La pasión lectora de Napoleón
por Luis Carranza Torres
especial para el blog
A lo largo de toda su vida, sin importar las
responsabilidades que estuviera desempeñando o lo bueno o malo del momento en
su vida, Napoleón Bonaparte fue un conspicuo lector.
Al decir de Daniélle Véron Denise, curadora de la
muestra sobre el particular ocurrida en 2017 en el en el chateau de Fontainebleau "tenía
una pasión incontrolable por la lectura. Leía todo lo que caía en sus manos y a
gran velocidad. Había días en que devoraba hasta tres libros".
Su primera aproximación como lector fue en la biblioteca de su padre, el abogado Carlo María Bonaparte, de un millar y medio de volúmenes de historia, literatura, filosofía, ciencias y derecho. Diría años más tarde: “Muéstrame una familia de lectores y te mostraré a las personas que mueven el mundo”.
Sus profesores en el colegio militar de Brienne y en
la École Militaire de París, destacaron su costumbre de educarse a través de la
lectura. Creemos de nuestra parte que su elección por la especialidad de artillería
en esos años, guardaba relación con tal afición: eran los oficiales que debían
ser más “leídos” debiendo a la táctica militar, sumar conocimientos de física y
química.
No por nada, su estatua inaugurada en Valence en 2010 y realizada por Jean-Paul Ravit, representa a un joven Napoleón leyendo, por entonces solo un Teniente 2° del Regimiento de La Fère, estacionado en dicha ciudad.
Según se cuenta fue allí, en Valence, durante uno de los arrestos forzosos, comunes como pena por infracciones al servicio, que “aprovechó de estudiar el Digesto y fortalecer sus conocimientos de Derecho”, según Norma Alcamán Riffo en su trabajo “Napoleón bibliófilo”.
Su interés lector era un abanico de temas, más allá de
la guerra y la política que incluida no solo a la geografía, historia,
filosofía, ciencia, agricultura, astronomía y la ingeniería, sino también tenía
fascinación por las obras de ficción y la poesía.
Sus autores preferidos eran Homero, Virgilio, César,
Voltaire, Corneille, Maquiavelo, Pascal, Goldoni y Madame de Staël, pero
también leía a escritores ingleses como James Macpherson. Sus ocho tomos de “Las
leyendas de Ossian” era una de las que elegia con más frecuencia para leer
antes de dormir.
Cuando, ya cónsul, se instaló con Josefina en la
Malmaison, entre sus reformas fue instalar allí una hermosa biblioteca, que
llegó a tener más de cinco mil ejemplares, y que era su lugar de trabajo
preferido.
Gustaba de encuadernar sus libros en cuero, a los que
grababa en letras doradas con las con las iniciales B y P entrelazadas en el
lomo (de Bonaparte-La Pagerie, que era el nombre de la familia de Josefina) y
"Malmaison ".
Hizo asimismo instalar bibliotecas en las Tullerías y
en los palacios de Saint-Cloud, Trianon, Compiégne y Rambouillet, a las que se
preocupó por proveer adecuadamente.
Durante sus campañas, tan pronto era elegido un lugar
como su cuartel general, las cajas de libros que lo acompañabas se colocaban en
la habitación que estaba destinada a ser su estudio, junto con las carpetas que
contenían sus cartas y mapas.
Al respecto, en el diario Sacramento Daily Union del 6
de junio de 1885, (Volume 53, Number 90 de la colección respectiva) apareció el
artículo en inglés “Napoleon I and His Traveling Libraries”, en donde se
comentaba conforme los dichos del hijo de quien fuera el bibliotecario de Napoleón,
Antoine Alexandre Barbier, que: “Durante
mucho tiempo Napoleón solía llevar los libros que necesitaba en cajas, de unos
sesenta volúmenes cada una” Los libros se apilaban sobre estantes (realizados
por un famoso ebanista de la época). Primero eran de caoba, pero el material no
era lo suficientemente fuerte para soportar las vicisitudes de viajes por malas
carreteras, así que Barbier (el librero de Napoleón) decidió hacerlos de roble
y recubrirlos de cuero. El interior estaba forrado de cuero verde o terciopelo,
y los libros estaban encuadernados en Marruecos. Además, había un catálogo para
cada caja, con un número correspondiente a cada volumen, para no tener que
perder nunca ni un minuto de más en coger el libro que precisaba·”.
Su primer biblioteca portátil documentada fue durante la campaña en Italia (1796-1797). Otra, mucho más depurada lo acompañó a Egipto en 1798. Allí leyó la Biblia durante los desplazamientos.
Durante la campaña de Jena, le ordenó a su secretario que redactase la siguiente misiva: "El emperador se queja de que no recibe novedades de París. Sin embargo, le sería usted fácil enviarnos cada día dos o tres volúmenes, con el correo que sale a las ocho de la mañana."
En 1808, mientras Napoleón se encontraba en Bayona, se enviaron a Barbier precisas instrucciones respecto de cómo debía ser una biblioteca de viaje: "El Emperador desea que usted forme una biblioteca itinerante de 1000 volúmenes en formato doceavo e impresos con una bella tipografía. Su Majestad tiene la intención de imprimir estos trabajos para uso especial, y para economizar espacio no habrá márgenes en ellos. Deben contener de 500 a 600 páginas, y deben estar encuadernadas con cubiertas lo más flexibles y elásticas posibles. Debe haber 40 obras sobre religión, 40 obras dramáticas, 40 volúmenes de poemas épicos y 60 de otra poesía, 100 novelas y 60 volúmenes de historia, siendo el resto las memorias históricas de cada periodo”.
Hay múltiples comentarios sobre sus lecturas en su correspondencia, así como tenía la costumbre de anotar o tomar apuntes de sus lecturas.
Quizás la más famosa de ellas sean los comentarios a la edición de "El príncipe", de Maquiavelo. El 18 de junio de 1815, tras la batalla de Mont-saint-Jean, entre los restos y desperdicios del asedio, en la carroza usada por Napoleón Bonaparte, se hallan unos manuscritos que se corresponden a las anotaciones hechas por Bonaparte a El Príncipe de Maquiavelo.
Durante su corto y simbólico reinado en la isla de Elba, escribió una novela corta, de amores y guerra, "Clisson et Eugénie", cuyo protagonista era un heroico soldado francés desengañado del amor. Nunca terminó una versión revisada y completa de la historia, habiéndose fragmentado Se han recogido varias versiones y manuscritos, que el historiador Peter Hicks pudo recomponer, y que al salir a subasta se vendió en US$250.000 (doscientos cincuenta mil dólares) en 2016.
Luego de abdicar en abril de 1814, Bonaparte vació a
la vista de un horrorizado encargado, la biblioteca de Fontainebleau,
llevándose unos 700 libros entre los que se incluían un estudio de flores
inglés en versión infantil y una edición en francés del "Don Quijote"
impresa en Amsterdam.
Diez meses más tarde, cuando el Gran Corso salió de la isla de Elba, su colección allí superaba los dos mil trescientos volúmenes, mayoritariamente hurtados de otras bibliotecas. Es que Napoleón, además de lector, era un ave de rapiña respecto de las obras literarias. Una conducta que denominaba un "enlévement", "rapto" en francés.
Tras la derrota de Waterloo, y mientras esperaba para
ir al exilio en Santa Helena en Malmaison, cuando los generales de la coalición
europea fueron a buscarlo, lo hallaron en la biblioteca, leyendo una popular
novela, cuyo título nadie se preocupó en rescatar para la historia.
No es descabellado pensar que muchos de su logro y su proverbial inteligencia y sagacidad, se debían en una parte no menor, a ser un ávido y exquisito lector.
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