Historia política de la papa

 




Por Luis Carranza Torres

        La papa resulta ser un tubérculo propenso a complicarse en los meandros de la política. sudamericana por excelencia (en la América del norte no se conoce hasta 1719 y es introducida desde Irlanda), es oriunda de los andes peruanos, en donde se cultivó desde hace unos 4,000 años, en aquellos sitios en que la altura ya no permitía desarrollarse al maíz, siendo uno de los alimentos principales de los incas. Que habían perfeccionado un método para su conservación, secándola en frío, convirtiéndola en lo que denominaban “chuñu”.

El cronista español Bernabé Cobo la calificó de “pan del indio” en su "Historia del Nuevo Mundo" de 1653, ya que cumplía el mismo propósito que el pan de trigo o de centeno que era el alimento principal del pueblo en la Europa del medioevo y el Renacimiento.

Los españoles llevaron la planta a Europa alrededor de 1570. A Inglaterra llegó sobre 1586, y aproximadamente en 1610 hace su ingreso en Holanda, donde sólo se usó como planta ornamental. 

Es que debió sufrir en el viejo continente, la discriminación por su condición de fruto enterrado en la tierra. Se entendía denigrante el comer raíces. Le adjudicaron ser causante de la lepra. En Rusia la llamaron "planta del diablo", y los religiosos escoceses decretaron que "era pecado" consumirla pues no se la mencionaba en la Biblia. 

Dos siglos hubieron de pasar para que llegara a ocupar un lugar dentro de la alimentación diaria y a nivel masivo.

Los monasterios de Galicia comienzan (no sin recelo), a plantarla y consumirla para quitar la hambruna de 1730 a 1735, ya que en esta época por la epidemia de un hongo, las castañas (elemento básico de la alimentación popular zonal), ni aparecían en sus árboles. En tales años de peste y hambre, no faltaron quienes le adjudicaran la culpa a la papa, a la que gustaba de denominársele raíz del diablo, así como endilgársele ser la causante de casi toda peste y similares males que acontecieran.  

En Prusia, el rey Federico el Grande, tan consciente de sus virtudes como equivocado en sus métodos, trató de obligar a sus súbditos a consumirla, bajo pena de cercenarles la nariz y las orejas. Y logró su fin, sin por ello quedar justificado el medio. Fue tal su difusión e importancia, que uno de los aspectos principales que determinaron la guerra de sucesión bávara (1778-9) girada en torno a quién debía controlar las cosechas locales.


Antoine Agustín Parmentier, farmacéutico del ejército francés, que en la Guerra de los Siete Años fue prisionero de los prusianos por tres años, subsistió gracias al consumo de éste tubérculo, de cuya importancia tomó debida nota. Por lo que, vuelto a Francia, aconsejó en 1785 al Rey Luis XVI que estimulara su cultivo entre los campesinos, como forma de solucionar el déficit de alimento de los sectores más postergados del pueblo. 

Como suele ocurrir con la actividad estatal, sus destinatarios poco querían saber con la medida. Parmentier hizo entonces plantarlas en tierras del rey, bajo fuerte custodia de soldados armados. La guardia se flexibilizaba lo suficiente por las noches, a fin que los campesinos las robaran, ahora convencidos que si el Rey las cuidaba con el ejército, era porque resultaban de gran valor.  

        Tan importante fue su papel que, en aquella época, cualquier plato que tuviese la patata como protagonista comenzó a recibir el nombre de “parmentier”. Por eso mismo, es que se llama parmentier, en la cocina de hoy en día, a cualquier elaboración que tiene la patata como protagonista, si bien en un principio era una crema o puré con este tubérculo como ingrediente principal.

       Si bien son muchas las recetas (sobre de cocina francesa) que contienen el apellido del francés en su nombre, principalmente se lo relaciona mayoritariamente con purés y cremas de patata.


Otro defensor a ultranza de la papa fue el filósofo escocés y pensador liberal Adam Smith, que la entendía como un buen alimento de consumo humano, adjudicándole asimismo propiedades embellecedoras y hasta afrodisíacas.

Debido a que es un fruto fácil de cosechar y poco costoso para producir, los sectores más pobres de la sociedad, fueron los principales beneficiarios de sus propiedades alimenticias. Para entender su importancia ya en el siglo XIX, basta con destacar que a causa de las malas cosechas de papa que se dieron en Irlanda entre 1845 y 1849, murieron un millón de personas, y más de un millón y medio de irlandeses debieron emigrar. 

En 1939 el gobierno alemán acusó a los británicos de enviar una plaga a sus campos de papas para subvertir el orden en el Tercer Reich. También en los años 50 los soviéticos acusaron a los norteamericanos de tener idéntica conducta dañina en Alemania del Este. 

En 2003, la oposición francesa a la invasión de los Estados Unidos a Irak, determinó que algunos líderes políticos del país norteño alentaran un boicot respecto de los productos galos. Como parte de este movimiento, promocionaron el cambio de nombre  las tradicionales papas fritas de los locales de comida rápida (“french fries”) por "freedom fries". 

Los diputados Ney y Jones, llevaron la crucial cuestión al seno mismo del Congreso de los Estados Unidos. Y dispusieron el cambiazo en todas las cafeterías, restaurantes, bares, quioskitos y similares que funcionaran en el capitolio. 

Cuando los medios de prensa, preguntaron al respecto en la embajada Francesa, con ese particular estilo diplomático de los galos, su vocera no hizo más comentario que puntualizar primeramente que las “french fries” eran en realidad de origen belga, para decir seguidamente que: “la agenda internacional tenía asuntos demasiado serios como para que Francia dedicara su atención a cómo los estadounidenses nombraban a sus papas”. 

Pasados los primeros tiempos de euforia invasiva, en 2005, el diputado Jones hizo un mea culpa acerca del tema, expresando que “había llagado a la conclusión que Estado Unidos no tenía derecho a ir a la Guerra en Irak” y que por tanto, hubiera deseado que su participación en el asuntillo de las "freedom fries", “nunca hubiera ocurrido”.

En julio de 2006, silenciosamente las cartas de los restaurantes y bares del capitolio volvieron a la vieja denominación para las papas (“french fries”). La embajada francesa no hizo tampoco mayores comentarios en la ocasión.


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NOTICIA DEL AUTOR: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El corazón de la espada (2020), Germánicus. Entre Marte y Venus (2021) y Los Extraños de Mayo (2022). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y como autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba. 






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