Vengadores solitarios
Por Luis Carranza Torres
Devolver el mal con mal, no ha sido raro en la historia. Contarlo desde la literatura o el cine, tampoco.
La posibilidad de hacerle pagar a alguien por el daño que causó en el pasado seduce a mucha gente.
La mejor venganza es no ser como tu enemigo, dijo Marco Aurelio. Jorge Luis Borges fue incluso más allá: "Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón". Pero no todos se lo han tomado con tanta filosofía.
Quizás el más icónicos de todos los vengadores puestos por escritos, sea el príncipe Hamlet de la tragedia del dramaturgo inglés William Shakespeare cuyo título original en inglés es The Tragedy of Hamlet, Prince of Denmark.
Para escribirla, se basó en dos fuentes: la leyenda de Amleth y una perdida obra isabelina. Es decir que el Hamlet que conocemos no es el original, sino probablemente un "spin off" de otro anterior del que casi nada se sabe.
El príncipe de Dinamarca era un vengador emotivo, demasiado para su propia vida. Pero a veces la cuestión se trata de un tema profesional, incluso con raíces en cuestiones aun más complejas del ser humano.
Es el caso con The Equalizer que en España se conoció como El protector y El justiciero en Hispanoamérica, primero fue una serie de televisión de la CBS de acción, suspenso, drama y misterio que duró cuatro temporadas entres 1985 a 1989 protagonizada por Edward Woodward. Luego, en 2014, la historia se rodó como película protagonizada por Denzel Washington. Habrías después algunas secuelas, que se alejaron del sentido real del personaje, reflejado en el primer filme.
En el personaje de Robert Mc Call, confluía el rol de vengador con molde de justiciero con uso de las habilidades de su pasado como agente de inteligencia. Siempre preferí el título en inglés a sus traducciones marketineras en castellano. Su traducción más aproximada sería "el equilibrador" o, más ruda, "el igualador". Palabras menos impactantes pero que calzan mucho mejor con lo que tiene en mente su protagonista al comprometerse.
Hubo también, en el 2021, una remake de la serie, con rostro de mujer: Queen Latifah interpretaba a Robyn McCall, con idéntica factura que su antecesor Robert, pero que además era una madre que debía lidiar con una hija adolescente. No funcionó.
En el cine y en tono de western, en una personal opinión el mejor ha sido Hang 'Em High (Cometieron dos errores, en España o La marca de la horca) es una película estadounidense de 1968, dirigida por Ted Post. Fue protagonizada por Clint Eastwood, Inger Stevens, Ed Begley, Pat Hingle y Ben Johnson en los papeles principales.
Injustamente colgado por un robo de ganado que no cometió, Jed Cooper es salvado con la soga ajustando su cuello por un marshall de Estados Unidos. A partir de allí, con la marca del cáñamo de por vida, Jed se juramentará como marshall por una parte, y consigo mismo para traer, vivos o muertos, ante la justicia a quienes casi lo matan.
También rompiendo con el estereotipo del solitario vengador masculino, en Regreso a Edén la revancha adquiere rostro de mujer. Stephanie Harper es una rica heredera quien cree haberse casado con el hombre de su vida, un apuesto tenista, que no es otra cosa que un cazafortunas.
Tras engañarla con su mejor amiga Jilly, Greg no duda en utilizar la luna de miel para intentar deshacerse de Stephanie, por lo que no duda en lanzarla desde una canoa a una marisma infestada de cocodrilos para que acaben con ella.
Pero ella consigue sobrevivir al ser rescatada por un ermitaño que vive a orillas del rio, pero gravemente herida y completamente desfigurada. Tras meses de recuperarse de sus heridas y recomponer su rostro con un cirujano plástico volverá para vengarse de incógnito como la supermodelo Tara Welles.
Fue el primer culebrón australiano que saltó al mercado internacional, a mediados de los ochenta, escrito por Michael Laurence y producido por Hal McElroy con Rebecca Gilling en el papel protagónico.
Volviendo a la pantalla grande, quizás el vengador solitario por antonomasia en el cine es Charles Bronson en el papel del arquitecto neoyorquino Paul Kersey, con una vida tranquila que luego del brutal ataque de unos criminales a su mujer e hija decide tomar la justicia por mano propia.
El filme, mezcla de suspenso y serie negra, estrenado en 1974, se llamó Death Wish en inglés, basada en la novela de igual título escrita por Brian Garfield dos años antes. Las versiones al castellano tuvieron otros títulos: El justiciero de la ciudad en España y El vengador anónimo en Hispanoamérica. Sería el inicio de una serie de cinco películas sobre la temática con suceso de público.
Con Guillermo Kepler, criador de caballos en el Bariloche de 1922 en mi novela Senderos de odio le pasa algo similar a Kersey. Pero con una diferencia: no es un tranquilo ciudadano sino un hombre que ya viene averigado por la guerra. Y la pérdida solo sacará a flote su parte más terriblemente destructiva.
Robert Greene decía que las personas son más prestos a devolver un agravio que un favor, porque la gratitud es una carga y la venganza un placer. Es una explicación de su recurrencia y perennidad, tanto en la vida como en ese reflejo suyo con forma de letras que resulta la literatura.
Un amor rebelde en una época convulsa