Los entretelones del hundimiento del Sheffield
El fin del HMS Sheffield es una historia donde el coraje, la tecnología, la desventura y las repercusiones políticas se dan la mano.
Era cabeza de serie de los destructores Tipo 42 de la Royal Navy, botado en 1971 y comisionado en 1975, un destructor misilístico de 4.820 toneladas de desplazamiento y 125 metros de eslora (largo). A dicha serie pertenecían, asimismo, los destructores ARA Hércules y ARA Santísima Trinidad de la Armada Argentina.
Durante la guerra de Malvinas, tras el rompimiento de hostilidades, un antiguo pero robusto avión de exploración Lockheed P-2 Neptune de la Armada Argentina, que se encontraba siguiendo la posición de la flota inglesa, lo detectó a las 7:50 h. del 4 de mayo de 1982.
Hacía dos días que un submarino inglés había hundido al crucero argentino General Belgrano, luego de la derrota sufría el día anterior en la primera batalla por reconquistar las islas.
Puede leerse el detalles de tales sucesos en La derrota inglesa de aquel 1º de mayo.
En la Base Aeronaval de Río Grande, dos Super Étendard con misiles Exocet, despegaron a las 9:45, piloteados por el capitán de corbeta Augusto Bedacarratz y el teniente de navío Armando Mayora. Su indicativo de misión era Litoral y el objetivo, atacar a la unidad detectada de la flota británica.
Los misiles en cuestión no eran otros que la versión aire-mar del Exocet, el AM 39, de recién adquisición y entrega que, por el embargo francés, habían sido montados por personal de la Armada Argentina de modo artesanal, y no se tenía la seguridad que fueran a funcionar.
En su camino a la flota, ambos aviones fueron reabastecidos en el aire un Hércules KC-130 perteneciente a la Fuerza Aérea Sur, la que ha su vez había dispuesto una pareja de caza bombarderos Mirage M-5 Dagger armados con misiles Shafrir israelíes, indicativo de misión pollo, para proteger al Hércules y a los Super Étendard.
A ellos se sumaban dos Lear jet, indicativo Rotulo, aviones ejecutivos carentes tanto de armamento como de contramedidas electrónicas, que volaban para ser detectados simulando ser aviones de combate, para atraer hacia ellos a los Harriers ingleses que brindaban cobertura área a la flota.
Ambos Super Étendard volaron bajo, sin utilizar el radar salvo para adquirir el blanco para los misiles, comunicándose por señas de avión a avión.
Tras una corrección de posición transmitida por el Neptune, a riesgo de ser detectados, subieron brevemente hasta 40 metros de altura, para que la información del radar de a bordo se integrara a la programación de trayectoria del misil, “enganchando” dos blancos: uno grande y uno chico. A fin de lograr la mayor efectividad, ambos misiles fueron programados sobre el más grande de los blancos.
Siendo las 11:05 h. del 4 de mayo de 1982, a 30 kilómetros del blanco accionaron ambos misiles. Los AM 39 con sus 650 kilos tardaron tres segundos en desprenderse del avión, cayendo algunos metros antes de encender sus motores y dirigirse al blanco.
Al menos uno de ellos impactó en el Sheffield. No detonó la cabeza explosiva, pero el combustible remanente del motor provocó un incendio y el fuego invadió a la nave.
Luego de demorar la noticia por casi un día, al caer la noche del martes 4 de mayo de 1982, el Ministerio de Defensa anunció la mala nueva del destructor británico "Sheffield", uno de los más modernos de la flota, botado en 1975. El texto del comunicado era tan escueto como revelador del estado de mal ánimo y de negación en el gobierno: "El HMS Sheffield, un destructor del tipo 42, fue atacado y alcanzado por un misil argentino esta tarde. El buque tomó fuego, que se hizo incontrolable. Cuando ya no hubo posibilidades de salvarlo, la tripulación lo abandonó. Todos los que abandonaron el barco fueron rescatados".
Se omitía mencionar que el buque se estaba hundiendo, y también, el número de los muertos producidos por el ataque.
“Se hundió el Shefield” titulaba en formato catástrofe, The Sun el 5 de mayo. Era el mismo diario que un par de días antes se había regocijado conque los torpedos del submarino Conqueror hubieran mandado al fondo del Atlántico al crucero General Belgrano, con más de trescientos de sus tripulantes.
Fue tapa de todos los diarios del mundo, en Europa y América. Por primera vez en la historia naval, de un buque era hundido por misiles disparados desde aeronaves.
No era fácil aceptarlo, para nadie. Los británicos, otrora dueños de los mares, siempre orgullosos de su superioridad naval, siempre mostrando que hacerle ir a pique un buque de guerra a otro, era sinónimo de la debilidad del adversario, ahora enfrentaban que los argentinos le habían hecho exactamente eso, a su más avanzada nave misilística.
Se trataba del primer buque inglés hundido desde la segunda guerra mundial. El primero, luego de casi cuarenta años sin pasar por tal género de la desgracia.
Exocet y Super Etendart se convirtieron entonces, en palabras malditas para los británicos. El precio en el mercado de armas de ambos dispositivos, se multiplicó por diez. A su fabricante francés, que los había embargado a la argentina, al siguiente día le entró un pedido de compra en firme, de casi cien unidades, por parte de Irak. Y sólo fue el primero de muchos otros.
Ese día el presidente de Francia, François Mitterrand llegó a su sesión con su analista con cuarenta y cinco minutos de retraso, visiblemente alterado. La primera ministra inglesa lo había llamado para echarle en cara el hundimiento, llevado a cabo empleando armamento francés.
El ataque había sido tan demoledor, que el buque debió ser abandonado, y se hallaba, por esos días, a la deriva en el Atlántico, donde se hundiría tres días después, el 10 de mayo.
Mitterrand había cortado todo trato con la Argentina, retirado sus técnicos y se había negado a completar la entrega del armamento de Exocet y Súper Etendart pendientes, pese a ya estar pagados y comprometido su envío. Pero su error fue asegurar que los cinco misiles ya entregados, pero no armados, en los arsenales de la Marina Argentina, no podrían ser puestos en funcionamiento sin la ayuda de los técnicos franceses.
De alguna forma, los argentinos habían podido hacerlo. Se dijo que fue por el tradicional método de ensayo y error. Pero a los ingleses no les cerraba que hubiera sido en tal forma y recelaban de Mitterrand. Cuando dejaron, con uno de ellos, fuera de combate el Sheffield, que causó veinte muertes declaradas más otros veinticuatro heridos de distinta consideración, Thatcher en persona discó el número del Eliseo en Paris para decirle de todo.
«Ella está furiosa», le dijo a su psicoanalista. «Me acusa personalmente de este nuevo Trafalgar suyo… Me he visto obligado a ceder». Y acto seguido, le pasó en limpio la discusión que habían mantenido: «Tiene cuatro submarinos nucleares en el sur del Atlántico, y me ha amenazado con lanzar una bomba atómica contra la Argentina, a menos que le suministre los códigos secretos para inutilizar los misiles antibuque que les hemos vendido a los argentinos. Margaret ha sido muy precisa al respecto por teléfono».
El detalle de este tema lo hemos tratado en Exocet y misiles nucleares en Malvinas.
Treinta y cinco años después del hundimiento del HMS Sheffield, se hicieron públicas las conclusiones completas y sin censura de la Junta de Investigación. En dicho documento se expresa que, a pesar de la insuficiencia del equipo del buque, previsto para guerra antisubmarina más que defensa aérea, el Sheffield podría haberse salvado estando mejor preparado. Es evidente que la sala de operaciones no funcionaba bien cuando se detectó el misil, 30 segundos antes del impacto, pero en parte se debió a una sincronización desafortunada.
El capitán estaba descansando en su camarote en ese momento y «el oficial de guerra antiaérea había salido de la sala de operaciones del buque y estaba tomando un café en la sala de oficiales mientras su asistente se había ido a visitar a los jefes». Al ser alcanzado, el Sheffield no se encontraba en puestos de acción, lo que requiere que toda la tripulación esté encerrada, sino en guardias de defensa, donde la mitad de la tripulación está de guardia mientras la otra mitad descansa.
El comandante del Sheffield, el capitán Sam Salt, era un oficial experimentado y un submarinista experimentado. Quizás le preocupaba más la amenaza submarina que la aérea, pero esto se debió en parte a evaluaciones de inteligencia erróneas y a la confusión de algunos oficiales sobre si la aviación argentina era capaz de realizar el reabastecimiento en vuelo necesario para alcanzar el alcance. Prácticamente todos los relatos personales de la guerra de las Malvinas destacan la mala calidad de la inteligencia sobre las intenciones y el orden de batalla argentinos que se proporcionó desde Londres.
Dicha Junta determinó asimismo que el Oficial Principal de Guerra no reaccionó como debía y que el Oficial Antiaéreo estuvo ausente de la sala de operaciones durante demasiado tiempo. En otro golpe de mala suerte, en el momento exacto del ataque, el Sheffield estaba realizando una transmisión en su SATCOM que cegó a su UAA1, un sensor de tope de mástil que puede detectar emisiones electrónicas de aeronaves y misiles, reduciendo aún más el tiempo de alerta potencial.
Los que sí detectaron a los Super Etendart fueron los operadores de radar del HMS Invincible, 19 minutos antes de que el Exocet impactara en Sheffield. Pero habiendo lidiado con una serie de informes de contactos falsos en los días previos, el oficial superior del Invincible, responsable de la defensa aérea de todo el grupo operativo, clasificó el contacto como "espurio" y no se emitió ninguna advertencia.
El resto es historia. En virtud de dicha operación, el 4 de mayo es el día de la aviación naval.
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