Cuando Pérez-Reverte conoció a Jean Lartéguy
por Luis Carranza Torres
Fueron en realidad dos encuentros: uno como lector y otro en persona.
En ambos casos, don Arturo iniciaba y el galo ya venía precedido por una vida tan intensa como sus crónicas periodísticas o las tramas de sus novelas de acción.
Se llamaba el francés, Jean Pierre Lucien Osty, pero todos lo conocían por su seudónimo o, más bien, nom de guerre, de Jean Lartéguy, historiador, militar, escritor y periodista.
Su vida es similar en derrotero a muchas de los personajes sobre los que escribiría luego. De hecho, nadie me quita de la cabeza que el personaje del capitán Philippe Esclavier, historiador devenido en militar de fuerzas especiales, que encarnaría en el cine Alain Delon, es un alter ego suyo.
Estudió historia en la Universidad de Toulouse recibiéndose de licenciado en el ramo, para ofrecerse como voluntario en 1939 para luchar en la segunda Guerra Mundial.
Nunca volvería al ramo, al menos en sus formas más clásicas. Tal vez por eso una frase muy curiosa de James Joyce abre su libro Los pretorianos: “La historia es una pesadilla de la que yo procuro despertar”.
Huyó de Francia en 1942 tras la ocupación alemana para ser detenido y llevado a un campo de internamiento en España. Tras su liberación, se unió en África a las fuerzas de la Francia Libre, sirviendo en el grupo de comandos de África.
Tras el fin del conflicto trabajó como corresponsal de guerra para ‘Paris-Match’, publicación para la que cubrió conflictos armados alrededor del mundo. Pero llegó 1950, la crisis coreana estalló y no pudo con su genio: se alistó en el Batallón Francés que participó de la Guerra de Corea, durante la cual fue herido en la mano.
Pasará a la reserva con el grado de capitán y un par de condecoraciones en el haber, como la Legión de Honor, la Cruz de Guerra en Teatros de Operaciones Extranjeros y la Cruz de Guerra 1939-1945.
En ese lapso, ya como Lartéguy escribió artículos de países en crisis como Corea, Argelia, Vietnam, Palestina, Azerbaiyán e Indochina. Por sus artículos sobre este último país recibió el premio Albert en Londres, en 1955.
Tales vivencias serán la materia prima a partir de la cual construirá sus obras como novelista. Ambientadas en la época de la descolonización, en Asia y África, su trama muestra personajes duros en historias vertiginosas en que la amenidad de los sucesos iba de la mano con descarnadas visiones de lo que hace la guerra en los hombres, y de las políticas e intereses que se mueven por detrás, en todos los conflictos.
Su saga sobre la descolonización francesa de Los Centuriones, Los pretorianos y Los mercenarios, fue llevada al cine con el título de Lost Command, que en España, fue Mando perdido y en Argentina, Talla de valientes. Filmada en 1966 fue dirigida por Mark Robson y con Anthony Quinn, Alain Delon, George Segal, Michèle Morgan y Claudia Cardinale en los protagónicos. Ambientada en la guerra de Independencia de Argelia, cuenta la historia del teniente coronel Pierre Raspeguy y su unidad de paracaidistas, que busca en territorio africano no pasar por la humillación militar a la que habían sido sometidos en Indochina. Fue un éxito de taquilla en su tiempo y hoy, un clásico del cine.
Fue Lartéguy un autor que estuvo presente en la vida de cientos de miles de lectores con unas 50 novelas en su haber. Como pocos supo retratar lo despojado, bravío, ridículo, cruel y hasta gracioso que puede ser el ser humano en los conflictos armados. A veces, todo a un mismo tiempo.
Recuerdo de ellas, dos en particular, haciendo a un lado su trilogía de Argelia: Las Quimeras Negras sobre el colonialismo en áfrica y El Comandante del Norte.
Pero acaso su lector más similar en la vida de baroudeur (aventurero) que llevaba, sea Arturo Pérez-Reverte quien en un artículo de 2017, “Pagando una antigua deuda” contará la gran influencia que Jean Lartéguy tuvo, junto a otros como Oriana Fallaci, Brincourt y Leblanc o Graham Greene, “a convencer a un lector de 16 o 17 años, el que yo era entonces, de que viajar a la guerra era penetrar en el corazón de las preguntas peligrosas que a esa edad me hacía. A él debo, por tanto, buena parte de algo que nunca manifiesto”. Por eso, reconocía, que cuando le preguntaban por mis influencias como novelista, ésas solían ser literarias, “es cierto que Lartéguy nunca me viene a la boca cuando hablo de literatura. Pero cada vez que pienso en el reportero que fui, lo tengo muy presente”.
La vida y las guerras hicieron que tuviera la ocasión de cruzarlo en el hotel Commodore de Beirut a principios de la década de 1980. «Señor Lartéguy, sólo quiero estrechar su mano», le pidió, y logró llevarlo a cabo.
“Fue él, por tanto, quien desde 1973 me convirtió en el más joven de los viejos reporteros y en el más viejo de los jóvenes. También, llegado el momento, me aclaró que escribir novelas era una forma eficaz de abandonar un oficio que, en palabras de Hemingway, es estupendo si sabes dejarlo a tiempo”, escribiría luego.
Lejos estaba don Arturo, por esas fechas, en Beirut, de saber que el futuro le depararía una vida de letras que lo asemejaría mucho más al Lartéguy novelista que incluso al periodista que admiraba y tenía por referencia en esos años.
En una conferencia de la Fundación Juan March en 2012 junto a Sergio Vila-Sanjuán, en dónde este definiera al definió al best seller de calidad como “un tipo de literatura con combina una vocación literaria clara, unas referencias a la tradición, un cuidado de la prosa con una voluntad de amenidad, de jugar con la intriga, de jugar con la historia, de incorporar elementos de acción que son atractivos para un lector amplio”; al respecto, también recordó que don Arturo se había pronunciado sobre la existencia de un tipo de best seller europeo diferente del estadounidense en un encuentro con Ken Follet en la Feria del Libro de Frankfurt, diez años años.
Hablando de esa literatura de calidad de la década de 1950 y la siguiente época, entre Morris West o Frank Slaughter, incluyó a: "Jean Lartéguy también, recuerdo que lo leí en esa época...toda esa literatura que leí, la devoraba, con el tiempo me he dado cuenta de que le debo tanto a esa literatura como a la otra, más clásica. Es más las herramientas narrativas, la estructura, el terminar un capítulo aquí o allá, los trucos nobles del oficio, se los debo más a ellos".
Para entonces, Lartéguy había muerto un año antes en Francia, y don Arturo alcanzado el rasgo de ser el autor con más best sellers en español en activo.
Vidas paralelas, podría decirse, parafraseando a la obra de Plutarco.