Harlow: la invención de la rubia platinada



Por Luis Carranza Torres


“Blonde bombshell”, se le dice en inglés. Una “bomba rubia”, en la traducción literal. Se trata, como nos dice de Erin Schend en su artículo “Beauty and the bleach” aparecido en The vintage woman magazine, de una frase que en la actualidad se usa con tanta frecuencia que ha perdido la carga de su significado original. Tal expresión, que alguna vez fue una revelación, se acuñó por Jean Harlow: “La rubia platino original. Sus famosos mechones, junto con su pasión por usar vestidos ceñidos al cuerpo sin ropa interior, la convirtieron en una de las protagonistas favoritas de la década de 1930”

Todo empezó por una película. Corría el año 1929 y el multimillonario Howard Hughes se había obsesionado en demostrar a toda la industria del cine que se equivocaba y él estaba en lo correcto respecto de su filme Los ángeles del infierno. Una peli de aviación en tiempo de guerra por la que nadie daba dos mangos. Pero el olfato de Howard, productor y codirector de la cinta, le decía otra cosa, al punto de invertir cuatro millones de dólares propios para la realización de la película. Contra todo pronóstico de los expertos de la industria, fue un éxito apabullante. 

Parte de ese suceso se debió a la protagonista femenina. Una desconocida a la que Hughes también había puesto el ojo. Veía una estrella en ella si se trabajaba el diamante en bruto que era Harlean Harlow Carpenter y a eso dedicó sus esfuerzos. Y de nuevo, tuvo razón. 


La joven de 18 años originaria de Kansas City, Misuri, había aparecido en algunas películas como extra cuando Hughes debió volver a filmar la mayor parte de su película, originalmente muda, con sonido. Surgió allí la necesidad de reemplazar a Greta Nissen, cuyo acento noruego no daba para que hablara. Harlow hizo una prueba con Howard, gustó y tuvo el primer papel como actriz en la cinta, firmando además un contrato de cinco años por 100 dólares a la semana el 24 de octubre de 1929.

Hughes quería darle una cierta aura a su película y eso implicaba crearla para la recién renombrada Jean Harlow. Estaba estaba seguro de poder elevarla a la preciada categoría de estrella de "It Girl", al nivel de actrices como Mary Pickford y Clara Bow. Pero para eso debía tener algún rasgo que la distinguiera. 


Nace una estrella distinta


El equipo de marketing de Howard Hughes probó una variedad de apodos para transmitir su rasgo único, como “Blonde Landslide” y “Darling Cyclone”, pero fue el nombre que creó su director de publicidad el que ayudó a convertirla en una estrella: “Platinum Blonde”.

Como cuenta Joe Schwarcz, director de la Oficina de Ciencia y Sociedad de la Universidad McGill en su artículo «The Right Chemistry: How Jean Harlow became a 'platinum blond'». Publicado en 2020 en la Montreal Gazette, por entonces “Mary Pickford había adquirido una fama espectacular como “La novia de Estados Unidos” (en realidad era canadiense) y Hughes pensó que Harlow podría seguir sus pasos si conseguía un ascenso adecuado. Ese desafío fue enfrentado por su director de publicidad, a quien después de pensar otras opciones, se le ocurrió el apodo de “platinum blonde” ("Rubia Platino").

El nombre gustó, pero la cuestión de llegarlo a la práctica tenía sus problemas operativos. Debía lograrse un tono de rubio casi blanco pero brilloso, a imagen y semejanza del metal platino. Uno que tenía un aura de valioso debido a su rareza, rasgos que encajaban a la perfección con una estrella brillante del cine.


Allí estaba la cuestión: Harlow era naturalmente rubia, pero en un tono ceniza que no daba para la semejanza. 

“Ella no era lo suficientemente “platino”. Entonces los peluqueros se pusieron manos a la obra y, después de un poco de experimentación, lograron eliminar del cabello todo el pigmento natural de melanina, lo que dio como resultado un color blanco plateado”, conforme Schwarcz.

Para crear algo que no existía, no podían echar mano a los productos del rubro en el mercado, por lo que debieron recurrir a la experimentación química.  

Conforme a su estilista, Alfred Pagano, se necesitó una combinación especial de peróxido de hidrógeno, amoníaco, lejía con hipoclorito de sodio y hojuelas Lux, una marca de jabón para crear el color. Se trataba de una preparación que hoy sería ilegal y que no era amigable en absoluto con el cabello que adoptaba una textura de paja y propenso a caerse. 

Paloma Abad en un artículo para Vogue Spain, titulado “Jean Harlow, la primera rubia oxigenada del cine” aparecido en junio de 2020, refiere que a Max Factor, “quien antes de  que antes de convertirse en marca de cosmética era un inmigrante que buscaba éxito (qué duda cabe, lo logró) maquillando y peinando estrellas de Hollywood, se le atribuyó el look de Harlow, aunque no se sabe a ciencia cierta si tuvo algo que ver con la creación de su emblemática melena (que más parece la obra de un carnicero que la de un peluquero). Probablemente, sí que trabajase en sus cejas afeitadas y dibujadas encima, y los labios rojos, con un arco de cupido muy marcado. Desde luego, existen imágenes que constatan que, en algún momento, trabajaron juntos”

Parte de su aspecto, para destacar su cabellera platino, fue el afeitarle las cejas y llevarlas siempre dibujadas con un gran arco. Algo que no pocas actrices de la época también hicieron durante la década de 1920 en una suerte de rebelión por los muchos años en que las mujeres no se hacían nada en las cejas. Clara Bow, Mae West, Marlene Dietrich, Joan Crawford, Bette Davis o Loretta Young son otros ejemplos al respecto. 

El tono logrado en el cabello de Harlow se reveló un poderoso elemento de promoción que Hughes utilizó a su favor. En una tan novedosa como impactante estrategia publicitaria, Howard ofreció 10.000 dólares a cualquier estilista que pudiera recrear el tono de rubio clarísimo de Jean. Ningún peluquero logró hacerlo jamás.

En la pantalla de celuloide, el tono de Harlow enganchaba con esa aura de inalcanzable deseo que cautivaba a los espectadores. Por eso, a más de contribuir al éxito de la película, Harlow se convirtió en una estrella, prácticamente de la noche a la mañana. Por eso en ese año, la revista The Critics la describía como la nueva cenicienta de Hollywood. Claro que el cuento distaba de las bonomía de las hadas y no terminaría muy bien.

Es por ello que, como nos cuenta Schend: “El término “rubio platino” nació con Jean Harlow e inventado por Howard Hughes. En ese momento, los apodos para las estrellas eran comunes por razones promocionales, piense en Mary Pickford como "America's Sweetheart" y Clara Bow como "The It Girl". Como estrella de su película, Hughes deseaba algo inolvidable para su protagonista. Así se acuñó el término “Rubio Platino”. Un título que Harlow llegaría a odiar pero que a los cinéfilos les encantaba. El mundo quedó fascinado con su cabello. Miles de mujeres compraban peróxido, tratando de replicar el aspecto”.

En ese sentido, como dice Abad, más allá de todo lo que hizo en el cine, el tema del color de cabello de Harlow “era un tema en sí mismo en los medios: muchos aseguraban que era natural, otros insistían en que era teñida”. Ella misma terminó cansada de que eclipsara su vida. “Si no fuera por mi pelo, nadie sabría en Hollywood si estoy viva”, dijo una vez.

Ese rubio único estaba tan asociado a ella que Anita Page, una amiga suya no la reconoció cuando para una filmación debió utilizar una peluca pelirroja. Pero Harlow no lo sabía y creyó estar siendo ignorada, por lo que rompió a llorar. Es, en opinión de Page, mostraba "lo sensible que era. Era una persona encantadora en muchos sentidos".

Victoria Sherrow en su “Encyclopedia of Hair: A Cultural History”, admite que los vestidos ceñidos al cuerpo y las cejas arqueadas con lápiz que mostró en el filme, también se convirtieron en icónicos de la actriz.

El fotógrafo de retratos Clarence Sinclair Bull lo dijo sin medias tintas en el libro “The Faces of Hollywood”: «En mi primera sesión, me enamoré de Jean Harlow. Tenía el cuerpo más hermoso y seductor que he fotografiado».

Fue una de las primeras “glamour girls”, expresión reservada en la meca del cine para aquellas pocas actrices que reunían éxito en taquilla, belleza, algunos escándalos y poder frente a las cámaras. Por su trabajada imagen sexual, los papeles invariablemente fueron al tono. No por nada fue la primera actriz cuya foto apareció en la portada del semanario Life, en mayo de 1937.


Una trabajosa puesta en escena


Se trababa también, el color de su cabello, de un secreto que debía ser preservado por razones comerciales. Erin Schend comenta al respecto que “Según Harlow, su cabello era naturalmente platino” y se lo decía a cuanto periodista le preguntaba sobre el asunto, que no eran pocos. Recuerda Schend que en una de tales ocasiones ella respondió a su entrevistador: “No puede ser bueno decolorar el cabello con productos químicos. En cuanto al mío, nunca lo toco con nada más que agua y jabón”

La verdad distaba mucho de lo que decía, probablemente por exigencias del estudio. “Su cabello fue decolorado todos los domingos durante casi cuatro años en nombre de la belleza y el estrellato”, expresa Schend. La estrella pasaba varias horas de forma invariable tal día, todas las semanas, por el salón de belleza Jim's en Sunset Boulevard de la ciudad de Los Ángeles, para que el estilista de las estrellas, Alfred Pagano, retocara sus raíces. 

En tren de resumir, como dice Erin Schend: “La icónica melena rubia de Jean Harlow se conseguía a través de una tóxica combinación química”. Se trataba de un proceso extremadamente doloroso. No pocas veces, al decir de Pagano, debían atarla a la silla para que no se rascara el cuero cabelludo.

“En los años 30 las mujeres debían armarse de coraje y resistir la hinchazón y los dolores de cabeza, además de las ampollas en la piel. Estaban dispuestas a pagar caro, si querían disimular las canas o lucir una seductora melena rubia”, expresa Joe Schwarcz. 

Nadie lo dijo mejor que Ronald L. Davis en su libro “The Glamour Factory: Inside Hollywood's Big Studio System”: “Para la pantalla, la ropa, por encima de todo, debe ser fotogénica. La comodidad y la practicidad eran de poca importancia”.


La frase de la época “pain is beauty”, dolor es belleza, era tan literal en los hechos como su traducción. Esa preparación tan particular, que literalmente quemaba el cuero cabelludo pronto terminó pasándole factura. En unos pocos años, el cabello de Harlow comenzó a caerse en grandes mechones.

Ocurrió para peor en medio del rodaje de la película Reckless en 1935. Se estaba quedando calva y la MGM acudió a un especialista en peluquería, Marcel Machu, que fue al set para evaluar el daño. Su evalución distó de ser halagüeña: el cabello se caída por todas partes y estaba destruido. El estudio no quería detener la filmación, pero Machu advirtió que si seguían con esas decoloraciones “se quedará sin pelo”. En un intento de remediar la situación y ayudarla a terminar el rodaje, Machu se masajeó el cuero cabelludo con aceite de oliva para detener la rotura, pero no fue suficiente. Harlow debió usar pelucas hechas a medida durante el resto del rodaje.

Cabe señalar que Harlow odiaba tanto ser rubia platino como los papeles que le daban para interpretar, siempre dentro de la misma temática. Roles femeninos de mujeres atrevidas, desinhibidas, voraces en lo sexual y come hombres que eran el opuesto de su real carácter sencillo, tímido, cariñoso y hogareño.  “Siempre odié mi cabello, no sólo porque me limitaba como actriz, sino porque me limitaba como persona. Me hizo lucir dura y espectacular; Tenía que estar a la altura de esa personalidad platino”, admitió alguna vez. 

Por eso la decisión del estudio de darle un nuevo estilo, no le cayó nada mal. Tras hacer carrera interpretando personajes provocativos como rubia fatal, atento el daño capilar el estudio decidió reinventar a su estrella como una “lady” bajo otro aspecto. Tiñeron entonces lo que le quedaba de cabello en un tono rubio más oscuro, “halfway brown”, a mitad de camino al castaño, proveyéndole también de una peluca al tono. Según cuenta Erin Schend aunque “a Harlow le encantó su nueva apariencia, no tendría muchas oportunidades de explorar su potencial en su carrera o vida personal”. Estaba enferma. En 1937 tuvo que afeitarle la cabeza por completo, presumiblemente para una cirugía que nunca se llevó a cabo. Volvió por eso a usar peluca en “Saratoga”, su último filme junto a Clark Gable. Falleció ese año con solo 26 años de edad, a causa de una nefritis. 

Se ha dicho que los vapores de la preparación que le ponían semanalmente para mantener platino su cabello, fue la causa de su deceso. Otros, solo apuntan al largo y triste historial de su mala salud. Había tenido múltiples ataques de gripe, contraído escarlatina cuando tenía 15 años y una infección grave después de que le extrajeran las muelas del juicio tiempo antes de morir. 

En la opinión de un experto en química, Joe Schwarcz: “Cuando el amoníaco se mezcla con hipoclorito, se pueden formar algunos compuestos desagradables, entre ellos la cloramina, la hidracina y el ácido clorhídrico. La inhalación crónica de estos y su absorción a través del cuero cabelludo pueden suponer una carga para los riñones. Nunca sabremos si esto contribuyó a los problemas de salud de Harlow, pero sí sabemos que mezclar amoníaco con lejía es una mala idea.” 

Mas allá de las evidentes contraindicaciones, el estilo de Jean fue imitado dentro y fuera de la industria del cine. Luego de su muerte, como dice Victoria Sherrow, su estilo fue copiado, aumentando significativamente la venta del peróxido de hidrógeno y gozando los vestidos finos de satén que usara gran popularidad. 

De igual forma, la imagen de Harlow como «rubia explosiva», se convirtió en la principal inspiración de muchas actrices posteriores, Marilyn Monroe y Jayne Mansfield entre ellas.

A la primera de ellas, también la descubriría Howard Hughes cuando era una joven de cabello castaño a la que volvería rubia usando la misma química que Jean Harlow. No por nada Marilyn Monroe en su autobiografía opinó, con todo conocimiento de causa que "en Hollywood la virtud de una joven es mucho menos importante que su peinado".


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SOBRE EL AUTOR DE LA NOTA: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversas asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El Corazón de la Espada (2020), Germánicus. Entre Marte y Venus (2021), Los Extraños de Mayo (2022) y La Traidora (2023). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y como autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.



Una ciudad: Londres.
Una mujer cruzada por dos naciones.
Una guerra inesperada.
Un hombre misterioso.
Una historia de espías.
Un amor que no distingue banderas. 

En abril de 1982 nada parece ir bien en la vida de Gabrielle Sterling. La relación con su jefe ha terminado en una desilusión amorosa y su carrera en el servicio civil británico no avanza. Sin embargo, la vida la sorprende cuando un hombre misterioso le hace una propuesta peligrosa. De aceptar, deberá traicionar los principios en que ha sido educada, aunque también rescatará es parte olvidada que su madre le inculcó. 
Tironeada por dos banderas, deberá elegir un bando en un conflicto que día a día se muestra más próximo. En ese proceso, pondrá su propia vida en juego mientras se siente cada vez más atraída por ese hombre misterioso.
En tanto la guerra escala, intrigas, pasiones y acontecimientos imprevistos la llevarán donde nunca antes había pensado estar, mientras quienes la persiguen se hallan más cerca de descubrirla. 
En medio de esa incertidumbre, Gabrielle se sentirá más viva que nunca. Tal vez no esté traicionando a nadie, sino encontrándose, por primera vez, consigo misma.  


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