Un explorador del miedo y la angustia humanos
por Luis Carranza Torres
Ha hecho temblar a más de uno con sus libros. Es uno de los escritores más seguidos y de mayor éxito del mundo. No poco de ello se lo debe al ámbito judicial.
Una de las claves de la obra de John Katzenbach, uno de los escritores más leídos en el mundo y objeto de una devoción casi mística por sus seguidores, es contar desde dentro hacia afuera sus historias. Se trata de un experto narrador que escribe sobre los aspectos más íntimos de las personas. Personas comunes, superadas por las circunstancias, que llegan a esos sitios internos que nunca revelamos a nadie, por la causa que fuere y en donde se comprende lo que verdaderamente somos. Es allí donde se encuentran las respuestas de esas simples preguntas que determinan nuestras vidas.
Pude conversar en persona como parte de una gira de promoción por un buen rato, en un hotel de esta ciudad. “Tenés que hablar con él. Te va a encantar”, me había dicho quien hizo el contacto. No se equivocó. Encontré a una persona conversadora, simpática, abierta y, sobre todo, sincera a la hora de hablar de esa parte oscura del ser humano, que comenzó a entender en los estrados judiciales y que plasma en sus novelas.
Apenas presentados me dice: “Los escritores somos unos privilegiados, vivimos dos vidas al mismo tiempo: la real y la que ocurre dentro de nuestra cabeza”. Nada más cierto.
Katzenbach, sin haber estudiado ni ejercido la profesión de las leyes, la conoce como pocos. Su padre era abogado y desde joven los tribunales, por cuestión de familia o profesión, no le fueron extraños.
Si a ello añadimos una madre psicoanalista, entendemos el porqué de su preferencia por las letras. Como él mismo admite, su familia “me dio un sentido de la curiosidad y eso incentivó, en mi juventud, la carrera de periodista”.
Quería escribir y que le pagaran por ello. Durante sus años en el periodismo se acercó a la realidad de los tribunales, siendo en la década de 1980 un reportero de casos policiales y judiciales para el Miami Herald y el Miami News, aunque también sus trabajos aparecieron en otros diarios como el New York Times y el Washington Post.
La psicología del mal ha sido, desde entonces, su obsesión literaria. Entender las motivaciones ocultas que llevan a un ser humano a dañar a otro, en una decisión consiente, sin importarle las consecuencias, directas o colaterales, que sus actos puedan producir. Todos tenemos un lado oscuro. La cuestión es cómo lo usamos. Sí como recordatorio de los daños que somos posibles de inferir y debemos evitar, o para ceder ante sus designios.
En su trabajo cubriendo los juicios en tribunales, aprendió a verlos como un escenario y a quienes toman parte de ellos como los personajes de una obra. Sin embargo, lo que más lo interesó fue el “interior” de los crímenes que allí se juzgaban. Rastrear de donde surgían, cuál era la causa de la pasión y los sentimientos que ellos implicaban. Eso fue precisamente lo que buscó mostrar en sus novelas. “Justicia es una palabra difusa, que puede significar muchas cosas para las personas. En mis libros he buscado explorar esas otras formas de lograrla”, dice.
Es por ello que no pocas, de una u otra forma, tienen que ver con cuestiones judiciales, como Juicio Final o Un asunto Pendiente. Pero una de ellas, La Guerra de Hart, que lo hiciera conocido y fuera luego llevada al cine, hunde sus raíces en una historia familiar: su padre, antes que abogado y político, fue soldado en la segunda guerra mundial y pasó “100 días”, como la gusta decir a John, prisionero de los alemanes. En esa atmósfera de cautiverio, ocurrían pequeños robos entre los prisioneros de cosas como comida, jabón, cigarrillos, que eran importantes en su situación. Los militares germanos dejaban, en tales casos, que fueran los propios estadounidenses, vía sus cortes marciales, quienes los juzgaran y sancionaran. Así nació esa novela que fue también su libro más histórico y en el que buscó reflejar la compleja psicología de un prisionero de guerra.
Ellos se quejaban de su mala suerte, de vivir permanentemente con una espada de Damocles en la cabeza, sabiendo que podían eliminarlos en cualquier momento. Pero, al mismo tiempo, sabían que era la “mejor mala suerte” posible, ante las alternativas de la muerte o la mutilación en un combate.
No es de esquivar a los temas complejos. En su novela, Personas Desconocidas, aborda un tema muy caro a nuestra sociedad: la desaparición de personas. Y cómo hiere profundamente a todos sus conocidos esa angustia de la incertidumbre sobre su suerte: Herida que, no sana el tiempo, sino que la eterniza.
Respecto a la argentina, recordó su primera visita en Buenos Aires y entiende que los argentinos, psicológicamente hablando, somos por demás “complejos y muy interesantes”. Uno de los lugares que más le emocionó entonces fue el monumento a los caídos en la guerra de Malvinas, existente en Retiro: “Fue sorprendente descubrirlo y recorrer todos esos nombres. En todas partes hay monumentos a la victoria, pero este, en cambio, alababa al heroísmo puro”.
Sobre el mundo de hoy, lo refiere como “un lugar confuso pero interesante”. También, ve que existen en las personas muchos más miedos de los que racionalmente debieran existir. Y parafraseando la cita del filósofo romano Epicteto, que publicitara en el siglo XX Franklin D. Roosevelt, dice que “a lo único que debemos tener miedo es el miedo mismo". Algo sabe, obviamente, del tema.
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