La cruel muerte de una emperatriz


 

Adorada en vida, sinónimo del amor mismo en la Belle Époque, tuvo un desdichado final

Por Luis Carranza Torres

Sobre Elisabeth Amalie Eugeniede Baviera, más conocida para el mundo por su sobrenombre «Sissi», popularizado por las películas de Ernst Marischka, existe mucho de mito almibarado y aún más de desconocimiento. Incluso algunos autores sostienen que su apodo verdadero no era ese sino Lisi, derivado de Elisabeth.

La película de 1955, dirigida por Ernst Marischka y protagonizada por Romy Schneider, Karlheinz Böhm, y Magda Schneider (madre de Romy) Sisí fue un éxito en la taquila que contribuyó a instalar un mito en el siglo XX de aquello que no fue. Tuvo dos secuelas: Sissi Emperatriz, producida en 1956, y El destino de Sissi de 1957, con el mismo director y reparto. 

A la par de la pantalla grande, varias generaciones ha leído las novelas románticas de la escritora francesa Odette Ferry sobre el personaje (Sissi, Sissi jeune fille, Sissi face à son destin, entre otros), que reincidió sobre dicha clase de historia con Vacaciones en Roma, una historia de amor de la joven princesa, que intenta escapar del protocolo para vivir por unas horas como una joven común por las calles de Roma y que fuera llevada al cine en 1953 dirigida y producida por William Wyler, con actuación de Gregory Peck y Audrey Hepburn.

Conocimos la serie con las traducciones que integraron la colección Biblioteca Billiken que inició con "Sissí y el Fugitivo", para continuar con "Sissí Pequeña Reina", "Sissí joven", "Sissí Emperatriz" y concluir con "Sissí frente a su destino".

Poster en inglés de la serie de Netflix

No fue la única que escribió al respecto. También en novelas tenemos a la serie de libros escritos por  Marcel d'Isard, uno de los seudónimos del escritor José María Carbonell Barberá, ligado al sello español Bruguera, donde adaptó al formato híbrido (texto más ilustraciones) diversas obras destinadas al público juvenil en la colección "Historias Selección" con dibujos de María Barrera, Francisco Puerta y otros autores. 

Respecto del personaje y de entre una serie de casi veinte títulos podemos citar a:  Sissi en Baviera, Sissi, Reina de Hungría, Sissi en el Tirol, La alegría de Sissi, Sissí en el palacio de las hadas o Sissi y el mar azul.

Últimamente, Die Kaiserin (La Emperatriz), miniserie alemana producida por Netflix, con seis episodios, que retoma la historia de Elisabeth, protagonizada por Devrim Lingnau como Elisabeth ,Philip Froissant en el papel de Franz Joseph I y Melika Foroutan como la madre del Emperador entre otros, se instaló en el top diez de las producciones más vistas de Netflix en 88 países.

Es asimismo un ejemplo de las producciones audiovisuales de nuestro tiempo: la serie fue filmada en alemán para luego ser doblada a otros 14 idiomas, incluido el inglés, a la par que se proporcionan en la plataforma subtítulos en 32 idiomas. 

Las escenas íntimas con algo de voltaje y al alto nivel de producción seguramente han tenido mucho que ver, pero como se aclara, se trata de una ficción basada en hechos reales y no de una recreación histórica. De hecho, se aparta mucho más de los hechos que las películas de Marischka.

Vestido que usó en su coronaciòn

La Elisabeth de Austria-Hungría real difiere, en mucho, de la aniñada y llorosa Sissi de la leyenda rosa. También, de la terrible rebelde de la miniserie de Netflix. Como suele pasar, la verdad histórica se resiste a las simplificaciones respecto de personajes complejos. 

Y es que eso fue Elisabeth, a un mismo tiempo, una mujer y muchas. Compleja y extraña, la inteligencia le corría pareja con su gran belleza, aunque el mundo sólo notara lo segundo, dentro y fuera de esa corte imperial que desdeñaba y en la que la ninguneaban. Escéptica, mordaz y libre hasta las puertas del anarquismo, su cultura y dones diplomáticos contribuyeron mucho a mantener la unión en el imperio. 

En el entorno de decadencia y cambios destructivos para las monarquías europeas que fue la segunda mitad del siglo XIX, Sissi se erigió en una fuerza unificadora y moderadora en la corte de Viena. Sobre todo, en cuanto a mantener la unión y buenas relaciones entre austríacos y húngaros. Al punto de que, aun siendo germana de pura cepa, los magiares la consideraban uno más de ellos. No era para menos. Era la mejor defensora suya ante el gobierno imperial.


Fue el gran y único amor de su esposo y primo carnal, el emperador Franz Joseph I, pero también un permanente dolor de cabeza para su reinado. Ella despreciaba la frivolidad de la corte, las ceremonias y los actos sociales. Se hallaba mucho más a gusto disimulada como una persona más que endiosada como emperatriz por nobles y reyes. Declaró, a quien quisiera oírla, que no creía en instituciones como la monarquía o el matrimonio.

Tenía, entre otras particularidades, la devoción por su cabello al que rara vez cortaba y solo en las puntas. Dedicaba alrededor de 3 horas diarias a su cuidado, lavándolo cada tres semanas con una mezcla de huevo y cognac. Lo hacía peinar a su peluquera sobre una sábana blanca, en donde caían los cabellos que, por cosas de la naturaleza, se desprendían de su cabeza. Y si eran muchos, era reprendida con un modo que nada combina con el carácter frágil que se le adjudica en las películas.

Fotografía de la emperatriz

Su muerte, inesperada y rápida, en 1898, consternó al mundo entero. Como pasa con los magnicidios, dejó más preguntas que respuestas. Ocurrió el 10 de septiembre, en Ginebra. Como acostumbraba, viajaba por placer sin escolta ni séquito, sólo junto a una de sus damas de compañía, la condesa Irma Sztáray. Se hospedaba en el Hotel BeauRivage, y esa mañana quiso hacer una excursión por el lago Leman al balneario de Territet.

Al subir a un transbordador en el muelle, un hombre se arrojó de improviso sobre ella insultándola y haciéndola caer al suelo. Se incorporó como si nada, sólo levemente aturdida, y continuó su trayecto; el agresor fue detenido por las propias personas que se hallaban en el lugar. Ya en el buque, comenzó a sentirse mareada y, al desabrochársele el vestido para que respirara mejor, se descubrió que había sido apuñalada por aquel hombre con un finísimo estilete justo en el miocardio, sin que nadie se apercibiera. Sissi murió ese mismo día a causa de la certera y discreta herida.

La subsiguiente investigación pudo reconstruir los pasos y el ánimo perturbado de su homicida, Luigi Lucheni, anarquista formalmente de nacionalidad italiana pero nacido en París, de madre italiana soltera. Se había criado en orfanatos. Una vida poblada de necesidades y el estigma de ser hijo «natural», que lo convirtió en un ser hosco y resentido. Luego del aplastamiento, en mayo de ese año -1898-, de una protesta de obreros en Italia por las fuerzas del rey Humberto I, Lucheni, quien residía en Suiza, juró venganza y planeó diversos atentados contra personalidades públicas de la realeza, que no llevó a cabo por falta de fondos para viajar a Italia.


Al conocer, por un anuncio del Ministerio de Asuntos Exteriores suizo, de la visita de la emperatriz, esperó pacientemente todo ese día 10 de septiembre delante del hotel de lujo de Ginebra BeauRivage, donde se hospedaba. Luego, al verla salir camino al embarcadero, Lucheni la apuñaló con el estilete que llevaba a tal fin.


Luego de su detención en las circunstancias mencionadas, fue entregado a la policía. Hasta allí se lo tenía como un mero violento. Se confesó enseguida, orgulloso, como el autor del atentado incluso antes de que cerca de las 14:50 se anunciara públicamente la muerte de la emperatriz.

En el juicio subsiguiente, en noviembre de ese año, Lucheni fue condenado a cadena perpetua por asesinato con premeditación y alevosía… para desilusión del propio reo que había exigido la pena de muerte con el fin de tener un nuevo momento de protagonismo bajo la guillotina y poder ser tenido como un mártir del movimiento anarquista. Le explicaron sus abogados que en Suiza la pena de muerte por delitos comunes estaba abolida. Sus pedidos de ser extraditado a un país en que sí pudiera ser ejecutado, fueron rechazos como peticiones de un demente. Luego de 12 años en prisión y de un sinnúmero de reclamaciones de su parte para que le fuera quitada la vida, el 19 de octubre de 1910 se colgó en su celda con un cinturón.

De la vida múltiple y apasionada de Sissi se recordaría sólo su costado romántico, mucho más cómodo para la época que sus osadas posturas políticas. La forma y la causa de su muerte, asimismo, serían aún menos recordadas, pese a ser un ejemplo manifiesto de la sinrazón y locura homicida que las personalidades públicas atraen muchas veces sobre sí.


Para leer más en el blog:

Un amor rebelde en una época convulsa


Los Lobos del Atlántico


El día cero del Mayo Francés


Constanza y la botadura del Bismarck









NOTICIA DEL AUTOR: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversos asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El corazón de la espada (2020), Germánicus. Entre Marte y Venus (2021) y Los Extraños de Mayo (2022). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y como autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba. 




Francia, mayo del 68, los estudiantes ganan las calles. Una rebelión está a punto de estallar. Y el mundo ya no volverá a ser el mismo.

En tiempos de ebullición, cuando todo parece querer estallar, es posible pensar un mundo distinto. Hay, en ese pensamiento, algo que se vuelve vital, que entusiasma: todo el tiempo se está en la barricada, hasta que, finalmente, el mundo cambia.

Alan llega a Francia. El mundo conocido por él ha quedado atrás y todo lo que sabía de este, al que acaba de llegar, ha quedado obsoleto. Ya no es la realidad atildada y circunspecta que ha conocido a través de los libros y las historias de su familia, sino que se encuentra una París en efervescencia, en la que se discute en cada café al psicoanálisis de Lacan y a los Rolling Stones, al cine de la nouvelle vague y la Guerra de Vietnam, a los hippies y a la revolución sexual.

También, además de esa realidad que lo deslumbra, Alan encuentra a Adèle, que lo guía en ese mundo nuevo para él. En medio de ese vínculo, que nace sin que lo hayan planeado, estallan las protestas del mayo francés de las que Alan y Adèle forman parte del lado de los estudiantes. Creen, como todos ellos, que pueden cambiar el mundo. Creen, también, a pesar de sentirse extraños, que son invencibles.

Autor: Luis Carranza Torres

Editorial: Vestales

Páginas: 384




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