente parte del país habían afectado eso. Pensadores como Sartre, Camus o Beauvoir tenían una audiencia internacional gigantesca. La nouvelle vague imponía el cine de autor, la cámara en mano y la luz natural. François Truffaut, Jean-Luc Godard, Alain Resnais, destacaban en el género. En las aulas se hablaba de Barthes, de Lacan. En la música, las chicas Yé-yé se hallaban en alza. A Juliette Gréco le siguió Dalida; y a Dalida, France Gall, todas con una insólita popularidad no conocida antes. Sylvie Vartan, Chantal Goya, y Françoise Hardy pronto se unieron al grupo. Esta última destacó pronto como el ícono de la época.  

    La música ye-yé era una novedad en muchos sentidos. Se trataba del primer movimiento musical encabezado mayoritariamente por chicas, jóvenes que cantaban a otras jóvenes, con letras de canciones con los temas que les eran propios, principalmente el amor. Canciones de letra inocente pero no exentas por ello de ciertas dosis de lívido.  Por primera vez las jóvenes de la época se vieron reflejadas en sus ídolos.

    Desde la pantalla grande, Bridget Bardot, Catherine Deneuve o Anna Karina, cada cual, con su peculiar estilo, imponían una sensualidad nunca antes grabada en celuloide. 

    "A ese mundo joven entraba yo. No tenía por entonces mucha conciencia de a dónde me metía. O, más bien, hasta donde me llevaría cierta persona". Dice Alan (o Alain), el narrador de la novela. No se refiere a otra que la enigmática Adèle con quien parece, por algún tipo de karma, condenado a vivir unas jornadas que cambiaron al mundo.

        Ocurre en mayo de 1968, cuando los estudiantes, sin aviso previo, ganan las calles. Una rebelión está a punto de ocurrir y ellos van a forma parte de eso.  

        Se trata de un período en que, por unos pocos días, el mundo pareció quererse vivir dado vuelta, una época convulsa en que dos almas, cada una afligida por sus propias y personales razones, buscan no solo la libertad para su vida, sino tener a ese otro que calce con sus sentimientos para compartirla.

    Una exploración día a día, de la vida y del otro, poblada de ensayo y error, de rispideces y una atracción intensa (aunque, tal vez, y para pena de ambos, destructiva).

    En ese camino, cruzarán sus pasos con personas tan distintas como Daniel Cohn-Bendit, Charles De Gaulle, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Jacques Lacan o Françoise Hardy.

    ¿Quién no ha querido cambiar el mundo alguna vez? Pero puede ser que sea mucho más fácil hacerlo con el mundo de otros que con el de uno mismo. 



Lo más leído

Imagen

La foto del 2 de abril

Imagen

La leyenda del Halcón