Los soldados libertos de los Andes
Por Luis Carranza Torres
Un soldado liberto era un esclavo que obtenía su libertad al incorporarse al ejército, especialmente durante las guerras de independencia en América Latina. Pero no se trataba solo de una emancipación física: muchos de estos hombres también luchaban por el reconocimiento como ciudadanos, buscando derechos que iban más allá del campo de batalla.
En la nota Esclavos convertidos en soldados de la Patria del diario Los Andes del 22 de enero de 2017 se expresaba: “Los esclavos rescatados para el servicio de las armas, llamados libertos, fueron un elemento crucial en la composición del Ejército de los Andes. Se calcula que la mitad de esa fuerza estaba integrada por africanos y afromestizos.”
En carta de la época a Tomás Godoy Cruz, San Martín sostenía que para poder organizar el ejército en debida forma “sólo nos puede salvar el poner a todo esclavo sobre las armas”, pues, así como los americanos eran lo mejor para la caballería, no resultaban buenos para la infantería, y que “sólo los negros son verdaderamente útiles para esta última arma…”
La redención abarcó a los esclavos varones entre 16 a 30 aptos para el servicio de armas. El 26 de enero de 1815 se estableció que “quedaban libres con la única obligación de servir en el ejército hasta un año después de concluida la presente guerra”.
En una carta del 14 de octubre de 1816 al gobierno en Buenos Aires, queda claro la opinión sanmartiniana respecto de los méritos de tales soldados, solicitándoles se le otorgue la facultad de ascenderos en los grados militares:
«Entre los esclavos hay muchos de más que regular educación para su esfera, que saben escribir, y poseen un genio capaz de las mejores instrucciones. Abriéndose la puerta a sus ascensos, se empeñarán eficazmente a adquirirlos, cumpliendo mejor los deberes de su clase. Razones políticas y muy fuertes influyeron acaso para esta prohibición; pero, o no las distingo, o a lo menos ha cesado su influjo. Si he de hablar francamente, no puedo concebir que la Nación se perjudique porque la esclavatura pueda ascender más allá del destino del soldado. (…) Yo espero que el supremo gobierno se digne habilitar los esclavos para la opción a los empleos, sirviéndose vuestra señoría elevar mi solicitud, la que se contrae a sólo cabos y sargentos. Dios guarde a vuestra señoría muchos años.»
Incorporados en un principio en el batallón N.º 8 de Infantería, también llamado Batallón de Libertos, su número hizo que se desgajara a la unidad en dos: una conservó el número original, en tanto la otra pasó a tener el número 7.
Gustavo Capone en entiende que Indias, negros y San Martín: con la Patria a flor de piel "casi 2.500 "negros, pardos y morenos" integraron, solamente, el Ejército Libertador.
Se trataba, como retratamos desde la novela en Vientos de Libertad, de batallones de infantería al completo, con tres compañías de fusileros, una de granaderos y otra de cazadores, plana mayor y hasta banda de música.
Eran conocidos por su disciplina, valentía y resistencia física, y fueron fundamentales en las campañas de Chile y Perú.
En el óleo Batalla de Chacabuco de José Tomás Vandorsse existente en el Museo Histórico Nacional en Santiago de Chile, se muestra en su parte central la carga de infantería del Batallón N° 8, que formaba la vanguardia del Ejército de los Andes, a las órdenes de Ambrosio Crámer.
Luego de Chacabuco, al mando de O’Higgins, el batallón Nº 7realizó toda la campaña por el sur de Chile, participando en los combates de Gavilán y Carampague, y en el sitio y combate de Talcahuano.
Durante el sorpresivo ataque de Cancha Rayada, se hallaba en la zona más crítica del combate, y respondió con disciplina manteniendo la cohesión.
Luego, en Maipú, tienen otra jornada de sangre y gloria.
Allí, el Batallón Nº 8 tiene que vérselas con la crema y nata del ejército real. El Regimiento Burgos, una unidad bravía entre las bravías, al mando del coronel Ordóñez, uno de los mejores tácticos españoles. Cargan por el centro, con la bandera de España y el estandarte del regimiento desplegado, que expresa en su divisa: ”dieciocho batallas ganandas, ninguna perdida” bajando la loma donde está dispuesto el ejército realista en formación escalonada.
Chocan contra el Batallón N°8 y la lucha es recia y brutal. Más de 400 hombres de un total de 650, quedan muertos en el campo. Pero aun superados en número, destrozadas sus líneas, la unidad resiste. Acuden en ayuda el batallón N°2 primero y el N°4 luego, sin poder remontar la lucha, en franco favor de los españoles.
Pero aun así, los soldados libertos del 8 resisten, y una carga oblicua de caballería de la reserva patriota a órdenes del coronel Hilarión de la Quintana, sobre el centro de los realista decide la lucha en favor del Ejército de los Andes.
Tras la rendición, los prisioneros españoles evitan el lugar donde acampa el batallón N°8, pues "están con mucha bronca por la cantidad de muertos".
En el campo han quedado 2000 muertos realistas y 1000 patriotas. El recorrer el campo San Martín junto a sus oficiales más cercanos, nota el tributo de sangre que los libertos han pagado por asegurar la libertad de Chile. Tranquilo e inmutable hasta entonces, aun en los peores momentos de la batalla en que la victoria parecía escaparse, deja salir una de las raras emotividades, y acaso la única, que tuvo en un campo de batalla. Gustavo Capone describe de tal forma la escena:
"¡Ay; mis negros!"; repetía y repetía San Martín, mientras caminaba desconsolado recorriendo el campo de batalla en Chacabuco, observando el panorama de los muchos cadáveres de quienes habían pertenecido al Batallón Nº8 de los libertos de Cuyo. Sus cuerpos yacían en la tierra.
En palabras de Gustavo Capone: "Indias, negras, pardas, esclavos, mulatos, zambos, que pelearon todos juntos como soldados bajo la única bandera que les devolvió la esperanza de ser libres: la bandera argentina. Porque pelear todos juntos por esa bandera celeste y blanca seguirá siendo siempre la mejor patriótica alternativa y (hoy como nunca) la última esperanza".
Coincidimos.
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Provincias Unidas de Sudamérica, 1816. Las tierras del antiguo Virreinato del Río de la Plata han declarado su independencia de la corona española, en el peor de los momentos posibles. El nuevo país, libre pero cargado de dificultades y retos, apuesta a remontar sus derrotas en el Alto Perú, con el audaz plan de formar un nuevo ejército y cruzar la cordillera para batir a los realistas por el oeste.
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Pero la imprevista relación con un oficial de granaderos trastocará sus planes. Alguien que, precisamente, debe mantener a los secretos de su jefe a salvo de los espías realistas.



















