Una mujer ícono de una época

 


por Luis Carranza Torres


Hay personas que inspiran a muchas, de formas inimaginables. Françoise Madeleine Hardy (París, 17 de enero de 1944-París, 11 de junio de 2024) marcó una época de la música y hasta un estilo de mujer. Saltó a la fama en la década de 1960 como figura destacada de la ola ye-ye en la música. 

Como no mencionarla en mi novela Los Extraños de Mayo Y más aún, su aspecto de modo principal y ciertos rasgos de su carácter, inspiraron al lado tranquilo y vulnerable de Adele.

 Françoise Madeleine pertenece a la primera generación de franceses que no vivieron ni la Primera ni la segunda Guerra Mundial. Los mismos jóvenes que cambiarían la cultura en la década de 1960 o detonarían el Mayo Francés de 1968.

Vive en un país que ha dejado la guerra rápidamente atrás. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, París era otra vez una fiesta y Francia sido restablecida en su sitial de privilegio como referente de la cultura universal. Ni la Guerra de Indochina, con su vergonzosa derrota en Dien Bien Phu, ni la pérdida de Argelia, considerada prácticamente parte del país habían afectado eso. 

Pensadores como Sartre, Camus o Beauvoir tenían una audiencia internacional gigantesca. La nouvelle vague imponía el cine de autor, la cámara en mano y la luz natural. François Truffaut, Jean-Luc Godard, Alain Resnais, destacaban en el género. 

En las aulas se hablaba de Barthes, de Lacan. 

Y en la música, las chicas Yé-yé se hallaban en alza. A Juliette Gréco le siguió Dalida; y a Dalida, France Gall, todas con una insólita popularidad no conocida antes. Sylvie Vartan, Chantal Goya, y Françoise Hardy pronto se unieron al grupo. Esta última destacó pronto como el ícono de la época.  

Nacida el 17 de enero de 1944 en una Paris ocupada por los nazis, ella decía que eso la impregnó y la condujo a la necesidad de cantar. 

Françoise Madeleine Hardy vivió una niñez solitaria marcada por su extrema timidez y una estricta educación en un internado religioso de La Bruyère. Se trataba de una vida colmada de reglas y rigores, en que un día era el calco del anterior. 

Su sola vía de escape y desahogo para tal monotonía vital era escuchar música en la radio. Pronto, se hizo escucha devota de los referentes de la chanson francesa de la época.​ Es de tal forma que la canción pop tradicional gala, el music-hall, el rock and roll, el jazz y el folk entran en su espíritu, para no abandonarlo nunca. 

Sus 10 mejores álbumes según Mojo magazine de febrero de 2018.

En su adolescencia se atreve a imitarlos, tras regalársele su primera guitarra. El entusiasmo con la música le lleva a tomar clases en el Petit Conservatoire de Mireille Hartuch, afición que se las ingenia para compaginar con sus estudios de Ciencias Políticas en la Universidad de la Sorbona, una carrera que dejaría luego para dedicarse a estudiar Literatura. Cada vez más, el arte gana lugar en su vida. 

En 1961, con sólo diecisiete años, firma un contrato con la discográfica Vogue. Por entonces, solo era una joven de aspecto tímido, admiradora de los Everly Brothers y Jacques Brel, que canta sus propias canciones, de tristes y nostálgicas historias, con su guitarra acústica por diversos clubes parisinos. 

Escribió  David Morán en la sección Cultural de ABC, al día siguiente de su fallecimiento, respecto de su salto a la fama en una noche que lo cambiaría todo para ella:

" ...cantaba Françoise Hardy, flequillo vivaz y jovial melancolía, al otro lado de la pantalla. ¿El año? 1962. ¿La canción? 'Tous les garçons et les filles'. Una delicia de pop que, inexplicablemente, la discográfica Vogue relegó a la cara B del EP 'Oh Oh Chéri'. La cantante francesa, 18 años recién cumplidos y una guitarra como regalo por haber superado con éxito el bachillerato, ya se había asomado por la pequeña pantalla poco antes, pero fueron los tres minutos de 'Tous les garçons et les filles', supuesto relleno para amenizar la espera de los resultados del referéndum sobre la elección por sufragio universal del Presidente de la República, los que cambiaron la vida de Françoise Madeleine Hardy (París, 1944). Normal que, sesenta y dos años después, la primera canción fuese también la última; el réquiem ye-yé que pincharon casi todas las radios para despedir a la francesa, fallecida este martes a los 80 años".

 


Grabó una treintena de discos. Contemporánea de Dylan y de Prévert, fue inspiración de algunas de sus creaciones. Y destacó entre íconos femeninos de la canción como Sylvie Vartan o France Gall. 

En sus canciones, por caso la más famosa, Tous les garćons et les filles, pero también en temas como Le premier bonheur du jour ó L' amitié, el amor amor corre parejo a la amistad. Generalmente tenidas como letras casi naif, expresan sin embargo una melancolía, un timidez y hasta sentimientos de tristeza y soledad que los vuelve no sólo universales, sino que los aparta de las corrientes circundantes en la música de su tiempo. 

Todo lo cual la transformó no solo en un ícono de los años sesenta a nivel musical, sino también un modelo estético y cultural para las jóvenes de esa época.



Es ya como cantante famosa que la incluimos dentro de la trama de Los Extraños de Mayo , cuando los protagonista,  Adele y Alain, van a verla cantar en un bar de ese París de 1968:

"Era tan bella en persona como se mostraba en las fotos. Simple, natural, tremendamente seductora en su inocencia. 

Françoise Madeleine Hardy se hallaba sentada en un taburete al centro del pequeño escenario. Guitarra acústica en mano, interpretaba con voz dulce los acortes de Ma jeunesse fout le camp. Se trataba de una triste y nostálgica historia, como lo son las canciones que entonaba. 

Cantaba tranquila, entonada, seducía con la voz al igual que con esa imagen sofisticada, misteriosa y distante. Era de las cantantes francesas más famosas, y no solo en Francia. Bob Dylan la había hecho figurar en uno de sus poemas, For Françoise Hardy (at the Sena’s Edge), aparecido en la contraportada de su álbum Another Side Of Bob Dylan. 

La miraba, atraído a ella. No supe por qué hasta que caí en la cuenta que me recordaba a Adèle. Lo hice sin pensar demasiado, para luego estar preguntándome por qué estaba comparando a otras mujeres con ella. O, mejor dicho, por qué otras mujeres me recordaban a ella.

Miré de reojo a Adèle, que parecía incómoda de algo. Descubrí entonces que ambas tenían el mismo peinado, el mismo cabello lacio, largo, llevado con una especie de jopo caído hacia un lado. Vaya a saber quién copió a quién, pensé maliciosamente. 

No sé si quería saber la respuesta de ese cambio de peinado en ella. Todavía seguía sin entender las actitudes de Adèle conmigo, pese a ser la persona más cercana desde que llegara a Francia. Ella no cejaba en hacerse la enigmática conmigo, ni de marcar una molesta superioridad, pero tampoco se apartaba mucho de mí.  

Como siempre, estaba hermética y misteriosa. Traté de captar lo que decían sus ojos en tanto me rehuía la mirada. Me pregunté qué estaba tratando de esconder esta vez. 

Terminé por volver la vista hacia la joven y tímida Françoise, quien continuaba rasgando las cuerdas de su guitarra acústica, con la banda acompañándola por detrás en el pequeño escenario. Se trataba de una presentación que era ciento por ciento ella en sus inicios, interpretando tristes y nostálgicas historias de jóvenes corazones rotos en diversos clubes parisinos. Claro que esta vez, la actuación de esa noche distaba mucho de aquellas. El lugar estaba lleno a rabiar, no cabía un alfiler y había quedado no poca gente fuera"

 


El cine tampoco le fue ajeno. “Dejó una filmografía escueta y tan elusiva como su vida y su obra”, dirá Yago García en “Françoise Hardy en el cine: las películas más importantes de la mayor estrella del pop francés” aparecido en Cinemanía de 20 Minutos. 

Su fotógrafo, novio y agente casi exclusivo de Hardy durante la década, Jean-Marie Périer fue quien la inició en el cine, tal como ella escribiera en su autobiografía: "...[Périer] trató de abrir mi mente y ayudarme en todos los dominios con su característica generosidad. Por ejemplo, me enseñó a amar el cine llevándome a ver grandes películas, y bajo su tutela me di cuenta la importancia de la estética, que se convirtió en uno de mis principales criterios”

Con Jean-Marie Périer 

Como dice Yago García: “Françoise Hardy dejó tras de sí una cierta huella en el cine. No hablamos solo de los directores (como Wes Anderson, François Ozon o, cielos, Álex de la Iglesia) que usaron su música, sino también de papeles como actriz concentrados en unos pocos años en los comienzos de su carrera”. 

Se trató de películas como 'Château en Suède' dirigida por Roger Vadim en 1963, junto a  Monica Vitti, Jean-Claude Brialy y Jean-Louis Trintignant; un cameo encantador en la comedia ¿Qué tal, Pussycat?' de Clive Donner, en el 1965)  en que actuaron Peter O'Toole, Peter Sellers, Romy Schneider; luego vino ´Altissima pressione' dirigida por Enzo Trapani en 1965; otro cameo en 'Masculino, femenino' de Jean-Luc Godard, un año después em 1966; y en ese mismo año 'Une balle au coeur' de Jean-Daniel Pollet.
Probablemente 'Grand Prix' de John Frankenheimer, también en 1966, fue su filme más conocido y quizás su mejor actuación en su rol de chica triste y solitaria que rompe el corazón de un piloto italiano Nino Barlini (Antonio Sabato), en un reparto que compartía cartel con James Garner, Yves Montand, Toshirô Mifune o Eva Marie Saint.


Hubo otro cameo como joven hippie con guitarra incluida en 'Les colombes' de Jean-Claude Lord, en 1972, precedió a su última actuación en '¡Si empezara otra vez!' de Claude Lelouch, cuadro años después,  acompañando a dos divas de la pantalla grande como Catherine Deneuve y Anouk Aimée, aportando además el tema principal de la banda sonora. 

Se convirtió asimismo en la musa de diseñadores de moda como André Courrèges, Yves Saint Laurent y Paco Rabanne. Escribió extensamente sobre astrología desde la década de 1970, además de ser autora de libros de ficción y no ficción publicados a partir del año 2000. 

Su autobiografía Le désespoir des singes... et autres bagatelles, aparecida en 2008, fue un éxito de ventas en Francia. 



Por su parte,  Marc Bassets en su artículo "Murió Françoise Hardy, una voz clave de la chanson francesa de los años 60" para El País, expresó respecto al contexto de su deceso:

"Françoise Hardy, que saltó a la fama internacional al mismo tiempo que los Beatles y marcó a lo largo de medio siglo la canción francesa con un pop elegante y melancólico, murió este martes a los 80 años. “Mamá se ha marchado”, anunció en un mensaje en las redes sociales su hijo, el también músico Thomas Dutronc. La autora o intérprete de clásicos como “Tous les garçons et les filles” y “Comment te dire adieu” hacía 20 años que sufría un cáncer y se había convertido en una defensora de la muerte digna. En 1991, ayudó a su madre a morir con una inyección. “Quiero marcharme lo más pronto y rápido posible”, declaró a finales de 2023. Hasta el momento las causas de su deceso no fueron dadas a conocer".
Fue mucho más que una cantante que marcó época. Se trata de una persona que no le tuvo miedo a envejecer y tampoco, a la muerte. una mujer valiente detrás de ese exterior de apariencia tranquila y casi lánguido. Así como era sofisticada en su sencillez, también era firme en sus ideas, se las comparta o no. 

Lidió como pocos, no escondiéndolo nunca con cuestiones tan profundamente humanas como la timidez, la duda, la soledad, así como el rechazo a la vida de las celebridades.

Françoise Hardy y Sylvie Vartan


Sylvie Vartan, también cantante destacada dentro de ese movimiento que nació en la década de 1960, compartió fotos de esa época y actuales con Françoise y escribió: "Mi bella y tierna amiga se ha ido... Tristeza infinita" ("Ma belle et tendre amie s´en est allée... Tristesse infinie").

Hay famosos en que su arte es lo mejor que puede decirse de su vida. Aquellos que han sido buenos artistas, antes que buenas personas. Con Françoise Madeleine se daba lo inverso: era una gran artista porque era una gran persona. 

Repose en paix etérnelle et douce Françoise Madeleine.

Para leer más en el blog:

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Una mujer empoderada





Los Lobos del Atlántico


El día cero del Mayo Francés





SOBRE EL AUTOR DE LA NOTA: Luis Carranza Torres nació en Córdoba, República Argentina. Es abogado y Doctor en Ciencias Jurídicas, profesor universitario y miembro de diversas asociaciones históricas y jurídicas. Ejerce su profesión y la docencia universitaria. Es autor de diversas obras jurídicas y de las novelas Yo Luis de Tejeda (1996), La sombra del caudillo (2001), Los laureles del olvido (2009), Secretos en Juicio (2013), Palabras Silenciadas (2015), El Juego de las Dudas (2016), Mujeres de Invierno (2017), Secretos de un Ausente (2018), Hijos de la Tormenta (2018), Náufragos en un Mundo Extraño (2019), Germánicus. El Corazón de la Espada (2020), Germánicus. Entre Marte y Venus (2021), Los Extraños de Mayo (2022), La Traidora (2023) y Senderos de Odio (2024). Ha recibido la mención especial del premio Joven Jurista de la Academia Nacional de Derecho (2001), el premio “Diez jóvenes sobresalientes del año”, por la Bolsa de Comercio de Córdoba (2004). En 2009, ganó el primer premio en el 1º concurso de literatura de aventuras “Historia de España”, en Cádiz y en 2015 Ganó la segunda II Edición del Premio Leer y Leer en el rubro novela de suspenso en Buenos Aires. En 2021 fue reconocido por su trayectoria en las letras como novelista y como autor de textos jurídicos por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.





Francia, mayo del 68, los estudiantes ganan las calles. Una rebelión está a punto de estallar. Y el mundo ya no volverá a ser el mismo.

En tiempos de ebullición, cuando todo parece querer estallar, es posible pensar un mundo distinto. Hay, en ese pensamiento, algo que se vuelve vital, que entusiasma: todo el tiempo se está en la barricada, hasta que, finalmente, el mundo cambia.

Alan llega a Francia. El mundo conocido por él ha quedado atrás y todo lo que sabía de este, al que acaba de llegar, ha quedado obsoleto. Ya no es la realidad atildada y circunspecta que ha conocido a través de los libros y las historias de su familia, sino que se encuentra una París en efervescencia, en la que se discute en cada café al psicoanálisis de Lacan y a los Rolling Stones, al cine de la nouvelle vague y la Guerra de Vietnam, a los hippies y a la revolución sexual.

También, además de esa realidad que lo deslumbra, Alan encuentra a Adèle, que lo guía en ese mundo nuevo para él. En medio de ese vínculo, que nace sin que lo hayan planeado, estallan las protestas del mayo francés de las que Alan y Adèle forman parte del lado de los estudiantes. Creen, como todos ellos, que pueden cambiar el mundo. Creen, también, a pesar de sentirse extraños, que son invencibles.

Autor: Luis Carranza Torres

Editorial: Vestales

Páginas: 384





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