La guarida de los lobos grises
Tras la ocupación de Francia en 1940, el Reich Alemán disponía de puertos en el Atlántico y sus buques podía operar allí. Se concretaba un viejo, y quizás, el más anhelado de los objetivos estratégicos de la marina alemana. Escapar de la encerrona que su posición central y netamente continental en el centro de Europa traída aparejada.
Nada podía compararse a la posesión de los puertos galos. Sus homólogos dinamarqueses no mejoraban mucho eso. Los situados en Noruega tenían todavía el inconveniente de Inglaterra al oeste como tapón para llegar al océano. Con la posesión de Francia tales inconvenientes desaparecían. Se trataba de un amplio litoral marítimo, con acceso directo al Atlántico, al sur de las islas británicas.
Pero para tal época, las pérdidas de unidades navales de superficie durante la campaña en Noruega ha hecho variar el eje de los planes de la Kriegsmarine de una flota de alta mar de superficie para concentrarse en la guerra submarina.
¿Qué pasaba dentro de esos búnkeres, situados más allá del muelle, bajo esas paredes de dos metros de grosor y un techo plano de tres metros y medio de alto, realizados en concreto reforzado con acero?
Desde fuera, los búnkeres sólo parecían una estructura cuadrangular que se elevaba sobre el agua, dotada de gruesas puertas. Algo similar a un gran hangar de aviación o una fábrica de amplísimas dimensiones. Cumplía, respecto de los sumergibles, tareas similares a ambas.
Se accedía al complejo desde el agua a través de una compuerta estanca. Una vez dentro, la compuerta blindada se cerraba y, tal como si se tratara de una esclusa, el agua era evacuada hasta que el submarino quedaba posado sobre una estructura metálica de remolque, siendo ascendido entonces por un sistema de funicular, a través de una rampa con diez grados de inclinación hasta la plataforma distribuidora, en el corazón mismo de los búnkeres.
Allí, ya al nivel del piso del complejo, los ocho distintos rieles de la plataforma distribuían el sumergible, acunado en su remolque, hacia el lugar elegido para trabajar en él. Era la versión para submarinos, con dimensiones colosales, de un estacionamiento techado para autos. Cada uno de los sitios se hallaba separado de los restantes por paredes, para evitar la propagación de explosiones, fuego o similares. Recibían el nombre de alveolos y se contaba, en todos ellos, con los medios para reparar y acondicionar las naves en su casco y maquinaria, repararla, aprovisionarla con provisiones, combustible, armamento y todo lo necesario para que el U-Boot volviera a salir al mar.
En mi novela Hijos de la Tormenta pude reconstruir algo de la actividad allí dentro, desde la mirada de un náufrago que atraviesa el lugar tras ser bajado del submarino, con los ojos vendados como era el procedimiento en todos aquellos que no pertenecían a la base:
"Descubrió que la venda no estaba demasiado ajustada y que podía ver algo hacia abajo. No mucho, aunque si lo suficiente para observar por donde pisaban sus pies. El suelo era de concreto, desnudo de todo otro ornamento. Cada tanto había una rejilla de desagüe. A sus espaldas, oyó un seco ruido, como si una gran compuerta de metal se cerrase. Podía sentir la humedad en la piel y oler el aceite, así como el aire quemado, probablemente por el ruido de los soldadores que llegaba a sus oídos.
(...)
Escuchó secas órdenes en alemán, desde distintos sitios. También, ruidos de perforación y de martillos golpeando algún tipo de metal. Sonidos de cadenas siendo recogidas o tensadas, chirridos de grúas y cabestrantes siendo exigidos. Quejidos herrumbrosos de ruedas, probablemente vagones de transporte, al ser arrastrados sobre rieles. Gruesas botas negras de cuero con suelas reforzadas pasaban cada tanto a un lado suyo".
A causa de su valor estratégico, Lorient fue bombardeada muchas veces por los aliados, en ocasiones con grupos aéreos de más de 30 poderosos bombardeos. Casi todas las casas de la localidad (se estima en un 95% el porcentaje), fueron alcanzadas, pero ningún submarino resultó dañado.
Tras la invasión de Normandía en junio de 1944, los aliados rodearon Lorient donde se hallaban unos 15.000 marines alemanes. Pero las fortificaciones dispuestas en tierra para convertirlo en un punto fuerte (“Festung”) funcionaron y nunca fue capturado; sus defensores mantuvieron la posición el resto de la guerra y solo se rindieron el 10 de mayo de 1945, dos días después del final de la guerra en Europa.
Una prueba de lo avanzado del complejo es que tras la Segunda Guerra Mundial la marina francesa ocupó a su vez la base, que permaneció activa hasta 1997.
En suma, una obra de ingeniería colosal, construida en tiempo récord en plena guerra, con un concepto que demostró, en el terrible actuar de los U-Boot que abastecía, ser tremendamente eficaz para mantener la aptitud de combate de la fuerza submarina germana en el Atlántico.
Un amor rebelde en una época convulsa
Constanza y la botadura del Bismarck
Perdidos en una tormenta, sin poder ver más allá, en medio de la guerra se camina a tientas, en penumbras, bajo un cielo inclemente que no permite avanzar sin retroceder, por un sendero que no conduce a ninguna parte. Así, perdidos y huérfanos se sienten los hijos de esa tormenta que es toda guerra.
"Hijos de la tormenta" vuelve sobre los personajes de "Mujeres de invierno" en medio de la Segunda Guerra Mundial. La familia López de Madariaga, diplomáticos argentinos en la Berlín de los años treinta se ha disgregado. Separado el matrimonio, diseminados los hijos, el estallido bélico los encuentra perdidos y difusos, cada uno intentando recomponer su vida, forjarse un nuevo futuro ya lejos de esa Alemania opresiva y en ciernes que, ahora, se ha extendido por casi toda Europa en un afán imperial.
En la peor de las guerras, entre los encuentros y desencuentros de Constanza y Dieter, en torno a las desventuras de esa singular pareja, orbitan los otros personajes. Fiamma pelea en los cielos una guerra y otras aun peores en tierra.
Ninguno puede escapar a aquello que lo conmina: un amor apenas correspondido; una madre que es obligada a desprenderse de su hijo; un médico de la Cruz Roja en una relación con una joven treinta años menor; una muchacha que derriba aviones nazis.
La novela se vuelve, entonces, coral, llena de voces y de situaciones en distintos escenarios -Londres, Berlín, París, Buenos Aires, Córdoba- en los que se narra lo cruento de la guerra, en los que la impresión es que no hay sosiego ni dónde resguardarse.
Todos envueltos en una tormenta que los prohíja y que no los deja ver más allá del presente. Luis Carranza Torres continúa en esta novela con la historia de una singular familia argentina que atraviesa uno de los momentos que definieron la historia del siglo XX, y la narra con la maestría de quien puede transportar al lector a otro mundo y otro tiempo.
Cuatro preguntas clave sobre la Saga de la Segunda Guerra Mundial
📌 ¿Cuántas novelas son?
Está compuesta por tres libros: "Mujeres de invierno", "Hijos de la tormenta" y "Náufragos en un mundo extraño".
📌 ¿Quiénes son los personajes principales?
Tiene como protagonista a la familia López de Madariaga y comienza con su viaje a Berlín 🇩🇪, ciudad donde Ignacio ocupará el puesto de embajador argentino.
📌 ¿Cuándo ocurre?
Comienza en los años 30, por lo que los personajes serán testigos de cada momento desde el ascenso del Tercer Reich y se extiende hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
📌 ¿Qué temáticas se ponen en juego?
La Alemania más oscura es escenario de un abanico de historias tan intensas como atrapantes: redes de espionaje, amor, poder, pasión y una reconstrucción histórica exhaustiva de aquellos tiempos difíciles y desafiantes.