El abrazo del alma

 



 

Por Luis R. Carranza Torres

 

Era otra la selección, y otro el técnico. No era la primera final de un mundial de fútbol que jugaba argentina, pero sí la primera que disputaba de local.

25 de junio de 1978, cancha  de River, reconvertida en estadio mundialista para la ocasión. Argentina y Holanda se disputan quien se queda con la copa del IX mundial futbolero.

El equipo nacional formaba con: Ubaldo “Pato” Fillol con el 5 al arco,  con el 15 Jorge Olguín,  el 7 para Luis Galván, 19 Daniel Passarella, 20 Alberto Tarantini, 2 Osvaldo Ardiles,  6 Américo Gallego, la 10 de aquella época era para Mario Kempes,  con el 4 Daniel Bertoni,  el 14 para Leopoldo Luque y con el 16 Oscar Ortiz.

Por su parte, el representativo de los países bajo puso en la cancha a: Jan Jongbloed de arquero con el 8, el 9 era Arie Haan, el 5 Ruud Krol, 2 Jan Poortvliet, 22 Ernst Brandts, 13 Johan Neeskens, 6 Wim Jansen, 11 William Van De Kerkhof, 16 Johnnie Rep, 10 Rene Van De Kerkhof y con la 12 (nada que ver con la barra homónima boquense) Rob Rensenbrink.

En materia de técnica, las estrategias filosóficas del “Flaco” Menotti se enfrentaban al europeismo calculador de Ernst Happel.

Como se expresa en la página de la FIFA sobre aquel partido último de campeonato: “Argentinos y holandeses disputaron una final a cara de perro en la fría Buenos Aires. Dientes apretados, un estadio repleto y los goles decisivos de Mario Kempes dieron vida a una jornada histórica para el fútbol albiceleste en la Copa Mundial de la FIFA 1978”.

Hubo que sufrir. La primera llegada de peligro fue para el equipo de la “naranja mecánica”, como no podía ser de otra forma, con una situación de pelota detenida. Un centro desde la izquierda encontró el balero de Johnnie Rep, quien por poquísimo no la embocó en el arco. Ubaldo Fillol, parado y sorprendido, observó como se había salvado su valla de pura casualidad.

Mario Kempes abre el marcador a los 38 minutos del primer tiempo, pero casi al final del segundo, a los 82 minutos, Dick Nanninga empareja la cuenta. Debe entonces irse a tiempo suplementario.

Como contaría luego Daniel Passarella, capitán del equipo: "Durante todo el mundial, vimos furioso a Menotti una sola vez: antes del alargue en la final contra Holanda. Nos miró y nos dijo: 'Vean a su alrededor. Somos 80.000 contra once. ¿Lo vamos a perder?'. Fue el shock que necesitaba el equipo. Salimos convencidos y ganamos el título".

El período suplementario es para la albiceleste. Mario Kempes, de nuevo, planta un gol en el arco naranja, allá por el minuto 105, y para rematar, Bertoni le agrega otro tanto, nueve minutos después.

El árbitro italiano Sergio Gonella señala la finalización del partido. Argentina es campeón del mundo, por primera vez en su historia futbolística.

Una cantidad considerable de particulares invaden el campo para saludar a sus ídolos. El fotógrafo Ricardo Alfieri, de la revista El Gráfico, se enfoca en uno de ellos. Las mangas de su pulóver se vuelan para atrás, se dan con su espalda, sin brazos por dentro que las contengan y hagan guardar forma.

Se dirige, ese joven, a la parte del campo de juego, convertido ahora en espacio popular del festejo de la victoria, donde el “Conejo” Tarantini y el “Pato” Fillol, se abrazan llorosos, de rodillas en el suelo.

Su nombre, como lo sabrá después, es Víctor Dell’Aquila, tiene veintipico de años, y había perdido sus dos brazos cuando niño, en un accidente con un poste eléctrico en la localidad de San Francisco Solano, provincia de Buenos Aires, donde vivía.

Pero el espíritu humano siempre puede más. Y Víctor se integra, por derecho propio, a ese abrazo, adhiriendo desde la espalda de Tarantini. Las mangas del pulóver caen hacia abajo, como si buscaran cumplir con el deseo de su dueño.

Víctor, hincha de Boca, recordaría después: "Los vi a los jugadores, al Pato Fillol y a Tarantini, ahí tan cerca... Fue una emoción muy grande. Me acerqué y me sentí uno más en ese momento único, en ese festejo inolvidable".

Alfieri oprime el botón de su cámara. Una, dos, una decena de veces. En verdad, no es que parezca que los abraza. Los está abrazando, llorando y festejando con ellos el triunfo.

Al ver el resultado, uno de los grandes narradores del periodismo deportivo de entonces, Osvaldo Ardizzone, no duda en cómo titularla, y desde su influencia tanguera la llama: "El abrazo del alma".

La foto daría bajo ese título la vuelta al mundo, como el retrato más emotivo de la  consagración argentina en el Mundial de 1978. Pero tampoco nadie tuvo dudas, que se trataba de la mejor fotografía no sólo de ese mundial, sino una de las mejores de la historia entera de los mundiales, en cuanto a pura emoción se refiere.


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NOTICIA DEL AUTOR: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El corazón de la espada (2020), Germánicus. Entre Marte y Venus (2021) y Los Extraños de Mayo (2022). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y como autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba. 




Francia, mayo del 68, los estudiantes ganan las calles. Una rebelión está a punto de estallar. Y el mundo ya no volverá a ser el mismo.

En tiempos de ebullición, cuando todo parece querer estallar, es posible pensar un mundo distinto. Hay, en ese pensamiento, algo que se vuelve vital, que entusiasma: todo el tiempo se está en la barricada, hasta que, finalmente, el mundo cambia.

Alan llega a Francia. El mundo conocido por él ha quedado atrás y todo lo que sabía de este, al que acaba de llegar, ha quedado obsoleto. Ya no es la realidad atildada y circunspecta que ha conocido a través de los libros y las historias de su familia, sino que se encuentra una París en efervescencia, en la que se discute en cada café al psicoanálisis de Lacan y a los Rolling Stones, al cine de la nouvelle vague y la Guerra de Vietnam, a los hippies y a la revolución sexual.

También, además de esa realidad que lo deslumbra, Alan encuentra a Adèle, que lo guía en ese mundo nuevo para él. En medio de ese vínculo, que nace sin que lo hayan planeado, estallan las protestas del mayo francés de las que Alan y Adèle forman parte del lado de los estudiantes. Creen, como todos ellos, que pueden cambiar el mundo. Creen, también, a pesar de sentirse extraños, que son invencibles.

Autor: Luis Carranza Torres

Editorial: Vestales

Páginas: 384




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