Esa discreta pasión por atesorar y difundir libros
por Luis Carranza Torres
Conforme Heartsill Young y Terry Belanger en su “Glosario ALA de bibliotecología y ciencias de la información”, ser bibliotecario supone el profesional que en el ámbito de la biblioteca o de un centro de documentación desarrolla procedimientos para organizar la información, así como vehiculizar las formas más eficiencia para que el público acceda a ella.
Oficio, arte y ciencia, se trata de una tarea tan antigua como la escritura misma y que se ha ido transformando en el tiempo. No poco del conocimiento de la humanidad se debe a su labor.
Es que si algo destaca al ser humano de las demás especies sobre la faz de la tierra es la posibilidad de transmitir el conocimiento a través de las generaciones. Y en tal labor, los bibliotecarios han cumplido un papel trascendental.
Entre las primeras de que tenemos noticia histórica, podemos nombrar a las bibliotecas-archivo de Mari, Lagash y Ebla, así como la del rey asirio Asurbanipal.
En el Antiguo Egipto existieron dos clases diferenciadas: las denominadas “Casas de los Libros”, que eran archivos para la documentación administrativa, y las “Casas de la Vida”, donde se instruían los escribas y que poseían colecciones de las que se realizaban copias.
El prestigio que bibliotecas como la de Alejandría y Pérgamo en la antigua Grecia, así como las fundadas en Roma desde la primera biblioteca pública de Asinio Polión, hasta las Octaviana y Palatina, creadas por Augusto, y la Biblioteca Ulpia, del Emperador Trajano, eran el reflejo del establecimiento de un oficio de bibliotecario que alcanzó gran solvencia en la tarea de gestionarlas.
En la edad media, tras las invasiones bárbaras que provocan la caída del Imperio Romano de Occidente, la cultura clásica se refugia en las bibliotecas de los monasterios. De tal forma, Saint Gall, Reichenau, Monte Casino, Santo Domingo de Silos, Sahagún o Santa María de Ripoll entre otros, pasan a ser los centros del saber de su tiempo.
Allí, los monjes copitas, ilustradores y bibliotecarios salva gran parte del conocimiento antiguo para usarse en el futuro, cuando la invención de la imprenta y la difusión de las universidades propague los libros como nunca antes. retrocede y se refugia en los monasterios y escritorios catedralicios, únicos lugares que albergan bibliotecas dignas de tal nombre. Son centros donde se custodia la cultura cristiana y los restos de la clásica, al servicio de la Religión. Bibliotecas de monasterios, como Saint Gall, Fulda, Reichenau, Monte Casino en Europa o Santo Domingo de Silos, San Millán de la Cogolla, Sahagún o Santa María de Ripoll en España, se convirtieron en los centros del saber de su tiempo.
En el año 1931, el destacado bibliotecario indio Shiyali Ramamrita Ranganathan, creador de la clasificación colonada o facetada, formuló sus famosas cinco leyes de la bibliotecología, que conservan en el presente toda su vigencia:
1) Los libros están para usarse.
2) A cada lector su libro.
3) A cada libro su lector.
4) Hay que ahorrar tiempo al lector.
5) La biblioteca es un organismo en crecimiento.
Es un rasgo a destacar que todos los personajes históricos de relevancia, tenían esa pasión bibliotecológica.
Tal es el caso de Los libros de San Martín que el libertador siempre llevaba consigo y que incluso cruzaron la cordillera en cajones acolchados fabricados especialmente para la travesía. O la pasión lectora de Napoleón que lo llevó a establecer cómo debía estar integrada la biblioteca para poder leer durante sus viajes.
También existen personajes menos conocidos, y más cercanos en el tiempo, como ejemplo La biblioteca de Marilyn Monroe .
En nuestros días,
avanza la digitalización de su labor: las bibliotecas digitales se hallan en
plataformas en internet y ofrecen todo tipo de documentos digitales. No sólo
libros y publicaciones, sino también colecciones de cine, documentales o
audiolibros.
Desde 1954, en Argentina se celebra el 13 de septiembre el día del bibliotecario, pues fue en dicha fecha en el año 1810 en que se creó la Biblioteca Pública de Buenos Aires por resolución de la Primera Junta de Gobierno.
El impulsor de esa iniciativa fue el secretario de la junta, Mariano Moreno. Su primera sede fue en las actuales calles de Moreno (por entonces, De la Biblioteca) y Perú (Del Correo), dentro de la llamada Manzana de las Luces en la ciudad de Buenos Aires, teniendo como primeros bibliotecarios al Dr. Saturnino Segurola y a Fray Cayetano Rodríguez. A estos les siguieron los directores Luis José de Chorroarín y Manuel Moreno, hermano de impulsor de su fundación.
A partir de la década de 1880, convertida la ciudad de Buenos Aires en capital de la Nación Argentina, se le otorgó a la Biblioteca el carácter de Nacional. Por esas fechas, en 1885 fue nombrado director el escritor e historiador franco-argentino Paul Groussac, quien desempeñaría tal cargo durante cuarenta y cuatro años, hasta su muerte. Gracias a su labor el presidente Roca entregó a la Biblioteca Nacional el monumental edificio de de la calle México 564, obra Carlos Morra destinada inicialmente para la Lotería Nacional. La mudanza se verificó en el año 1901.
Otro de sus directores fueron Gustavo Martínez Zuviría, escritor que firmaba sus obras con el seudónimo de Hugo Wast, desde 1931 a 1955. Y el más famoso y universal fuera Jorge Luis Borges, quien se desempeñó en el cargo de 1955 a 1973.
La idea de un día para recordar la labor de los bibliotecarios surgió en el Congreso de Bibliotecarios reunidos en Santiago del Estero de 1942, siendo instituido en 1954 por Decreto N.° 17.650/54, a nivel nacional y con el propósito de para homenajear a todos los bibliotecarios del país.
Una labor discreta, de bajo perfil, pero absolutamente vital tanto para la buena salud social de la cultura como para el progreso de las artes, ciencias y técnicas humanas.