Orígenes del derecho laboral argentino

 


por Luis Carranza Torres

Hubo normas laborales desde antiguo entre nosotros. Incluso antes de la llegada de los españoles, con regulaciones de trabajo como la mita o el yanaconazgo en los incas, si bien hablamos de labores de carácter forzado.

El sistema español de encomiendas sobre los indígenas nació con una función protectoria y evangelizadora en el papel que no pocas veces se convirtió en un modo de explotación en la realidad. No sería la primera ni la última vez que ocurra en la historia humana, con planes o políticas sociales: buenas intenciones que aprovechan inescrupulosos en propio beneficio, para desventura de sus destinatarios que más que lograr una ventaja, obtienen todo lo contrario.  

Para finales del siglo XVI, existían un conjunto de sistemas laborales en la América española, muy disímiles entre sí. “Mientras en las haciendas laboraban peones, jornaleros y capataces, en las minas obreros libres ofrecían sus servicios. En las ciudades, por su parte, se constituyó una mano de obra libre calificada, compuesta por plateros, carpinteros, carreteros y gremios de artesanos en general”, nos cuentan en “La américa española colonial”, obra colectiva realizada por Instituto de Historia y el Departamento de Desarrollo Académico de SECICO de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Pablo Arnaldo Topet en su trabajo “Breve Historia del derecho del trabajo en la República Argentina” expresa: “Toda regulación del trabajo humano –actualmente llamado derecho del trabajo– y de las formas en que se elaboran las normas, depende de los contextos, las ideologías y de las particularidades históricas y culturales de cada país. Por ello, si bien hay aspectos que son comunes a todas las sociedades –por las formas de producción y de distribución económicas– los modos, las instituciones y los procedimientos para alcanzar los fines, son tantos como naciones existen”.

Dicho autor entiende como primeras normas laborales de nuestra nación independente a una disposición dictada en la Gobernación de Martín Rodríguez sobre la tarea de los aprendices de “artes o fabricas”, o las regulaciones del ramo que formaban parte de los códigos rurales de las distintas provincias. Destaca en particular las existentes en el código de la provincia de Buenos Aires de 1865, sobre trabajo de cosecha y esquila, actividades que requerían mano de obra intensiva. Dicho ordenamiento fue adoptado asimismo por varias provincias. En 1894 el Congreso Nacional sanciona una ley para los Territorios Nacionales que no contaban con normas laborales.

Por su parte, la Constitución de 1853, reconoció la libertad de trabajo, dejando a la labor de la legislación y jurisprudencia la definición de sus contornos, así como su conexión y la armonización con las de comercio, de industria y de la propiedad privada.

Medio siglo después de su sanción, la organización constitucional del país y la labor de la Generación del 80, había cambiado el rostro del país.

Desde mediados del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial la economía y población argentina había crecido en forma sostenida, a un ritmo que se aceleró a partir de la década de 1880. Conforme los datos obrantes en la página del Museo de la inmigración bajo el título de “La expansión económica”, el producto bruto per cápita argentina se duplicó, aun cuando la población se cuadruplicó pasando de dos millones de habitantes a comienzos de la década de 1870 a más de ocho millones en 1914. Las tasas de crecimiento anual entre 1880 y 1914 fueron del 3.4% para la población y de entre 2 y 2.5 para el PBI.

Se trató, al decir de Díaz Alejandro de "…un crecimiento irregular pero vigoroso, orientado hacia las exportaciones, de un dinamismo inusual aún en aquellos años en los que muchas de las regiones periféricas del mundo asistían a procesos en los que las exportaciones constituían el motor del crecimiento. Ya sea que se compare el crecimiento experimentado por Argentina con su propia evolución anterior o posterior, o con lo que estaba sucediendo en el resto del mundo durante el período 1880-1913, puede calificárselo, sin lugar a dudas, de extraordinario".

Ese crecimiento productivo demandaba, para el incipiente sector obrero, una mejora de condiciones de trabajo. Conforme Melisa Aita Camps y Sofia Ehrenhaus en “Los primeros pasos para una legislación laboral”, durante la segunda presidencia de Julio A. Roca, en 1904 el poder ejecutivo encarga por decreto un informe el estado de los trabajadores en el país. Juan Bialet Massé se ocupó del interior, en tanto Pablo Storni lo hizo en la Ciudad de Buenos Aires.

En ese mismo año, el ministro del Interior, Joaquín V. González, envió al parlamento el proyecto de Ley Nacional de Trabajo, realizado por entendidos de diversa extracción ideológica, desde liberales hasta socialistas. Compuesto por 14 títulos y 466 artículos, regulaba los contratos de trabajo, los accidentes de trabajo, jornada laboral, el trabajo a domicilio, condiciones de higiene y de seguridad, y las asociaciones gremiales, entre otros.

Era una normativa de avanzada que se discutió arduamente en el congreso, sin aprobarse, pero que se convirtió en referencia para futuras leyes, como la ley N° 4661 sobre descanso “Hebdomadario” o dominical, o la ley N° 5291 que reglamentó el trabajo femenino e infantil.

En marzo de 1907, el presidente cordobés José Figueroa Alcorta creó el Departamento Nacional del Trabajo y en 1915 se sancionó la ley N° 9688 sobre accidentes de trabajo, la primera norma de seguridad social en el país. Eran los hitos iniciales de un nuevo sector jurídico que no dejaría de crecer y consolidarse en ese siglo XX.



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SOBRE EL AUTOR DE LA NOTA: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversas asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El Corazón de la Espada (2020), Germánicus. Entre Marte y Venus (2021), Los Extraños de Mayo (2022), La Traidora (2023) y Senderos de Odio (2024). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y como autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.


Un territorio de frontera.
Un crimen atroz que va a vengarse.
Un hombre arrasado por la guerra.
Una mujer marcada por su pasado.

San Carlos de Bariloche, a fines de 1922. Por entonces, un poblado en el territorio nacional de Río Negro junto al lago Nahuel Huapi, en Argentina. 
A Guillermo Kepler, naturalizado argentino, una partida de bandoleros le mata a su familia, le roba sus caballos y le incendia su casa; le disparan hasta darlo por muerto, cayendo en las heladas aguas del lago. Pero, como en la guerra, sobrevive una vez más. 
Obediente de las leyes y los gobiernos hasta entonces, decide que ya es suficiente. Y ante las complicaciones que la resolución del caso tiene para el juez letrado y la policía local, hará justicia por mano propia. Pero aquellos que han destruido su vida tienen influencias poderosas al otro lado de la cordillera, en Chile. 
En su camino de venganza, cruzará destino con Ema, una enigmática mujer, tan herida y presa de tanta oscuridad como él mismo. Descubrirá entonces que ese destino, que puede ser muy cruel a veces, también, del modo más extraño, arroja a su paso ciertas segundas oportunidades. Pero el precio que deberá pagar no será fácil ni simple. Porque cuando se transitan senderos de odio, nadie sale sin heridas. 

Luis Carranza Torres ha escrito una novela de amor en tiempos de venganza, donde dar lugar a lo importante a veces queda relegado por el dolor.

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